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Columna
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Un gregario especial

Josep Ramoneda

Sigo pensando que la cultura democrática constituye el gran déficit de la democracia española. Los socialistas pudieron y no quisieron: llegaron al poder sin experiencia alguna y se preocuparon más de coger bien las riendas que de fomentar la sociedad abierta. Los nacionalistas periféricos creyeron que la democracia eran ellos -creencia que la izquierda incomprensiblemente compartió- con lo cual ni siquiera se plantearon que pudiera haber problemas de cultura democrática: la patria era lo único importante. Para la derecha el principal valor de la democracia era que la alternancia les devolviera el poder. Una vez conseguido, se olvidaron rápidamente de las promesas de regeneración democrática que habían hecho en su batalla para desbancar a los socialistas. Hay que decir que a nadie sorprendió porque eran quienes menos autoridad tenían en esta materia. Cada cual viene de donde viene.

Después de 25 años de ensayo democrático lo más grave es que todos nos hemos acostumbrado ya al secuestro de la democracia por las élites políticas, y sus manipulaciones nos resultan tan ordinarias, tan familiares que ni siquiera nos llaman la atención. Ahora empieza una larga batalla electoral en la que dos gobiernos, el de CiU en Cataluña y el del PP en el resto de España, se juegan su hegemonía. Los recursos que da el poder son infinitos -infinitamente superiores a los que tienen los partidos de la oposición. Veremos pasar a menudo la tenue frontera que separa lo legal de lo democráticamente legítimo o de lo abiertamente inaceptable. Naturalmente, la oposición lo criticará, aunque muchas veces lo hace con la boca tan pequeña que es una premonición de lo que pasará el día que lleguen al poder. En cualquier caso, me gustará recordarle a José Luis Rodríguez Zapatero -el que más se ha mojado- sus promesas sobre transparencia y sobre usos democráticos si un día llega al poder.

Estaba pensando en estas cosas cuando me encontré a Jordi Pujol en las pantallas de TV-3. Otra obsequiosa entrevista -como el spot que tuvo Aznar semanas atrás en el mismo horario. Más de tres cuartos de hora para no comunicar nada relevante a la ciudadanía, que debería ser la condición mínima para que un presidente democrático irrumpa en la cena de las familias. Ni siquiera anunció el inminente cambio de Gobierno que ya debía de tener decidido. Más de tres cuartos de hora para atacar a Pasqual Maragall, decir que el PP y el PSOE son lo mismo y presentar a Artur Mas como el delfín de las delicias, la mayor promesa que jamás haya soñado Cataluña. Era vigilia de puente, con lo cual estaba garantizado que la oposición no reaccionaría hasta el lunes. Es alarmante la facilidad con que se acepta que una televisión pública regale un spot publicitario de casi una hora al presidente del Gobierno catalán, y otro de media al presidente del Gobierno central. Si se quiere contribuir a reducir los gastos de campaña, que se haga en forma de debates o de entrevistas abiertas, conforme a la cultura democrática: un medio público debería estar para dar información y para facilitar la confrontación de ideas y propuestas, pero no para hacer propaganda.

Estaba en este punto del artículo cuando llegó la información que daba continuidad a la secuencia de la lucha de CiU por sobrevivir en el poder: conferencia de Mas, spot televisivo de Pujol, reestructuración del Gobierno. La secuencia seguirá. Quedan muchos meses de campaña, me temo que veremos muchas incursiones televisivas en prime-time.

Mas no ha conseguido todo lo que quería -un Gobierno a su imagen y semejanza-, pero sí ha logrado que Pujol desplace algunos rostros demasiado anodinos o demasiado contaminados para dar cierta sensación de cambio y que haga una reducción o concentración de carteras que tiene como objetivo visualizar el organigrama que el candidato presentó en su conferencia programa. Predicar el cambio desde el propio Gobierno que se quiere cambiar es una contradicción conceptual que requiere mucho desparpajo, mucha demagogia y mucho ejercicio de fantasía política (hacer ver cosas que no son forzosamente). Hay un precedente: Felipe González en 1993. Hay una duda legítima: ¿le mereció la pena ganar entonces? Probablemente, él y todos nosotros nos habríamos ahorrado mucha basura.

Pero, en fin, en esto está Mas -y Pujol dispuesto a hacerle de escudero, como se vio en TV-3. Indurain, que también ganó cinco tours, cuando comprendió que ya sólo servía para gregario se fue a casa. Pujol ha decidido dedicar sus últimos esfuerzos a subir a su sucesor hasta la cima y sobre todo a protegerlo de los vendavales que amenacen con romper el pelotón y provocar la escapada definitiva de sus rivales. Un gregario especial que con un ojo mira a su candidato y con el otro a su propio futuro (es decir, a la historia). Mas juega con una ventaja: su rival se siente tan cómodo en el pelotón que en vez de desgastar provocando escapadas, se entretiene en dar conversación a Pujol o en enviar cartas a sus amigos sobre sus temas favoritos: Cataluña, las esencias nacionales, los desamores con España. Así no hay quien rompa la carrera.

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A Mas probablemente le hubiera gustado que fuera gente de su confianza la que le subiera al tren. Pero a Pujol no se le aparta fácilmente. La reestructuración busca el pacto de estabilidad convergente. Felip Puig sube a primera línea, a tirar del candidato por el lado nacionalista. Con ello se consiguen dos objetivos: implicar a toda la familia y seguir cumplimentando al sector soberanista (que puede pensar incluso que tiene un recambio en primer plano). Los refuerzos, uno de ellos -Antoni Fernández Teixidó- proveniente del centrismo, no pasan del nivel de gregarios dispuestos a subir bidones al candidato. Choca, sin embargo, la fusión de Interior y Justicia. Una prueba que ya hizo Felipe González precisamente en su último mandato, con Juan Alberto Belloch, y que si fue buena para la democracia porque sacó definitivamente a la guerra sucia de la oscuridad, más bien fue catastrófica desde el punto de vista de los intereses del presidente y su Gobierno. En cualquier caso, en puridad democrática me parece muy discutible que Justicia e Interior estén en las mismas manos. Los intereses de Interior pueden ser muchas veces contrarios a las razones de la justicia, lo cual puede conducir a situaciones muy equívocas.

Después del programa, después de la preparación publicitaria, la reestructuración electoral. Con una conclusión: Pujol le da a Mas lo que pide, pero no todo lo que quiere. Así ha sido desde que fue ungido sucesor. Y, probablemente, así será mientras Pujol dure. 'Quien hace lo que puede no está obligado a más', ha dicho Pujol sobre su tarea de protección y ayuda al candidato. Exactamente eso: 'lo que puede', sin esforzarse un milímetro más.

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