Elogio de la terquedad
Se dice que la gente mayor suele radicalizar sus ideas con el paso de los años. Joe Zawinul tiene 70 y en su caso no queda más remedio que hacer elogio de la terquedad. Con sus andares de horticultor y su sempiterno gorrito moruno, convierte cada viaje en una fiesta (quizá por influencia de su abuela zíngara), y en cada parada ve lugares y rostros que le inspiran nuevas combinaciones de materiales con los que ha conseguido inflar un imponente globo sonoro del que presume como un niño en tarde de domingo. El título de su último disco es precisamente Faces & places (ESC/Énfasis), pero no hay soporte plástico o magnético que pueda captar la intensidad de sus actuaciones en vivo.
Y eso que sobre el escenario el teclista vienés se limitó a la logística armónica y a acentuar con aparente arbitrariedad allí donde creyó que le convenía más a la música.
Joe Zawinul
Joe Zawinul (teclados, samplers y voz), Amit Chatterjee (guitarra y voz), Etienne Mbappe (bajo eléctrico y voz), Manolo Badrena (percusión y voz), Paco Sery (batería) y Sabine Kabongo (voz y pecusión). Teatro de la Casa de Campo. Madrid. 14 de noviembre.
Sus frases, como las del último Miles Davis, fueron cortas y cortantes, destellos de genio que dejaron mucho espacio libre para que sus compañeros, procedentes de cuatro continentes distintos, trabajasen duro.
Maleta
Como siempre, Paco Sery lo hizo a conciencia y con toda su alma. Cada vez que sale de gira con Zawinul, debe de cargar una maleta con brazos de repuesto porque su brega con los platos y tambores desafía todos los límites de la anatomía humana. Otro tanto cabe decir del bajista camerunés (el ejemplo de Richard Bona parece estar creando escuela) Etienne Mbappe: no se sabe si tocó con guantes porque tenía peladas las yemas de los dedos o porque para él las cuatro cuerdas ya no tienen misterio y se impone handicaps como los jugadores de golf. Ellos dos, junto con el irreprimible percusionista puertorriqueño Manolo Badrena, un loco a quien sería una locura atar, consiguieron que el grupo rugiera como una apisonadora de carreras en la recta de meta.
Excelente trabajo realizaron también el guitarrista indio Amit Chatterjee, que además cantó razonablemente bien una pieza de raíz árabe, y la cantante de origen congoleño Sabine Kabongo, que, además de hacer un estimable y desgarrado Come sunday (la maravillosa plegaria escrita por Duke Ellington), añadió exóticas gotas de percusión y de baile al espectáculo. No había que ser muy perspicaz para darse cuenta de que en el grupo de Zawinul los especialistas no están bien vistos. Dando ejemplo, el propio líder también pegó los labios al micrófono para sintetizar su voz, recurso que utiliza desde hace décadas y ahora los seguidores de Paulina Rubio consideran el invento del siglo.
Para redondear el espectáculo, todos los instrumentos se escucharon con claridad y a volumen no lesivo, lo que no impidió que los incondicionales de Zawinul saltarán de sus asientos en los momentos más excitantes. Quizá fuera su forma de celebrar la fértil terquedad de este hombre que sabe en qué puntos concretos hurgar para encontrar soluciones globales.
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