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Reportaje:

Los últimos días de un viejo poblado 'temporal'

El asentamiento marginal del Cerro de las Liebres, levantado por la Administración en 1990, empezó a ser desmantelado ayer

El panadero Antonio se quedará sin clientes dentro de siete meses. Este vecino de Palomeras, de 55 años, acude desde hace una década con su furgoneta al poblado gitano del Cerro de las Liebres, en Fuencarral, para vender pan y otros comestibles a los vecinos de este barrio alejado de las tiendas y bares del distrito.

Cuando hace días se enteró de que la Comunidad de Madrid iba a realojar antes del verano de 2003 a las 100 familias del Cerro (412 personas), sus sentimientos eran encontrados. Por un lado sentía la pérdida de clientes, pero, por otro, este hombre, también gitano, se alegraba por su gente, ya que el barrio, con 29 chabolas y 71 prefabricados, está aislado del resto de la ciudad. Sus casas prefabricadas, construidas en 1990 como alojamiento "provisional", se encuentran en mal estado.

"Nos gusta estar junto a la lumbre y en los pisos no la hay, pero tenemos que acostumbrarnos a vivir con los payos"

"Así no se puede vivir en este siglo", asegura este hombre, que también fue chabolista. Ayer, mientras vendía refrescos, fruta y barras de pan acompañado de su yerno, observó una actividad especial en el poblado. La causa era que habían comenzado los realojamientos con el traslado a pisos sociales de las primeras cuatro familias. Al acontecimiento acudieron numerosos periodistas y responsables políticos, encabezados por el presidente regional, Alberto Ruiz-Gallardón.

Sara, una joven madre de 20 años, echaba un último vistazo al barrio donde ha vivido en la última década. Poco después partía con su marido y sus dos hijos, de cinco y un años, rumbo a su nuevo hogar, una vivienda de alquiler barato (de 150 a 180 euros) en San Sebastián de los Reyes. "He crecido aquí y puede que al principio me cueste adaptarme a un bloque de pisos, pero estas casas se caen y tienen muchos bichos, así que es mejor marcharse", explicó con su bebé en brazos.

Ayer hizo la mudanza sin conocer el piso donde va a residir a partir de ahora. "Pero he visto uno igual que le han concedido a una vecina y me parece bien", explica. Es práctica habitual de la Comunidad no enseñar a los chabolistas las viviendas donde van a ser realojados para evitar que los vecinos del bloque les vean antes del traslado y se genere rechazo.

Juan Manuel Filigrana, de 62 años, y Trinidad Silva, su mujer, de 59, contemplaban con envidia la mudanza de sus vecinos. "Nosotros nos iríamos mañana mismo, porque en este barrio han pasado ya muchas cosas, hay demasiadas quimeras [líos]", insisten. Se refieren a algunos enfrentamientos que han salpicado a este núcleo tras un doble asesinato cometido el pasado 30 de mayo en otro poblado gitano, el de Las Mimbreras, en Cuatro Vientos, a muchos kilómetros de distancia. Ese día miembros del clan de Los Extremeños mataron a tiros a dos hombres del clan de Los Gallegos, un patriarca y su yerno. En Las Liebres vivían familiares de los presuntos asesinos, que desde entonces temen una venganza.

El prefabricado de este matrimonio, uno de los de más edad en este núcleo habitado sobre todo por parejas jóvenes, está formado, como el resto, por dos habitaciones, una sala, una cocina y un baño. Apenas tienen muebles, pero sí una buena chimenea que sólo palia, en parte, el frío de estos casetones que llevan en pie mucho más tiempo del previsto.

"Nos gusta estar junto a la lumbre y nos va a costar adaptarnos a vivir sin ella en un piso, pero allí estaremos más tranquilos. Además, nos tenemos que acostumbrar a convivir con los payos", explican. Ellos vivieron antes en el poblado chabolista de Los Focos (San Blas), ya desmantelado, y después se construyeron un chamizo en Las Liebres, donde tenían a varios de sus 11 hijos. Ahora ya sólo vive con ellos la pequeña, Josefa, de 17 años, que está aprendiendo a leer y a escribir y acude también a las clases de costura y cocina que se imparten en el barrio para favorecer la inserción laboral de sus habitantes. La mayoría vive de la venta de chatarra, aunque un 10% trabaja por cuenta ajena en obras y grandes almacenes.

Antonio, el panadero, ha conocido la evolución del poblado de primera mano. Y lo que ve le satisface. "Antes aquí había personas con trabajos oscuros y ahora no", explica, refiriéndose a que en los primeros años Las Liebres era un punto de venta de drogas. Cristiano evangélico convencido, atribuye el cambio "a los efectos beneficiosos del culto sobre el pueblo gitano". Si los planes de la Comunidad se cumplen en mayo, se verá obligado a dedicar más tiempo a trasladar su negocio a los otros cuatro barrios de prefabricados de la ciudad.

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