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Columna
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Felices hasta las patas

Sólo la más profunda ignorancia acerca de la sociología puede explicar mi estupor ante la última aplicación de la Encuesta Europea de Valores, que se ha hecho pública en el volumen Los valores de los vascos y navarros ante el nuevo milenio. Son muchos los datos sorprendentes, que no aciertan a encajar con lo real. Uno de ellos es la relevancia concedida a la política: apenas un 4% de los vascos le reconoce una importancia prioritaria.

Esta sí que es buena. Vivimos en el país más politizado del mundo. Estamos enfermos de política. La política nos persigue, nos avasalla, nos atormenta. Pero en el paisaje social apenas es una anécdota: sólo el 4% la considera importante. ¿Qué es lo que pasa? ¿Es un 4% de la población la que se dedica a amargarnos la vida a los demás? ¿Es posible que en el país de La Cosa una abrumadora mayoría pase de política de forma tan evidente? ¿Dónde están los abertzalo-fascistas? ¿Y los vigorosos demócratas? Misterios de la sociología. O los encuestados mienten como bellacos o son sólo una recua de replicantes, mutantes y marcianos. Es imposible que en un país que vive literalmente secuestrado por los conflictos políticos la sociedad conceda tan poca importancia a la política.

Pero el estudio guarda datos aún más extraordinarios. Intentaré mantener el pulso firme al escribir, no vaya a asaltarme la carcajada o el espanto: más del 93% de los vascos se consideran muy o bastante felices. Las cifras, entre los jóvenes, llegan aún más lejos: más del 99% se consideran muy o bastante felices. Ahí queda eso.

Sinceramente, no entiendo nada. Una sociedad con tales cifras de satisfacción no tendría que mover a partir de ahora un solo dedo. Una sociedad como la nuestra debe de ser el paraíso. Mientras los tertulianos se obstinan en convencernos de que la gente huye del país, los vascos se confiesan bastante felices, o muy felices; felicísimos, en suma, habitantes de un inmarcesible y paradisíaco lugar. Creo que, ante estas cifras, los políticos podrían echarse a dormir la siesta. ¿Qué es lo que nos falta? Estamos en el colmo de la felicidad. A un paso del 100% de felicidad. Un paso más y aquí todos seremos felices. Estamos emborrachados de felicidad. Destilamos felicidad. Exudamos felicidad. Felices hasta las patas.

No seré yo quien desdiga los resultados de ningún estudio. Posiblemente yo también habría dicho, intimidado por el encuestador, que soy razonablemente feliz. Pero al mismo tiempo pienso en la capacidad de mentir que invade a todo el mundo cuando se enfrenta a un encuestador, un ser que va por ahí formulando preguntas íntimas. Es como esas encuestas sobre conducta sexual, que siempre arrojan resultados propios de Sodoma y Gomorra, esas encuestas que concluyen que "más del 80% de los jóvenes de menos de catorce años se han iniciado sexualmente" o que "el 60% de los jóvenes confiesa que hace el amor unas 10 veces por semana".

Recuerdo que hace muchos años, en mis tiempos de primer curso en Derecho, unos estudiantes de sociología se acercaron a nuestra facultad para realizar un informal estudio de campo. Nos cogían uno a uno y nos ametrallaban a preguntas. Recuerdo algunas de ellas, formuladas por una chica de cautivadores ojos negros, así como mis respuestas atribuladas: "¿Estás satisfecho con tu vida sexual?". Y yo miraba a ninguna parte y contestaba: "Er... sí". "¿Con cuántas personas has tenido relaciones sexuales a lo largo de tu vida?". Y yo contestaba: "Este... con bastantes".

La estudiante de sociología (aún la recuerdo: morena, con unas cejas profundas de mujer griega y sensual boca mediterránea) estaba buenísima, pero no tuve arrestos entonces para contestar la verdad: que sólo habría estado satisfecho con mi vida sexual si ella me hubiera prestado sus favores. O que la satisfacción de mi vida sexual habría pasado por una cama redonda con seis o siete doncellas (incluida ella) minuciosamente escogidas entre todas mis relaciones sociales.

No hay sitio para más. Me temo que los vascos, a pesar de lo que digan las encuestas, somos realmente tan felices como incansables amantes.

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