El hallazgo de un gran objeto más allá de Plutón replantea la idea de planeta
E l pasado 4 de junio, usando un pequeño telescopio del veterano observatorio de Monte Palomar, y tras siete meses de búsqueda, dos astrónomos estadounidenses descubrieron el objeto denominado Quaoar (ver EL PAÍS, 8 de octubre). Siete meses son un tiempo muy corto comparado con los quince años que tardó Clyde Tombaugh en localizar a Plutón: las técnicas de análisis digital de imágenes están ya revolucionando el campo de la detección de cuerpos menores en los arrabales del Sistema solar.
En promedio, Quaoar se encuentra 1.200 millones de kilómetros más allá de Plutón, una distancia difícil de imaginar. La luz del Sol tarda cinco horas en alcanzar este mundo en penumbra, una gran esfera rocosa cubierta de hielo; sin embargo, este último miembro de la familia solar es uno de los avanzados de una tribu de objetos compuesta por quizá 100.000 miembros, de los que hasta ahora se han descubierto tan sólo unos 600. A mediados del siglo XX, el astrónomo Gerald Kuiper propuso la existencia de un enjambre de cuerpos situados más allá de Plutón, pero más cerca que los cometas, una especie de cinturón de asteroides, pero más lejano y también más poblado: su predicción no se hizo realidad hasta 1992, cuando se descubrió el primer objeto perteneciente al enjambre, llamado Cinturón de Kuiper.
La luz del Sol tarda cinco horas en alcanzar este mundo en penumbra
Si Quaoar ha merecido titulares en la prensa, lo debe a su tamaño: su diámetro, 1.250 km, es aproximadamente un tercio del de la Luna. Se ha subrayado que se trata del mayor cuerpo descubierto en el sistema solar desde Plutón, en 1930. Es también la primera vez que las dimensiones de un cuerpo tan lejano se verifican telescópicamente, por medio del Hubble y también por el Observatorio de Pico Veleta, en Granada. La comprobación se ha basado en el calor solar que Quaoar refleja, y que depende de la distancia, la temperatura y el tamaño. Hay que subrayar la notable hazaña científica que representa medir la temperatura de un cuerpo situado a más de 6.000 millones de kilómetros de la Tierra.
¿Qué se les ha perdido a los astrónomos planetarios en el Cinturón de Kuiper? Cuando se descubrió Neptuno, algunos científicos, entre ellos Percival Lowell, el gran defensor de la idea de que los canales marcianos eran en realidad obras de ingeniería planetaria, calculó que este octavo planeta no bastaba para explicar las anomalías orbitales de Urano. Propuso entonces la existencia de otro gran planeta, el planeta X, que ha sido una especie de serpiente de verano del sistema solar hasta que se demostró, mucho tiempo después de la muerte de Lowell, ocurrida en 1916, que sus cálculos eran erróneos, por lo que no cabía esperar ningún gran planeta exterior a Neptuno.
Entretanto, Tombaugh, desde el observatorio privado que fundó Lowell, había descubierto Plutón (cuyas dos primeras letras son las iniciales de Lowell), un extraño planeta que nunca encontró acomodo en los dos grandes clanes del sistema: demasiado pequeño en comparación con los gigantes de gas, demasiado ligero para planeta rocoso, a lo que más se parecía era a los satélites de los planetas gigantes. La hipótesis clásica sobre Plutón era que se trataba de un satélite escapado del abrazo gravitatorio de Neptuno, una idea abonada por su exótica órbita, que cruza la de este planeta.
Ahora, con el descubrimiento de centenares de objetos en el Cinturón de Kuiper, esta idea tiene una competidora: Plutón podría ser un satélite evadido, pero también un intruso de la tribu de Kuiper al que alguna carambola astronómica ha llevado a merodear por zonas más cercanas al Sol: el dominio de los planetas. Pero, ¿no es Plutón mismo un planeta? En los años noventa, esta pregunta pareció lo bastante importante como para que la Unión Astronómica Internacional (IAU, siglas en inglés) revisase su definición. El dictamen, emitido en 1999, determina que un planeta es 'un objeto en órbita alrededor de una estrella, que sea más pesado que Plutón y más ligero que la estrella más pequeña'.
Se trata, evidentemente, de acabar con la polémica salvaguardando la condición planetaria de Plutón, pero descalificando a todos los cuerpos menores que él, descubiertos o por descubrir. Desde luego, esta resolución salomónica choca con las definiciones clásicas de planetas. Por ejemplo, la de la Real Academia Española, según la cual un planeta es un cuerpo celeste que gira alrededor de una estrella y que se hace visible por la luz que refleja. O la de la Real Academia de Ciencias, que propone que se trata de cuerpos celestes que describen órbitas alrededor del Sol o de otra estrella, a cuyo sistema pertenecen. Aceptando cualquiera de estas definiciones, Quaoar sería un planeta de pleno derecho; el problema (semántico, que no científico) es que también cumplen estas definiciones no sólo los otros 100.000 objetos del Cinturón de Kuiper, sino también los miles de asteroides del cinturón, catalogados (2.095 en 1980) o por catalogar.
Vemos, por lo tanto, que la definición restrictiva de la IAU tan sólo resuelve el problema de que no sepamos exactamente cuántos cuerpos giran alrededor del Sol y que merezcan llamarse planetas; pero también que carece por completo de base científica. Por el contrario, destila heliocentrismo, ya que en ella se convierte a la masa de Plutón en una medida universal para clasificar objetos astronómicos no estelares. Esta decisión podrá quizá resistir la exploración del Cinturón de Kuiper, cuyos objetos necesariamente serán o mayores o menores que Plutón: sólo en el primer caso la familia planetaria admitirá un nuevo miembro. En lo que casi todos están de acuerdo es en que si Plutón fuese descubierto hoy, nadie pensaría en clasificarlo como un planeta.
Las predicciones actuales son optimistas, ya que tan sólo se ha revisado de forma sistemática una vigésima parte del Cinturón: casi todos los científicos planetarios apuestan por el hallazgo de varios cuerpos mayores que Plutón. Alguno de ellos fuerza la apuesta, prediciendo que en el curso de esta búsqueda se encontrará algún cuerpo tan grande como la Tierra.
Un objeto del tamaño de nuestro planeta situado en un lugar del sistema solar que apenas ha sido modificado desde su origen (algunos lo han definido como un yacimiento arqueológico de la historia del sistema) sería realmente un objeto digno de estudio.
Paralelamente a los logros científicos, la pequeña batalla semántica por lograr la categoría planetaria proseguirá, a medida que los astrónomos y sus ordenadores sigan escudriñando placas fotográficas cada vez más lejos del Sol. Sin embargo, lo que es seguro es que, sean cuales sean las categorías que establezcamos, se verán desbordadas cuando los datos sobre los nuevos sistemas planetarios comiencen a llegar de manera fluida.
En una actualización reciente se contabilizaban 87 sistemas planetarios (con 101 planetas) en torno a otras estrellas. Puesto que cualquier incursión en un terreno científicamente desconocido desencadena siempre una cascada de sorpresas, no es arriesgado predecir que los planetas extrasolares nos obligarán a modificar cualquier regla. Porque la naturaleza siempre será más variada, y sobre todo, enormemente más interesante, que esas muletas que empleamos para caminar a través de ella y que llamamos clasificaciones.
Francisco Anguita es profesor de planetología de la Universidad Complutense (Madrid).
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