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Columna
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Elecciones y economía

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Si siempre es útil no perder de vista la política, cuando las elecciones se acercan no se puede entender nada de lo que sucede en la economía sin tener en cuenta el calendario electoral. Ante las elecciones, muchos Gobiernos caen en la tentación de bajar impuestos y subir el gasto público. Como los milagros no existen, algún tiempo después se descubre que el déficit público ha aumentado. No es sorprendente que los tres países europeos con elecciones este año (Alemania, Francia y Portugal) hayan sido los que han registrado un salto importante en sus cifras de déficit después de las elecciones. A nadie debe sorprender que en España, ante las próximas, baje el IRPF, se suprima el IAE y se anuncien rebajas en el impuesto sobre sucesiones, después de haber subido los tributos indirectos los años anteriores. Tampoco debe extrañar que aumenten los salarios de los funcionarios tras tenerlos congelados en años no electorales, el aumento de las pensiones por encima de la inflación o el de las transferencias a los ayuntamientos.

La cercanía de las elecciones no sólo influye en la política económica, sino también en la presentación de la propia realidad económica. Es evidente que España, que fue bien, no va bien ahora. España es el país europeo donde más han aumentado el paro y la inflación en los últimos 12 meses. España es el país europeo donde más han caído las exportaciones y donde los datos de productividad y competitividad evolucionan pésimamente. Sin embargo, nadie debe esperar que, antes de las elecciones, el Gobierno diga que España va mal, sino que trate de buscar los aspectos más positivos de la situación. Esto es legítimo, aunque retrase el análisis y la solución de nuestros problemas. Lo que no es legítimo es que, como ha sucedido en Alemania, se oculte la situación del déficit o, como sucede en España, el Gobierno oculte el gasto público en infraestructura ferroviaria e hidráulica o siga sin informar sobre los avales que permiten elevar el endeudamiento.

La tercera consecuencia de unas elecciones reñidas es la paralización o incluso el retroceso en las reformas estructurales. Un ejemplo ha sido la forma en que se ha dado marcha atrás en el denominado decretazo. Pero ha sido más grave que algunos principios económicos que había costado mucho introducir en nuestro sistema económico, como el de avanzar en la responsabilidad fiscal de los entes territoriales o el de no utilizar los recursos de las cotizaciones sociales para gastos no contributivos, hayan sufrido sendas violaciones con las últimas medidas sobre financiación local o Seguridad Social.

Sólo después de las elecciones los ciudadanos descubrirán que los Reyes Magos no existen y que, cuando se bajan impuestos y se suben gastos, sin subir ni bajar otros impuestos o gastos, el déficit aumenta. En el corto plazo nadie se da cuenta, porque las políticas electoralistas no sólo no empeoran las cuentas públicas, sino que incluso sirven para mejorarlas, porque, al aumentar la inflación, los ingresos públicos aumentan con ella. En España, por ejemplo, el 70% del incremento del PIB nominal se debe a la inflación y sólo un 30% al crecimiento real, con lo que el aumento de recaudación del que está tan orgullosa Hacienda se debe a que la inflación sigue muy alta. Por eso los problemas de rebajar impuestos y aumentar gastos no sólo no aparecerán durante el periodo electoral, sino que la economía y las cuentas públicas pueden experimentar cierta euforia en este periodo.

Pensionistas, autónomos, contribuyentes o empresas constructoras se benefician en el corto plazo de la política económica electoralista. Lo que no está tan claro, curiosamente, es que beneficie a los partidos que la practican. En muchos casos pierden las elecciones, y en otros, como ahora en Alemania, donde hace sólo dos años tenían un presupuesto equilibrado, el reelegido Gobierno tiene ahora que lidiar con los problemas de haber rebajado los impuestos y aumentado los gastos. El daño que hacen a la economía estas políticas no suele compensar a nadie, pero parece que la tentación es irresistible.

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