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Reportaje:

El secreto de una torre emblemática

La restauración del campanario de la iglesia de Santa Catalina saca a la luz su esplendor barroco y algún defecto

Ferran Bono

El hito escultórico de una de las calles emblemáticas de Valencia; el campanario que corona la popular y centrica calle de la Paz de Valencia y le confiere su perfil tradicional, la torre barroca de la iglesia gótica de Santa Catalina, estaba hueca. Bueno, exactamente "el estudio de las juntas de mortero que unen o separan los sillares descubrió un edificio hueco, en el que los sillares se relacionaban unos con otros mediante pequeñas cuñas de piedra". Entre las pequeñas cuñas cabía el puño de una mano, por ejemplo. La explicación de José Ignacio Casar, el arquitecto responsable de la rehabilitación de la torre de Santa Catalina, intervención que ayer se presentó a los medios de comunicación oficialmente, no pretende alarmar a nadie. No es que la torre que empezó a construirse a finales del siglo XVII y se concluyó en 1704 fuera a desplomarse en cualquier momento, pues el técnico indicó que no se corrió ese riesgo, sino que su explicación venía a ilustrar algunos aspectos defectuosos del proceso de edificación, motivados, probablemente, por las prisas en la ejecución y por la falta de presupuesto.

Para paliar ese inquietante hueco se introdujeron momentáneamente cuñas de madera y se diseñó "un sistema específico de inyección de lechada de cal". "Fue uno de los momentos más delicados de la obra", añadió Casar sobre los trabajos de restauración que han insuflado nueva vida a la torre. La fachada recayente a la plaza de Lope de Vega y la calle de Tapinería ya ha sido cubierta por andamios para empezar su próxima rehabilitación.

El arzobispo de Valencia, Agustín García-Gasco, el director gerente de la Fundación Caja Madrid, Rafael Spottorno, y el consejero de Cultura, Manuel Tarancón, también participaron en el acto de presentación de la restauración de la torre, que se inició con una oración oficiada por el prelado dentro del templo gótico. El presupuesto global de la intervención en la torre barroca y de las fachadas descritas se eleva a 1.743.157 euros, de los cuales la Generalitat aporta poco más de un millón y el programa de Conservación del Patrimonio Histórico de la Fundación de Caja Madrid, el resto.

Fue en febrero del 2001 cuando la Consejería de Cultura decidió una intervención de emergencia -que se ha convertido en integral- en la torre de 55 metros de altura tras la caída de algunos cascotes. El resultado está ya a ojos vista de cualquier transeúnte que pasee por la abigarrada trama urbana de la iglesia de Santa Catalina Mártir. Del reloj del campanarío queda el recuerdo. Su fama procedía de "su valor icónico", pero, en realidad, no tenía apenas valor, arguye Casar. Su maquinaría original fue sustituida por una electrónica y la esfera estaba formada por seis vidrios y laos números que marcan las horas eran de adhesivo plástico. Tampoco se integraba bien con la arquitectura de la torre. Finalmente se ha primado la función de la torre como campanario.

En este sentido, el arzobispo anunció ayer la posibilidad de trasladar de nuevo a la torre la campana Eloy, la única que queda refundida de las seis campanas inglesas originales. La única que hay en la actualidad se acciona a través de un ordenador y reproduce el toque manual, explicó ayer el técnico de Patrimonio Francesc Llop. La Guerra Civil provocó el traslado de dos de sus campanas a la cercana iglesia de San Martín y otra, el Eloy, cuyo nombre rinde homenaje al patrón, a la catedral. Eloy porque es masculina, apuntó Llop, al tiempo que recordaba que las campanas tienen sexo en función del nombre que reciben.

Ahora se inician los trabajos de rehabilitación de las fachadas de Lope de Vega y de Tapinería, para lo que sirve de gran ayuda las obras de restauración realizadas por Luis Gay entre los años 50 y 60 del pasado siglo.

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Sobre la firma

Ferran Bono
Redactor de EL PAÍS en la Comunidad Valenciana. Con anterioridad, ha ejercido como jefe de sección de Cultura. Licenciado en Lengua Española y Filología Catalana por la Universitat de València y máster UAM-EL PAÍS, ha desarrollado la mayor parte de su trayectoria periodística en el campo de la cultura.

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