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Reportaje:ATENCIÓN HOSPITALARIA | AULAS

Más que un maestro, un amigo

Las aulas hospitalarias confieren un matiz especial a la relación entre formadores y alumnos

Daniel tenía 14 años y la leucemia le había llevado hasta el Materno Infantil de Málaga, uno de los 25 hospitales andaluces que cuentan con equipos educativos que durante el pasado curso atendieron a 16.743 niños. En una visita institucional le preguntaron qué le hacía falta. No pidió juguetes ni ningún otro capricho obvio para su edad. Pidió que volviera Mercedes, quien había sido su profesora y ya no estaba. La leucemia pudo con Daniel, pero su petición ofrece una idea del vínculo que llega a haber entre profesores y alumnos en las aulas hospitalarias.

"Aquí el profesor no es un enemigo como puede llegar a serlo en la escuela", afirma Antonio Titos, que acumula doce años de experiencia en el Materno Infantil. Este profesor reconoce que sobrepasan el papel educativo para llegar a ser confidentes. Tener su figura cerca recuerda a los niños que son eso, chavales que no dejan de tener colegio por estar un año, dos, tres, o incluso desde que nacen hasta que mueren ingresados en un hospital. Algunos pasan la vida allí, pero otros, los que están ingresados periodos cortos, están escolarizados con normalidad. Así, hay una comunicación continua entre el centro de origen y el aula hospitalaria para evaluar las necesidades de cada alumno.

El programa de atención educativa hospitalaria surgió en Andalucía a finales de los ochenta auspiciado por la Consejería de Educación y el Servicio Andaluz de Salud. El Materno Infantil de Málaga cuenta con una zona lúdica común, tan bien equipada como decorada, para que los niños se sientan como en sus propias aulas y realicen talleres. No obstante, no pueden acudir los alumnos cuya salud es más grave, como los afectados por cáncer, los quemados, los de la unidad de infecciosos o los ventilodependientes (con graves problemas de movilidad). Aún así, todos estos alumnos de primaria y secundaria reciben atención individualizada en las habitaciones.

La flexibilidad marca la docencia en los hospitales. Las clases individuales están sujetas a una fiebre repentina, a los altibajos que propicia la quimioterapia, a la visita de los padres o el médico. Antonio Titos precisa que se trabaja de manera relajada: "No hay obligación, si el alumno se siente mal, se relaja la carga lectiva con algún vídeo o juego más llevadero".

Titos, al igual que su compañero Antonio Urquiza, destaca lo estimulante que resulta trabajar con estudiantes tan agradecidos. "El alumno enfermo es más maduro y más solidario con el resto de compañeros", asegura Titos. A este profesor granadino le llama la atención la inteligencia de los niños procedentes de oncología (enfermos de cáncer): "Son muy inteligentes. Te encuentras alumnos de primaria con inquietudes propias de secundaria, o bebés de 3 años con un lenguaje propio de 6 años".

Pero hay un grupo, el de lo quemados, que despierta un matiz más de preocupación e impotencia en Antonio Titos, acostumbrado a ver cómo ingresan niños con más de 10 años que han tenido accidentes con materiales inflamables que arrasan la mitad de sus cuerpos. Según Titos, las quemaduras generan un gran sufrimiento moral y físico, daño a la autoestima y un absentismo escolar notable. Así que reclama mayor información para que los alumnos con "espíritu investigador" sepan a qué atenerse al manejar, por ejemplo, alcohol. "La experimentación en la escuela no se sería una mala idea", opina.

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