Marañas de la memoria
La novela con la cual la escritora mallorquina Maria de la Pau Janer resultó finalista del Premio Planeta, Las mujeres que hay en mí (su primera obra escrita en castellano), cuenta la historia de tres mujeres. Sofía tiene 20 años cuando muere de parto. La hija que tiene es Elisa, que también muere veinteañera no sin antes haber concebido a Carlota. Y es Carlota la que narra en primera persona y la que almacena la historia de su abuela y su madre en una memoria que intenta abrirse paso entre la maraña de verdades que intuye y otras que se le omiten. Esta historia transcurre en Mallorca, en una casona que alberga al abuelo y por la que transitan tres tías solteronas. Para completar el cuadro familiar, pulula por los alrededores un jardinero, amante platónico de Sofía, luego amante carnal de Elisa y de nuevo amante, con igual intensidad sexual aunque más exigua, de Carlota. Faltaría consignar la presencia de un amigo del jardinero, un tipo que vive en India y provee de libros (desde la India, claro) al febril amante.
LAS MUJERES QUE HAY EN MÍ
Maria de la Pau Janer Planeta. Barcelona, 2002 298 páginas. 19 euros
En esta novela no falta de nada. Los labios que se describen siempre son carnosos y húmedos. Los pezones son cerezas, sobre todo cuando están henchidos por el deseo. No faltan recetas de mermeladas, una buena dosis de exotismo en la descripción de la India y un sintomático (que no metafórico, como quizá intentó la autora) relato de la tumba del Taj Mahal. La capacidad para contonearse de Sofía ante el jardinero desde su ventana (sin venir a cuento y también sin argumentarse por qué de esa manera tan sofisticada le pone los cuernos al marido) es una de las escenas de onanismo más sonrojante que el lector vaya a leer nunca. Respecto a su escritura no hay nada que decir, no existe. Sí es opulenta su cháchara, esa manera torrencial de incrustar frases.
Desde el punto de vista de la construcción novelística, sólo voy a citar un ejemplo. La novela comparte dos puntos de vista, uno omnipresente y otro en primera persona. Así Carlota tiene bastante menos información que los lectores. De esto se da cuenta Janer. ¿Cómo lo resuelve? Haciendo que, hacia el final de la novela, escuche a unas vecinas intercambiándose chismorreos, es decir, esa porción de verdad que la heroína necesita para armar los secretos de su inverosímil existencia. Yo creo que los lectores mayoritarios no se merecen tanta impostura, incompetencia y banalidad.
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