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LA CRÓNICA
Columna
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Testigos de cargo

Uno pensaba que los escritores Javier Marías y Juan Villoro se presentarían con gabardina, sombrero a lo Bogart y gafas oscuras y que conversarían entre susurros sobre Tu rostro mañana (Alfaguara) parapetados tras sendos ejemplares de The Times, pero no. Se contentaron con buscar un marco adecuado para hablar de una novela que trata de espías y de delaciones, de conocimientos y de traiciones, de historias y de ficciones. De literatura, en definitiva. El marco era la sala de actos del Colegio de Abogados de Barcelona, llena de un público fiel dispuesto a reírle todas las gracias a Marías.

En el escenario, sentados en butacas tapizadas de rojo, estaban Javier Marías y Juan Villoro, decididos a afrontar todo el peso de la ley y a ejercer de testigos de cargo en una presentación presidida por la sombra de desconfianza que emana de las páginas del libro. 'No debería uno contar nunca nada', empieza la novela de Marías, y a partir de ahí siguen cerca de quinientas páginas de buena literatura sobre el resbaladizo territorio de los servicios secretos. El narrador es un personaje que vuelve de una novela que, con el paso de los años, se está volviendo básica en la obra de Marías: Todas las almas. Si allí ejercía de español sin nombre en el mundo universitario de Oxford, ahora vuelve al mismo escenario, con un nombre cambiante, para profundizar en el complicado mundo del espionaje británico.

Javier Marías habló de su nueva novela de espías en el Colegio de Abogados. De repente, todos podíamos ser espías y espiados

'Hay un poco de desorden en mi libro', aceptó Javier Marías, escritor digresivo donde los haya. 'Buena parte de esta primera parte de la novela (Fiebre y lanza) pasa durante un fin de semana; o mejor dicho, entre un sábado y un domingo por la mañana. En la segunda parte, que estoy escribiendo, acabará el fin de semana. Entre medio, claro, hay episodios que se intercalan'. Son episodios que hablan de distintos aspectos del mundo de los espías, mientras el narrador recibe el encargo de redactar informes sobre una serie de personajes. En todo caso, la consigna de 'calla, calla y sálvate' se va repitiendo. 'Siempre me ha sorprendido que en las películas americanas adviertan a los detenidos de que pueden permanecer en silencio pero si hablan puede ser utilizado en su contra', señaló Marías. 'No entiendo cómo ante esta advertencia no permanecen en silencio. No será porque no les avisan'.

Marías se confesó ante el jurado del público como un escritor que improvisa, pero dentro de un esquema. 'En mis novelas hay desorden porque me gusta improvisar', dijo. 'Hay escritores que trabajan con mapa y que saben exactamente el camino por donde avanzarán. No es mi caso. La verdad es que me aburriría mucho trabajar así. Yo trabajo con brújula: sé hacia dónde voy, pero no sé si habrá ríos, desfiladeros, montañas... Hay escritores que afirman que sus personajes les sorprenden cobrando vida propia. No deja de asombrarme, ya que se trata de seres de ficción creados por el autor, que es quien decide a la postre. En mis libros yo me permito sorpresas, pero sabiendo que soy yo quien manda'.

En la presentación quedó claro que a Javier Marías no le gusta escribir como quien rellena las casillas de un crucigrama. Tampoco le va la acción lineal, sino que prefiere escribir novelas alrededor de una idea y recurrir a menudo a la digresión, para ir añadiendo capas de cebolla a su mundo literario. No es extraño, por otra parte, en alguien que tradujo el Tristram Shandy, la gran obra de Laurence Sterne, autor cumbre de la digresión.

En su nueva novela -o media novela, ya que habrá continuación-, Marías entra en el mundo del espionaje, con todo el misterio que emana de los servicios secretos británicos, siempre ligados al mundo universitario de Oxford y Cambridge. Por las páginas del libro asoman la guerra civil española, la II Guerra Mundial y personajes míticos como el espía Kim Philby. Por cierto que cuando Juan Villoro le preguntó a Marías si él mismo había sido espía, se entretuvo encendiendo un cigarrillo y, tras expulsar el suficiente humo para crear un ambiente digno de un espía, dijo lo típico: 'Si fuera un espía, no estaría autorizado a decirlo'. Siguió, evidentemente, un cruce de miradas cargadas de desconfianza entre los asistentes. De repente, surgió la convicción de que todos podíamos ser espías y todos podíamos ser espiados. 'El narrador escucha mucho', precisó Marías, 'y en Oxford hay mucha gente que ha trabajado como consejero para los servicios secretos. Yo he conocido a gente que ha trabajado para el MI6, pero yo, en principio, no. En todo caso, como he dicho, no me autorizarían a decirlo'.

El acto terminó con la lectura de un fragmento de la novela en el que Marías narra un episodio de delación sufrido por su propio padre en la primera posguerra. Los asistentes escuchaban en silencio y prorrumpieron en una salva de aplausos cuando terminó. A continuación, los cruces de miradas se intensificaron. De repente, volvía la sospecha: todos podíamos ser delatados o delatores. Una vez en la calle, los coches que circulaban de prisa por la calle de Mallorca parecían otorgar a Barcelona un aire de ciudad repleta de espías, como la Viena de la posguerra que Graham Greene describió en El tercer hombre. O como el Oxford de Tu rostro mañana, esa novela que se presentó en el Colegio de Abogados de Barcelona y que, como en los mejores episodios de espías, termina con un enigmático 'continuará...'.

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