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Columna
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Épica

Enrique Gil Calvo

La reciente conquista por el presidente Bush de su plebiscitaria mayoría absoluta -cuya falta de frenos y contrapesos hará remover en sus tumbas a los federalistas que redactaron la Constitución estadounidense- parece tan inquietante que plantea preguntas de difícil respuesta. ¿Estamos ante una victoria de la derecha reaccionaria o ante una derrota de la izquierda liberal? Pues las dos cosas. La participación electoral ha sido tan baja (inferior al 40%) que la victoria republicana podría ser defectiva, si ha sido alcanzada más por defecto de votos ajenos que por la superioridad de los propios. Pero el que la abstención haya castigado en mayor medida a los demócratas que a los republicanos significa que estamos tanto ante una victoria de la derecha conservadora, que ha conseguido movilizar a sus abstencionistas, como ante una derrota de la izquierda progresista, que se ha revelado incapaz de empujar a los suyos hasta las urnas.

¿Cómo explicar esta victoria republicana, por defectiva que haya sido, ante la oleada de crisis bursátil, corrupción política y escándalos económicos que envenenaban el clima electoral? La respuesta es obvia: gracias a la épica de la cruzada antiterrorista, Bush ha sabido monopolizar la agenda, tapando todas las demás cuestiones a debate que le perjudicaban. Así que debemos invertir aquel eslogan que Clinton utilizó contra Bush padre: no es la economía, estúpido, sino que es la guerra lo único que cuenta. De este modo, en sólo 10 años el clima político ha invertido su signo: del economicismo socialdemócrata o neoliberal, que polarizaba la arena pública en la década de los noventa, hemos pasado al más crudo realismo político. Es el retorno de Carl Schmitt y su dialéctica del amigo y el enemigo.

Lo cual es grave, porque el retorno del realismo belicista implica la derrota o al menos el eclipse de todas las corrientes herederas del racionalismo político: contractualismo, procedimentalismo, garantismo, etcétera. Pues ante la primacía de las políticas de seguridad, que amenazan con el uso de la fuerza, se desvanecen todas las demás consideraciones: tanto las basadas en los intereses como las fundadas en las libertades y en los derechos, que constituían el armazón teórico del liberalismo y la socialdemocracia. De poco sirve la ideología lírica cuando lo único que cuenta es la narratología épica. Y en estas condiciones, la izquierda progresista se muestra impotente a la hora de movilizar a sus electores, como le acaba de ocurrir al Partido Demócrata en Estados Unidos y les viene sucediendo a los partidos socialistas por toda Europa. Es verdad que hay excepciones, como Alemania, Suecia o el Reino Unido, pero estos socialismos también se han impuesto con discursos referidos a la guerra, ya fueran neutrales o belicistas. Pues en el resto de Europa -Italia, Francia, Portugal, Holanda-, la lucha contra el infiel también arrasa.

¿Y en España? Es preciso reconocer que Aznar fue un pionero al adelantarse a toda la derecha de Occidente con su cruzada primero antisocialista y después antinacionalista. Con ello no hacía sino regresar a sus orígenes ideológicos, pues el realismo político de Carl Schmitt fue la filosofía oficial de la España de los años cuarenta y cincuenta que le alumbró. De ahí que se haya situado vocacionalmente a la vanguardia de la épica europea que reclama firmeza y mano dura contra los enemigos interiores o externos. Contra estos tambores de guerra, la lírica del cambio tranquilo que ofrece Zapatero podría resultar incapaz de movilizar a sus bases abstencionistas. Y si pretende resistir con elegancia a la épica guerrera, aún podría ser peor. La prueba está en los ataques que esta semana le ha propinado la derecha por su tibieza con los nacionalistas, acusándole de traición a la patria.

¿Qué hacer? ¿Regresar a la épica de la lucha de clases antiglobalización, como propone el realismo político izquierdista? Habrá que parafrasear de nuevo aquel eslogan: no es la ideología, estúpidos, es la narratología. O sea, la epopeya. Pero ¿cuál podría ser ésta?

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