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Reportaje:

Dalí por sí mismo

Un libro rescata entrevistas realizadas al pintor a lo largo de su vida

El título del libro estaba cantado. La vida pública de Salvador Dalí, con edición a cargo de Ricard Mas, quiere responder a la famosa autobiografía que el pintor ampurdanés escribió bajo el título de La vida secreta. Se trata de una recopilación, en catalán, de entrevistas seleccionadas entre las muchas que concedió Dalí (Figueres, 1904-1989) a lo largo de una vida que tuvo mucho de mediática. El libro, publicado por Ara Llibres, constituye una manera de aproximarse al genio -a un año de la celebración del centenario del nacimiento del pintor- sin más intermediarios que los periodistas o críticos que seleccionan las palabras pronunciadas por él.

Ahora bien, los textos demuestran que un carácter como Dalí sabía cómo conducir las conversaciones a su antojo. A pesar de la imagen de excéntrico que cultivó, que tanta distorsión ha proyectado sobre su figura, y de su controvertida relación con el régimen de Franco y su no menos criticada afición por el dinero, Dalí mantuvo a lo largo de su vida unos puntos de vista casi inmutables sobre el arte y sobre su obra. La primera entrevista recogida, de Francisco Madrid, es de 1928 y fue publicada en Estampa. La última, de Ian Gibson, el biógrafo de Federico García Lorca, es de 1986 y apareció en EL PAÍS.

"Mi aspiración es responder siempre a un estado de espíritu vivo. Odio la putrefacción"

En 1928, el joven Dalí se presentaba como un "pintor antiartístico". Pasada su época en Madrid -donde coincidió con Pepín Bello, Luis Buñuel y García Lorca-, eran los tiempos en que había redactado el famoso Manifest groc con Sebastià Gasch y Lluís Montanyà. Impregnado por el espíritu transgresor de las vanguardias de principios de siglo, propugnaba un arte que se manifestase "con formas nuevas más adecuadas y fecundas, aún imposibles de imaginar, completamente fuera del límite de las bellas artes y absolutamente de acuerdo con nuestra época", como decía a Madrid en la primera entrevista. Preguntado por cuál es la moral de su obra, el deseo más grande de su arte y la aspiración máxima de su vida, Dalí responde: "Así, metódicamente: primero, la única moral es estrictamente a mi intimidad interior; segundo, mi deseo más grande en arte es el de contribuir a la extinción del fenómeno artístico y el de adquirir prestigio internacional; y, tercero, mi aspiración definitiva es responder siempre a un estado de espíritu vivo. Odio la putrefacción". Poco cambiará a lo largo de su vida.

Muchas veces repite que no sabe qué interpretación dar a su obra hasta tiempo después de habela concebido.

En una entrevista de Robert Grayson para Fotogramas, afirma: "El cine surrealista, igual que la pintura surrealista, se inspira en las imágenes que quedan grabadas en el subconsciente del ser humano sin que se dé cuenta". En 1959, en una entrevista para Controversy, repite: "Cuando creo un reloj blando, o una pierna kilométrica, copio absolutamente de la manera más honesta y fotográfica una de mis visiones".

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Expulsado del grupo surrealista francés en 1939, André Breton ideará para Dalí el anagrama Avida dollars. El pintor da su versión de los hechos en una entrevista publicada en 1950 en Destino. Critica la evolución del grupo y su aproximación al materialismo comunista y explica su distanciamiento porque, a su juicio, el surrealismo de los franceses no tenía "contenido espiritual".

Casi sin excepción, todos los entrevistadores le piden su opinión sobre Miró y Picasso. Excepto alguna bravuconada, Dalí siempre responde con respeto por los dos pintores.

Su equívoca posición política también centra algunas preguntas. Como cuando en una entrevista para Arts Magazine, en 1963, responde: "¡No! Y lo puede escribir con mayúsculas" a la pregunta de si el sentimiento político y social es un valor aceptable como punto de partida artístico.

Una de las entrevistas más conmovedoras es la última, realizada por Gibson. En ella, un Dalí permanentemente conectado a una sonda para recibir alimentación expresa toda su inquietud por las interpretaciones que se habían hecho de su reacción cuando se enteró de la muerte de García Lorca. Nunca negó haber pronunciado "¡olé!", pero explica que se debió a la obsesión del poeta por su propia muerte y al recuerdo de los momentos en que, en la Residencia de Estudiantes, simulaba morirse.

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