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Crítica:47ª SEMANA DE CINE DE VALLADOLID
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Luppi, Alterio y Pepe Soriano bordan un precioso 'western'

Saura presenta 'Salomé', su nuevo musical flamenco.

El último tren engancha desde que arranca. Seduce y crea rápidamente comodidad y complicidad, y tensa pronto el hilo de la emoción sin soltarlo ni un instante hasta que la pantalla se oscurece tras la emocionante secuencia final. Es este admirable filme uruguayo una obra tocada de gracia y esplendorosamente interpretada por tres superdotados actores, Federico Luppi, Héctor Alterio y Pepe Soriano, que sueltan la melena de su ingenio y se las arreglan para embaucar y cautivar con un exquisito engarce recíproco de sus talentos y sus registros expresivos, lo que conduce a uno de los más generosos y abiertos triángulos interpretativos que se han visto últimamente en el cine del mundo.

'El último tren', del uruguayo Diego Arsuaga, engancha desde que arranca

Dirige esta pequeña, preciosa e inmensa película Diego Arsuaga, un uruguayo curtido en varios oficios cinematográficos, aunque casi un debutante en el territorio de la dirección. Pero el olfato y la pericia asoman con tanta fuerza en su trabajo dentro de El último tren que bien podrían hacerlo pasar como un despliegue de eficacia propia de la veteranía. La formidable agilidad de los encadenamientos; las conquistas rítmicas que dejan ver las vertiginosas aceleraciones y los delicados frenazos de la secuencia; la exactitud y el buen engarce interior de los juegos de encuadres; las precisas definiciones visuales de las peculiaridades de cada uno de los tres personajes dominantes en el largo reparto; todo esto y otras rotundas virtudes de buen oficio hacen que de la pantalla de El último tren emane una muy agradable y viva impresión de maestría, de dominio del discurso.

Hay una doble, e incluso a ratos una triple, película interior que se mueve en estado de total transparencia dentro de las zonas ocultas de este maravilloso western subversivo, cuya sensación de absoluta solvencia arranca del buen acabamiento que se percibe en la escritura de fondo, un guión del propio Arsuaga y de Beda Docampo y Fernando León, que está dialogado con tinta destilada de celuloide puro, sin ecos ni oquedades literarias, mantenido en pie por un armazón con pinta de férreo, pero en realidad elástico y abierto por igual a la epopeya y a la comedia, a la buena lágrima y a la sonrisa, a la severidad del compromiso político y a la ligereza de la gracia.

Entra en lo irrepetible, en roce con lo genial, lo que Federico Luppi, Héctor Alterio y Pepe Soriano dibujan y combinan en esta su amistosa aventura de buenos ladrones de la última locomotora de los ferrocarriles uruguayos, un viejo caballo de hierro que Hollywood quiere comprar para seguir haciendo sus propios westerns, pero del que ellos se adueñan para hacer su propio aventura del Oeste sobre las vías férreas abandonadas de Uruguay. Hay verdad y emoción a raudales en este hermoso último tren secuestrado y conducido por tres viejos resistentes de la lucha por la libertad en tiempos de venta y de servidumbre.

Y quedó atrás un nuevo ejercicio de pantalla musical de Carlos Saura. Se trata de su filmación del ballet Salomé, de Aida Gómez, una pieza teatral y musical magnífica, de extraordinaria audacia y belleza, a la que Carlos Saura aplica meticulosamente su bien dominada y conocida fórmula para este tipo de filmaciones, que nació y se desarrolló, hasta formar casi un pequeño género individual, en su bella y mundialmente célebre tacada de películas musicales, desde Carmen, en 1983, a Tango, en 1998, pasando por El amor brujo (1985), Sevillanas (1992) y Flamenco (1995).

Es Salomé una película aceptable, primorosamente rodada y llena de imágenes potentes, pero que flaquea en lo que su forma tiene de caída en la fórmula. Saura repite, reitera su manera ya hecha de filmar este tipo de espectáculos, sin que se tenga esta vez la sensación de que esa filmación procede del interior de la escena, sino que por el contrario parece impuesta a la escena desde fuera de ella. Y esto arrastra inevitablemente una sensación de dominio de la mecánica sobre la inspiración, de la técnica sobre la poesía.

Y pasó a la trastienda de la memoria, al rincón oscuro de los olvidos, la demasiado fiel adaptación que los célebres hermanos Paolo y Vittorio Taviani han hecho de la legendaria novela de León Tolstói Resurrección. Se ve bien la primera parte de las tres horas largas de este mamotreto televisivo, que ha sido trasladado demasiado apresuradamente a la pantalla grande, que parece así encogida por una actitud en exceso reverencial de los guionistas y directores respecto del orden y la duración de los sucesos novelados, lo que da lugar a una película desmedida, que no pasa de ser una simple ilustración fílmica de la novela original y no una transformación de ésta en verdadero cine. El traslado integral de novelas a la pantalla tiene sentido en las series por capítulos para la televisión, pero antes de convertir a estas series en películas propiamente dichas conviene medir con mucho cuidado los problemas de duración y de orden secuencial, porque de lo contrario se corre el riesgo de estar haciendo pasar por cine a algo que no lo es en absoluto. Y no se entiende que una falsificación de esta especie venga a competir a los festivales internacionales de cine.

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