Los azulgrana se condenan
Deportivo y Barcelona se neutralizaron por orden expresa de sus entrenadores, cuya obsesión por inutilizar al rival les llevó a actuar contra sus propios equipos, tanto en el redactado de la alineación como con las correcciones sobre la marcha.
Ya se sabía de los problemas de Irureta, que intentó zanjar el partido en el arranque para después recogerse sin miramientos, confiado en que la pegada de Tristán o Luque acabaría por derribar las desatenciones defensivas del Barça, que siempre acostumbra a entregarse con cualquier chorrada. No le faltó razón. La paciencia le valió el partido.
Más sorprendente fue, en cambio, el proceder de Van Gaal, que parapetó a su equipo en la mitad del campo. Ausente Riquelme, que ni siquiera se sentó en el banquillo por una sobrecarga en el adductor de la pierna derecha -el club tramitó el parte médico correspondiente a la Asociación de Fútbol Argentino para liberarle de la convocatoria de Bielsa para el amistoso del miércoles en Japón-, el Barcelona no tuvo peso en el área contraria porque concentró en Kluivert las funciones que se supone deben repartirse el enganche y el ariete, decisión que dejó a Saviola a la intemperie como punta cuando agradece jugar de segundo delantero. Al Deportivo le bastó con cuidar de Xavi para desactivar al Barcelona, que sólo descargó por la banda de Motta y Reiziger, faltos de centro, de punto de mira y también de objetivo. Obligados Cocu y Mendieta a tareas de presión y contención, al equipo azulgrana le faltó línea de pase, verticalidad y profundidad. Nada nuevo en un plantel que desde hace tiempo prefiere forzar jugadas a balón parado -ha marcado el 42% de los goles en acciones de estrategia- que tirar diagonales. A falta de desequilibrio, el Barcelona exhibió durante tres cuartas partes de partido un trabajo físico y táctico impecable, muy acorde con las exigencias del diseñador del partido [Van Gaal], que parecía quedar en buen lugar, por encima de cualquier jugador.
Pretendía resolver el Barcelona a base de madurar la contienda, de desgastar al rival, de laborar, un planteamiento más propio de un equipo italiano que español. El empeño resultó inútil: cargó muy pronto con tres tarjetas -Navarro no podrá jugar el sábado contra el Madrid- y al final volvió a ceder por sexta vez consecutiva en Riazor, dejando su casillero en 4 puntos sobre 15 en campo ajeno.
Puestos a jugar a no encajar un gol, el Barcelona lleva siempre las de perder. Ni que sea por tradición. Al rival le basta con aguardar, sabiendo que el empate lo tiene seguro y que, con un poco de suerte, igual le cae la victoria. Y el Deportivo la alcanzó por mayor talento y paciencia. Menor ante los grandes, el Barça se condenó cuando, contra natura, decidió que el partido se disputara sólo en su campo.
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