De lo sutil a lo fútil
En días sucesivos, Madrid se ha permitido el lujo de recibir a dos pianistas cubanos de fama universal y técnica galáctica. La celebridad de Chucho Valdés congregó a más público en la segunda jornada, pero lo mejor se escuchó en la primera, gracias a una afortunada conversión estética que ha modificado el modo de entender la música de Gonzalo Rubalcaba. No hace tanto, este prodigio isleño pulsaba teclas a la misma velocidad que rueda el contador de un surtidor de gasolina. Vertiginoso, opulento y no pocas veces retórico, Rubalcaba se ahogaba en su propio virtuosismo instrumental: entre pulsación y pulsación, no le cabía ni una brizna de aire.
Por suerte, ahora su selección de notas es mucho más ponderada y el silencio ocupa lugar de privilegio en su nuevo léxico. En el teatro Albéniz incluso dio la sensación por momentos de ser una derivación lógica y moderna de las innovaciones del trío de Ahmad Jamal, aquel pianista que, allá a finales de los años cincuenta, inventó una fórmula interactiva de trío cuya economía de medios expresivos consiguió interesar al mismísimo Miles Davis.
Gonzalo Rubalcaba trío, Havana Report y Chucho Valdés.
Teatro Albéniz. Madrid. 1 y 2 de noviembre.
En esa misma línea, Rubalcaba propuso piezas de esquemas variados, generosos en vicisitudes rítmicas, armónicas y dinámicas. Cuando Rubalcaba adelantó el paso, fue una delicia asistir a su asombroso control del teclado, a su exquisitez de improvisador polifacético y a la eficacia con que empleó los pedales. La mayoría de su variado repertorio procedía de su disco más reciente, Supernova, pero también hubo algunas recuperaciones felices del anterior, Inner voyage, como la preciosa canción de cuna Yolanda Anas.
Al día siguiente, Chucho Valdés no permitió que se le durmiera nadie. Pertenece a esa clase de músico tan seguro de sus posibilidades que da la vuelta de honor antes de ganar la carrera. Todo un emperador del piano que, a cambio de lealtad, ofrece a sus seguidores enormes cofres rebosantes de notas. Esta vez empezó suave, pero el Bésame mucho inicial no tardó en renegar de su título. Zúrrame a fondo o similares, hubiera resultado mucho más apropiado, toda vez que Chucho abrió la caja de los truenos sin venir a cuento, rasgando a machetazos cualquier atisbo romántico y descuartizando la lógica de un bolero ejemplo de sentido común. Algo similar sucedió con You dont know what love is, una balada de serena amargura que Valdés convirtió en un sofocado correcalles. La posterior aparición de la cantante, Mayra Caridad Valdés tampoco mejoró las cosas. La dama dio aires casi de gospel a otro bolero, Cómo fue, y siguió comportándose como una hija de Harlem en Duerme negrita, nana que sonó a urgente diana militar, y en otro tema en homenaje a Omara Portuondo, presente en la sala. En resumen: si el concierto de Rubalcaba destiló imaginación sutil, el de Valdés dejó la sensación de exhibición algo fútil.
Rutina y buen humor
Como telonero de Chucho Valdés actuó el grupo Havana Report, sexteto de carácter incierto que descansa su peso sobre la fama de sus dos históricos percusionistas, Tata Güines y Changuito. Rutina y buen humor se repartieron las dos mitades del escenario. Un tercer componente, la trivialidad, asomó su chata nariz cuando el percusionista Pancho Terry, en funciones de animador de casino de Las Vegas, arrancó a cantar. Por el Unforgettable que trituró con una sonrisa de oreja a oreja, se merecería toda una cadena perpetua incondicional.
Babelia
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