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Tribuna
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Plataformas

En los tiempos actuales, cuando el puchero de las elecciones municipales de mayo empieza a humear y la marmita de los comicios catalanes del próximo otoño rebosa ya con todos los ingredientes del guiso, cabe la posibilidad de que usted, amable lector, sienta la tentación de adquirir un compromiso político más activo, bien sea en calidad de neófito o de reincidente. Si así fuere, permítame la osadía de darle un consejo práctico, compatible con todas las preferencias ideológicas: ¡no se afilie a ningún partido político, esa antigualla!, ¡no se le ocurra convertirse en militante, esa baja condición que le obligaría a aceptar frondosas jerarquías, a sufrir reuniones interminables y quizá incluso a ejercer de mano de obra gratuita en alguna burda tarea preelectoral! Lo que hoy se lleva, lo que cotiza al alza y posee prestigio social, lo que merece el interés y la gratitud de los líderes es apuntarse a una plataforma, una fundación o un círculo que apoye sus aspiraciones desde fuera de las propias siglas. Si, además, puede usted invocar la condición de desencantado, huérfano o rebotado de alguna adscripción o lealtad anterior, entonces téngalo por seguro: cualquiera que sea la puerta a la que llame, le recibirán con alfombra roja y los brazos abiertos.

Hoy no cotiza ser militante, lo que se lleva es apoyar las siglas desde fuera, apuntarse a una plataforma o un círculo

Es de justicia reconocer que los pioneros en la experimentación política con 'plataformas' externas al partido fueron los socialistas catalanes, acuciados por el natural deseo de derrotar a Pujol en las elecciones a la Generalitat. Sin embargo, las cosas no iban a resultarles fáciles: primero, entre 1986 y 1987, vivió y murió la Conferència dels Homes i Dones d'Esquerra; después, en 1988, fue botada para una corta singladura la Convenció per una Majoria Nacional i de Progrés; más tarde, ya en 1994, nacía Catalunya Segle XXI. Pero los resultados electorales siguieron siendo esquivos. Sólo hacia 1998, ante la evidencia demoscópica de que el nuevo candidato, Pasqual Maragall, concitaba más apoyos y simpatías que el estricto PSC, se apostó por recoger ese maragallismo extrapartidista en una estructura permanente, seria y verosímil, denominada Ciutadans pel Canvi. Cuál fuese su contribución cuantitativa a la casi victoria de 1999 es algo que se ignora; sí sabemos que, lejos de resultar un tinglado instrumental y efímero, los Ciutadans se han convertido en un actor político con personalidad propia, aunque ello suscite a veces dolores de cabeza en la calle de Nicaragua.

En las últimas semanas, no obstante, a la fórmula de Ciutadans pel Canvi le han surgido tal número de émulos, imitadores y sucedáneos que la cosa está tomando visos de epidemia. Primero fue Pere Esteve el que, tras su ruidosa y bien escenificada salida de Convergència, quebró la lógica política que hubiese debido llevarle a ingresar en Esquerra para anunciar el proyecto de una plataforma 'nacionalista, de izquierdas y de progreso' -¿cuál es, entonces, el espacio de ERC?- con vocación electoral y, todo lo más, aliada o coligada en el futuro con el partido de Carod-Rovira.

Todavía sin precisar ni el nombre ni la viabilidad de los planes de Esteve, la inmediata resaca del décimo congreso del Partido Popular de Cataluña nos sorprendió con otra novedad: el recién investido Josep Piqué promueve, probablemente bajo el rótulo de Pensament 2004, una fundación 'transversal', un cenáculo de reflexión ideológica e intelectual que desea atraer a personas hasta ahora en la órbita de CiU y del PSC, aunque de momento sólo cuenta con una antología de directivos del Círculo de Economía y con un puñado de ex altos cargos deudores de la natural gratitud. Lo que las cavilaciones de esos ignotos exponentes de la vida civil catalana puedan dar de sí y el caso que pueda hacerles el PPC son incógnitas que están por despejar. Lo que Piqué busca con ellos, en cambio, está bien claro: ganar prestancia social para su candidatura y amortiguar el rechazo que la marca del Partido Popular sigue provocando.

Pero, por si éramos pocos, también Convergència ha parido su plataforma, ésta de apoyo a las aspiraciones presidenciales de Artur Mas. La lanzaron la pasada semana bajo el nombre de MCat, acrónimo de Mobilització Catalanista, y por una vez el objetivo no es apriscar notables (léase empresarios, profesionales, artistas o intelectuales), sino más bien sacar de la modorra a una presunta 'mayoría gubernamental silenciosa', al catalanista apático o -esto no podía faltar- al patriota desencantado o receloso con los partidos. Ahora bien, movilizarlos, ¿para qué? Lo pregunto porque si es al servicio de ese nacionalismo estrecho y providencialista, de ese alarmismo demagógico y grotescamente maniqueo que destilaba el artículo programático sobre MCat aparecido en el Avui del pasado 22 de octubre, entonces más valdrá hacerse el dormido.

Ciertamente, los partidos políticos actuales son artefactos bicentenarios y, por tanto, envejecidos, llenos de disfunciones representativas y deficitarios de democracia interna. Aun así, los partidos constituyen por ahora instrumentos de participación irreemplazables, se rigen por reglas mucho más transparentes que cualquier plataforma o grupo informal y, hoy por hoy, siguen siendo los que ganan -o pierden- las elecciones. Lo sostengo con la modesta autoridad que me confiere el observarlos muy de cerca pero no haber militado nunca en ninguno de ellos.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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