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ELECCIONES EN EE UU

Los demócratas buscan un giro a la izquierda tras el fracaso de su política de moderación

El apoyo a las pretensiones militares de Bush contra Irak divide al partido de la oposición

'Desde que Bill Clinton se marchó, no sabemos quiénes somos', decía un estratega demócrata esta semana en Washington. La tragedia política de este partido en las últimas elecciones ha generado un examen de conciencia que deben resolver con rapidez para evitar otro desastre en las presidenciales de 2004. La moderación de su oferta política desilusionó a las bases del partido alejadas del centro. Los demócratas parecen dispuestos a corregir ese error con el nombramiento de la californiana Nancy Pelosi, profundamente liberal, al frente del partido en la Cámara de Representantes.

Una mujer de talante progresista estará al frente del partido en el Congreso

El discurso blando de los demócratas y, por encima de todo, su apoyo tácito y explícito a las pretensiones militares de Bush contra Irak, ha sumido al partido en el pozo más indigno de la política estadounidense: lo han perdido todo en Washington. Los republicanos consiguieron el grand slam de la política al hacerse con el control de la Cámara de Representantes y del Senado a la vez que uno de los suyos reside en la Casa Banca. El último en lograr este control institucional -lo cual añade más dolor a la derrota- fue un demócrata en 1934, Franklin Delano Roosevelt.

El partido que el ex presidente (1992-2000) Bill Clinton lidera en la sombra es consciente de que su programa electoral quedó convertido en un eco de la oferta republicana. La historia política y la lógica elemental demuestran que, si la línea de separación entre las ofertas es borrosa, el votante carece de motivación para impulsar un cambio.

Los ideólogos demócratas sólo tienen unos pocos meses para descifrar esta derrota. En Estados Unidos, las elecciones parciales marcan también la línea de salida de la campaña para las presidenciales. Aunque el equilibrio político en el Capitolio se mantiene ajustado, la distancia que separa a los demócratas de la Casa Blanca parece ahora mucho mayor que hace una semana.

En su agenda de campaña había elementos suficientes para una oposición firme, pero se optó por la estrategia de la moderación para no asustar a los votantes más centrados. Ahora lamentan no haber sacado partido a hechos políticamente tan sabrosos como el descenso en los índices de confianza del consumidor -en mínimos históricos- o el escepticismo creciente de los electores ante la política militar de Bush y su pretensión de invadir Irak a toda costa.

Entre las dos opciones de campaña -dejarse llevar por la estela patriótica que siguió a los atentados del 11 de septiembre de 2001 o cuestionar agresivamente las intenciones del presidente-, escogieron la que consideraban menos arriesgada. No pensaron que los militantes más progresistas echarían de menos un discurso capaz de cuestionar la erosión de las libertades civiles amparada en la lucha antiterrorista, o la manipulación financiera de grandes corporaciones ante una clase dirigente aparentemente poco interesada en atajar brotes de corrupción en compañías que alimentan las arcas políticas de Estados Unidos.

Tanta ha sido la desidia de los demócratas a la hora de hacer oposición que en la recta final de las elecciones ni siquiera aceptaron el regalo de la televisión. Tim Russert, periodista político de la NBC, les ofreció 11 debates en el último mes de campaña. Los republicanos rechazaron dos; los demócratas, nueve.

El Comité Nacional Demócrata sabe que sólo hay dos opciones: quedarse donde están o moverse hacia la izquierda. El presidente Harry Truman solía decir que si el votante de Estados Unidos tiene que escoger entre un republicano de verdad y uno de mentira, se quedará siempre con el auténtico.

Otro demócrata, John F. Kennedy, dijo una vez que el éxito político tiene muchos padres, pero el fracaso es huérfano. No ha ocurrido así en este caso: Dick Gephart asumió su parte de culpa cuando presentó su dimisión como líder de la minoría demócrata en la Cámara de Representantes. Paga con ello su presencia en la foto de los jardines de la Casa Blanca cuando Bush presentó victorioso el apoyo del Capitolio a una acción militar contra Irak.

Hasta hace dos días todavía había voces que alertaban sobre los peligros de una 'radicalización' del partido. Por ejemplo, el tejano Martin Frost, que competía con Nancy Pelosi por el liderazgo en la Cámara de Representante, decía que su contrincante 'es demasiado de izquierdas, y creo que para que tengamos éxito tenemos que dirigirnos más a los votantes del centro'. Un día después, Frost se retiró de esa competición interna y aceptó que el partido apoyase a Pelosi, lo cual proporciona una primera declaración de intenciones políticas de los demócratas para los dos años que quedan hasta las presidenciales. Pelosi será además la primera mujer al frente de un partido en la Cámara.

Falta por demostrar que el nombramiento de Pelosi y el giro a la izquierda permitan -como aseguraba esta semana Al Gore- que la derrota genere un reagrupamiento del partido y no convierta a los demócratas en una especie en extinción.

El ex vicepresidente demócrata Al Gore, durante un acto electoral en Florida el pasado domingo.
El ex vicepresidente demócrata Al Gore, durante un acto electoral en Florida el pasado domingo.ASSOCIATED PRESS

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