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El fracaso neoliberal en Argentina

En la década de 1990 Argentina puso en práctica quizá el 80% del programa económico del neoliberalismo, abriendo su economía al comercio mundial y al capital internacional, persiguiendo el dinero sólido, una inflación baja y una mejora del sistema legal. Fracasó.

En esa década, el PIB de Argentina aumentó en un 25% del punto mínimo al máximo, sólo para perder toda esa mejora en los últimos cuatro años. Hasta finales del invierno de 2002, los problemas de Argentina parecían meramente temporales. Ya no. El punto de vista de los poderes establecidos es que la desintegración económica de Argentina es culpa de los políticos.

Yo coincido a medias con este punto de vista. Los políticos argentinos estaban advertidos de que si mantenían el tipo de cambio constante y fijaban el valor del peso al del dólar se arriesgaban a hundir a la economía en una recesión si el dólar se revalorizaba. Los políticos argentinos también estaban advertidos de que su política respecto al peso no podría mantenerse a menos que se redujera la relación deuda nacional-PIB.

Sin embargo, durante los años de expansión, entre 1993 y 1998, el gasto público superó a los ingresos lo suficiente como para empujar la relación deuda-PIB del 29% al 44%. Cuando el dólar se revalorizó y llegó la recesión, los políticos con demasiada poca habilidad para equilibrar el presupuesto en épocas buenas resultaron tener demasiado poco valor para equilibrar el presupuesto cuando las cosas se pusieron difíciles.

El golpe de gracia fue la decisión del Gobierno (cuando estalló la crisis) de mantener los depósitos bancarios en dólares y cambiar a pesos las deudas debidas a los bancos, una jugada que hizo que al instante quebrara el sistema financiero del país.

La posición de los poderes establecidos es que si no se hubiera puesto en práctica ninguna de estas decisiones desastrosas, la economía de Argentina no se habría colapsado. Según este punto de vista, el programa neoliberal de Argentina en la década de los noventa era prácticamente a prueba de idiotas, pero resultó que los políticos argentinos constituían una amplia e ingeniosa clase de idiotas.

Sin embargo, hay otra forma de ver la tragedia de Argentina. Sus Gobiernos siempre prometen más de lo que cumplen. Prometen a los ricos oligarcas que no recaudarán demasiados impuestos. Prometen a los trabajadores y a los consumidores generosas garantías sociales, un rápido desarrollo económico, grandes gastos en infraestructura y cómodos puestos con poco trabajo para los que tienen conexiones políticas.

Si a esto le añadimos una distribución de los ingresos y de la riqueza que muchos consideran injusta, la falta de consenso social entre las clases obrera y media, y una depravación política que se remonta al general Galtieri, la Guerra Sucia y la era de Perón, tenemos la receta para una política de todos contra todos. Las demandas sobre el producto nacional y las exigencias de que el Gobierno haga que se cumplan esas demandas siempre equivaldrán a más del 100% de la producción.

La disputa política básica sobre cómo se distribuye la riqueza en Argentina sigue en pie. Cualquier movimiento político que intente limitar las apuestas está abocado al fracaso. Por tanto, los grandes déficit del Gobierno son una ley natural. Los tipos de interés argentinos sólo pueden ser bajos y razonables en raras ocasiones.

El hecho de que todo el mundo sepa que la política argentina genera déficit crónicos implica que los pagos del interés de la deuda siempre tienen la probabilidad de estallar. Como la dinámica de la deuda argentina es inestable, el tipo de cambio fijado a una divisa fuerte no puede durar. El libre acceso a los mercados internacionales de capital y cuentas bancarias denominadas en dólares significó que cuando el tipo de cambio fijo acabó colisionando con la lógica productora de déficit de la política argentina, el resultado sólo podía ser catastrófico.

También coincido a medias con este punto de vista. Si se hubiera capeado la crisis, si Argentina hubiera disfrutado de otra década de crecimiento rápido, sus conflictos por la distribución de la riqueza podrían haber sido moderados. El Gobierno de Argentina cometió graves errores; sus políticos pecaron contra los dioses de la economía monetaria. Pero el castigo no tenía por qué haber sido tan severo.

J. Bradford DeLong es catedrático de Economía en la Universidad de California en Berkeley y ex subsecretario del Tesoro de Estados Unidos.

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