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Los supervivientes de 'L'Oca' exigen condenas para los responsables

Varios testigos franceses afirman que jamás perdonarán a los acusados

La vista oral por el naufragio del catamarán L'Oca abandonó ayer sus vericuetos técnicos y legalistas para adentrarse en las tragedias personales. Testigos visiblemente emocionados, incapaces de contener las lágrimas, revivieron la muerte de sus allegados y recorrieron con ejemplar aplomo el reguero de dolor que ha dejado la desaparición de los 21 jubilados franceses que perecieron ahogados en el lago de Banyoles.

Los 14 primeros testigos franceses que declararon ayer insistieron en la absurdidad de la tragedia, en lo fácil que hubiera sido evitarla, y no escatimaron amargos y duros reproches hacia los acusados. Alguno de los testigos intentó incluso reclamarles público arrepentimiento o interrogarles, pero la juez les recordó que no estaba permitido dirigirse a ellos directamente. Hasta tres testigos reconocieron sin ninguna duda a Bartomeu Gayolà como único piloto de la embarcación.

Numerosos testigos reprocharon la lentitud de los servicios de auxilio y aseguraron que una actuación más decidida y profesional habría salvado más vidas. Odette Delalandre, superviviente del naufragio, recordó haber visto personas en la orilla que no hacían nada ante la tragedia. Otros ayudaron. Delalandre aprovechó el juicio para agradecer la ayuda de una joven que la salvó y a la que no ha vuelto a ver desde entonces. La testigo opinó que los cuatro años de prisión que se solicita para los acusados no son suficientes. "Deberían encarcelarlos hasta el fin de sus vidas", zanjó. Su hija, Celine Odette Delalandre, relató que hace más de un año repitió la ruta de la fatídica excursión y visitó a un sorprendido Simón Rodríguez para desearle "que no viera crecer a su hijo".

Los testigos mostraron el efecto catártico que para ellos tenía su declaración, tanto tiempo esperada. Delalandre se reconoció "contenta de poder explicar lo sucedido". La juez permitió a todos los testigos culminar la rueda de preguntas con algún comentario.

Nicole Colombel, que perdió a su marido en el naufragio, relató que no busca venganza, pero desea que los responsables de la tragedia sean conscientes de todo el daño que han causado. "Veníamos con toda la confianza del mundo. Todo esto era evitable", señaló. Colombel es de los primeros testigos de la vista que ha advertido que el barco "rozaba y tenía problemas para salir" del embarcadero. El naufragio, como a la mayoría de las víctimas y a sus familiares directos, le ha dejado importantes secuelas psicológicas: "Durante meses tenía la sensación de no poder quitarme el olor del agua. Tengo fobia incluso a la ducha o la piscina. No puedo subir a un barco. Cuando veo gente navegando siento ganas de decirles que bajen."

Claudine Baron, por su parte, recordó que la tragedia alcanzó a muchos matrimonios que empezaban a disfrutar de su merecida jubilación y tenían todavía mucha vida por delante. "Nos truncó la vida. Ahora estoy sola. Nunca podré perdonarlo", aseguró.

Imágenes y sonidos del horror

Una mano lucha por aferrarse a una barra roja que supone la salvación, pero se aleja y acaba hundiéndose irremisiblemente en el lago. Es la imagen que Thérèse Lavasseur no consigue borrar de su memoria desde el naufragio. Es la mano de su marido. "A veces me imagino que se agarrará a la barra, pero no...". El naufragio sorprendió a su esposo mientras se disponía a filmar desde la popa. Tuvo el tiempo justo de cogerle la mano y gritar: "¡Rápido, nos hundimos!". Todo sucedió en un instante.Ella se fue hacia el fondo y salió a flote varias veces. Veía la superficie del agua sobre su cabeza. Muy lejos. No pudo usar los salvavidas porque estaban atados. Salió a flote porque consiguió asirse a esa barra roja que tiene grabada en la memoria. De pronto, sorprendentemente, notó arena bajo sus pies. Sólo entonces cayó en la cuenta de que la tragedia sucedía a escasos metros del embarcadero. Caminó dentro del agua hasta ponerse a salvo. Su marido estaba tendido en el suelo, cerca de la orilla. Nadie le ayudaba. Fue en busca de asistencia. Le pusieron una máscara de oxígeno, pero no reaccionó. "Cuando le cubrieron la cabeza con la manta comprendí que todo había acabado". El horror de Thérèse Lavasseur también se encarna en un ruido que tampoco ha conseguido olvidar: la cremallera del contenedor de plástico cerrándose sobre el cadáver de su esposo.Claudine Baron también perdió a su marido en el naufragio. Oyó bullicio y griterío al poco de zarpar. Lo confundió con muestras de alegría. "Se están divirtiendo", comentó. De pronto, se encontraron con los pies empapados de agua. Su vecino le dijo: "Claudine, levántate y lánzate al agua". A pesar de su andar fatigoso y una tendinitis de rodilla que la obliga a usar bastón, consiguió aproximarse a la barandilla. El agua le cubría ya las piernas. Con esfuerzo, pudo lanzarse por la borda. Nadó alejándose del barco. Todo había sucedido en fracciones de segundo. De pronto, se acordó de su marido. Era muy ágil, pero había sufrido una traqueotomía a causa de un cáncer de garganta. "Una gota de agua podía ser mortal", recordó. Regresó hacia el barco pero no consiguió hallarle. Al poco de llegar al muelle le comunicaron que su marido estaba muerto, tendido cerca de la orilla. Se quedó media hora ante su cuerpo, contemplando cómo los servicios de socorro intentaban salvar otras vidas.

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