_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Campaña

Es evidente que ha dado comienzo la campaña electoral de las elecciones generales de marzo de 2004. Y como en todas las anteriores existen muchos elementos de interés, pero en este caso son, si cabe, mucho más interesantes para cualquiera que se detenga a analizar algunos de los muchos escenarios posibles.

Para empezar, se ha planteado una campaña electoral demasiado larga. No es la primera vez y no nada original. Una estrategia que en este contexto puede resultar beneficiosa para el PSOE, siempre que haya medido bien los tempos. En el fondo y en la forma me recuerda bastante a la primera campaña electoral de Blair. Pero también puede volverse en su contra si el PP sabe capitalizar con éxito su decisión de exhibir ahora su cara más amable, dejando para este último año y medio toda una batería de medidas de gobierno electoralistas, trabajando el territorio y los sectores sociales y manteniendo a resguardo hasta el último momento a su candidato. En ese caso, si el PSOE no se ha reservado algunas iniciativas de gran alcance, podría correr el riesgo de aparecer como una alternativa estancada precisamente en el último tramo de la campaña.

Pero la campaña se inicia en un contexto radicalmente diferente de la del año 2000. Con un partido en el Gobierno desgastado, sometido a crecientes tensiones internas, que ya ha iniciado un claro cambio de tendencia. El ejercicio de gobierno desgasta y la aplicación de políticas típicamente neoliberales desgasta mucho más, porque muchos ciudadanos comprueban en su vida cotidiana que muchos servicios públicos se han deteriorado, que se han tomado decisiones que benefician claramente a determinados grupos de presión y sectores de negocio situados en los aledaños del poder y que existen demasiadas connivencias y complicidades con algunos en detrimento de la mayoría, se hacen menos permeables a los discursos y a las promesas electorales lanzados desde el Gobierno. La relación de medidas percibidas como antisociales se hace muy larga y los sectores sociales con sentimiento de desamparo, desatención o agravio se amplía. Ya disponen de elementos para comparar y dan más importancia a los hechos que a las campañas publicitarias. Eso explica el cambio producido en la opinión pública. Nadie puede negar que se ha producido un cambio de tendencia. Ha empezado a instalarse en amplios sectores de la opinión pública -y lo que aún es más interesante, en el propio seno del PP- la sensación de final de etapa. Todavía no se ha producido la inversión, pero desde hace meses todas las encuestas indican que la intención de voto del PP es decreciente y la del PSOE aumenta. Podría decirse que la situación actual está muy cerca del empate técnico, pero es más probable que el PP todavía experimente una cierta capacidad de recuperación antes de que pueda producirse un vuelco electoral significativo.

La otra gran novedad es que el PP afronta su primera campaña electoral desde el Gobierno en un contexto de crisis económica y con el precedente de una huelga general que rompió muchos puentes pacientemente tejidos con sectores populares y que acentuó el perfil autoritario del PP. El paro ha vuelto a ser el primer problema de preocupación para muchos ciudadanos. Uno de los activos fundamentales del Gobierno del PP, los efectos benéficos de su política económica, deja de ser un punto fuerte para convertirse en un problema que ahora, por haber identificado la fase expansiva de la economía con su política económica, deben resolver a la defensiva.

La convocatoria electoral la abordará el PP en un escenario de retroceso electoral y de previsible pérdida de poder político en las elecciones autonómicas y municipales. Es evidente que no va a mejorar sus resultados, sino que muy probablemente perderá el gobierno de algunas ciudades y diputaciones. No registrará avances suficientes en Andalucía, Extremadura y Castilla-La Mancha y Aragón. En otros casos, la pérdida de su actual mayoría absoluta le puede suponer la pérdida del gobierno municipal o regional. Si a ello se añadiera una victoria de Pasqual Maragall en el próximo otoño, la percepción de opción política en declive se acentuará. Y ya se sabe las victorias tienen muchos padres, pero el fracaso es huérfano.

En esas circunstancias los partidos pierden la serenidad y, sin quererlo, pueden cometer errores cuyas consecuencias van mucho más allá de tiempo electoral. La decisión del PP de situar en el centro de la agenda electoral el debate sobre la unidad de España, queriendo situar al resto de expresiones democráticas fuera del espacio constitucional, es tan demagógico y desleal como irresponsable. Su grado de desconcierto y su afán por mantener mayorías electorales a cualquier precio, les impide valorar con sosiego las consecuencias que esa decisión puede tener para todos en el medio plazo. Es más, creo sinceramente que estas son las cuestiones que invalidan la gestión de un presidente aquí y ahora.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Mientras el PSOE presenta un candidato alternativo creíble que cuenta con el apoyo de un partido unido, el PP ha iniciado su campaña sin candidato. Otra novedad en los dos casos. Es muy probable que de esta circunstancia hagan de la necesidad virtud, pero lo cierto es que esta cuestión les plantea muchas dificultades. Un distinguido dirigente del PP me decía no hace mucho que es un problema de difícil solución. De una parte en las encuestas aparece Mayor Oreja como destacado, pero no está claro que con su discurso nacionalista de la España definitiva sea el mejor candidato para unas elecciones generales, especialmente si existiera una situación de pérdida de mayoría absoluta en el Parlamento español. En cambio, otros sectores se inclinan por Rato, pero también ofrece algunos flancos débiles por el lado de su gestión del patrimonio familiar.

En resumen, una campaña abierta y con resultado incierto. Nadie sabe lo que puede ocurrir, entre otras cosas porque año y medio en política es una enormidad de tiempo. Pero la actual situación y algunos de los escenarios previsibles me recuerdan, cada vez más, la situación de 1995. El PSOE empezó a perder las elecciones generales de 1996 en 1993... si no antes. Muchos otros ciudadanos ya manifestaron su descontento con el PSOE en las autonómicas y municipales de 1995. Ahora puede empezar a ocurrir algo similar. El PP puede empezar a perder las elecciones generales el año próximo, pero eso no quiere decir que ocurra. En cambio, la pérdida de la mayoría absoluta sí parece, por ahora, bastante más clara.

Joan Romero es catedrático en la Universitat de València.

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_