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Tragedia en Moscú

Si Rusia fuera una república parlamentaria 'normal', Vladímir Putin debería responder a multitud de interpelaciones sobre la carnicería que tuvo lugar el sábado pasado en el Club del Teatro de la calle de Dubrovka. Esta operación de fuerza para liberar a más de 700 rehenes apresados por un comando checheno ha provocado primero 30 muertos, posteriormente 67, luego 90 y más tarde 118, y la cuenta aún no ha acabado, ya que otros 45 se encuentran entre la vida y la muerte en diferentes hospitales. Si a eso se le añaden los alrededor de 50 asaltantes -tampoco se conoce la cifra exacta-, sumarían cerca de 250 víctimas, lo que supone mucho más que la media aceptada en este tipo de operaciones, el 20%, por las fuerzas especiales rusas (spetznaz). Pero el presidente ruso no se expone a tener que responder por este baño de sangre, porque la opinión pública mundial -y no sólo la rusa- condena los actos terroristas que incluyen la toma de rehenes.

Se presentó el sábado por la noche, en un discurso televisado, como el vencedor de una operación necesaria, realizada con gran profesionalidad por los spetznaz y expresó su pesar por aquellos que no pudieron ser salvados. Para hoy, martes 29, proclamó un día de luto nacional. Así pues, según su punto de vista, la tragedia del teatro de Dubrovka ya es un caso cerrado.

Pero ¿lo es también para los moscovitas que vieron un extraordinario desbarajuste con los rehenes hospitalizados a los cuales los familiares no tenían ningún acceso? Las listas de enfermos, ingresados en una decena de hospitales, no podían encontrarse, al igual, evidentemente, que las de los muertos. Todo esto basta para confirmar que Rusia no es un país 'normal'.

Sin embargo, es necesario empezar por el principio. La toma de los rehenes, 56 horas antes del asalto, bastaba ya para mostrar la extraordinaria ineficacia de las fuerzas del orden en la capital rusa. Los asaltantes, según sus declaraciones a la cadena NTV, emitidas tras su caída, se encontraban en Moscú desde hacía dos meses. Se tomaron el tiempo necesario para localizar un teatro no protegido y comprar las armas y los explosivos antes de irrumpir durante el segundo acto del espectáculo. La primera comedia musical rusa, Nord-Ost, estrenada el pasado 11 de mayo, seguía atrayendo a un público numeroso, con una mayoría de jóvenes; el miércoles pasado se vendieron 711 entradas para una sala con capacidad para 1.000 personas. El Club está situado en el barrio Proletarski, a menos de cinco kilómetros del Kremlin.

'Moscú es una ciudad abierta', declaró en caliente Vladímir Putin. Pero también está repleta de policías que realizan operaciones de control de identidad sistemáticas, así como controles de vehículos. Hay que creer que este gigantesco ejército de controladores está más interesado en la posibilidad de sacarse unos cuantos rublos -o dólares, preferentemente- que en los traficantes de armas y de drogas. Movsar Baráyev, el jovencísimo jefe del comando -sólo tenía 23 años-, formado por unos 50 hombres y mujeres, no fue localizado. Sobrino del temible Arbi Baráyev, uno de los peores secuestradores, responsable del asesinato del general Chpigun en 1998 y de cuatro jóvenes anglosajones, Movsar Baráyev no tenía la talla necesaria para dirigir un comando de 50 hombres. Hay quien se ha preguntado si otro hombre, enmascarado, no sería el verdadero jefe o si las órdenes eran dictadas desde el exterior. Inmediatamente después de la eliminación del comando, la policía lanzó una redada entre los chechenos de Moscú y detuvo a unos treinta, de los cuales, al parecer, tres iban armados. ¿Quiénes son? ¿Acaso se trata de chivos expiatorios para ocultar la increíble incapacidad de las fuerzas del orden?

Sobre las intenciones de Movsar Baráyev y de su comando, otras muchas preguntas merecen ser planteadas. Pertenecen al ala wahabí, muy islamista, de la resistencia chechena y se reconocen fieles de Chamil Bassaev, el muy incómodo socio del presidente Aslán Masjádov. Ahora bien, ayer se ha inaugurado en Copenhague el Congreso Mundial Checheno, de tendencia moderada. El Gobierno ruso envió una nota al danés, amenazando con anular una cumbre en Moscú entre la Unión Europea y Rusia, pero en vano: 'Se trata de una organización privada y nuestras leyes no nos permiten prohibirlo', han respondido los daneses. Para los extremistas chechenos, esta reunión tampoco promete nada bueno. De ahí la idea de una espectacular toma de rehenes en Moscú y la exigencia de una retirada de las fuerzas rusas en siete días. En una cinta difundida por la cadena árabe Al Yazira, las mujeres del comando, que portaban velo, y un hombre enmascarado se declaraban dispuestos a morir en el nombre de Alá para lograr su objetivo. Sólo han conseguido situar la guerra de Chechenia en el centro de la política rusa y, en cierto sentido, incluso de la política mundial.

Moscú tiene un plan para solucionar este conflicto: en diciembre, los chechenos deberán elegir su presidente. A continuación, deberán aprobar la nueva Constitución de su pequeña república. Una guerra de baja intensidad no puede impedir la realización de esta política. Ya no hay grandes batallas en Chechenia, aunque las acciones de los guerrilleros independentistas siguen provocando víctimas. Es una situación que puede compararse a la de Irlanda del Norte cuando el IRA realizaba sus acciones ofensivas. La pacificación completa sólo es posible a través de una negociación, siguiendo el modelo irlandés, por ejemplo.

Los rusos lo saben, pero no quieren reconocer a Aslán Masjádov como un interlocutor válido. Este rechazo hacia el presidente checheno, elegido de forma legítima en 1997, se explica sin duda por su rencor hacia los acuerdos de Jazaviurt, en virtud de los cuales tuvieron que retirar sus tropas de la república caucásica. Otros sostienen que durante los tres años de independencia, entre 1996 y 1999, Masjádov no supo mantener el orden y cedió a las presiones de los islamistas, introduciendo la sharia . Todo esto es cierto, pero no existen otras personalidades chechenas capaces de sustituir a este mal presidente. Aquel que sea elegido en diciembre será considerado por los independentistas como el hombre impuesto por Moscú. Y los guerrilleros chechenos proseguirán sus atentados.

En una entrevista reciente aparecida en Novaia Gazeta de Moscú, Ajmed Zakaev, viceprimer ministro de Chechenia, lo reconocía: 'Hemos perdido esta guerra, pero Rusia también la ha perdido, todos la hemos perdido'. Hablaba con dos ex presidentes del Parlamento ruso, Ruslan Jasbulatov e Iván Ribkin, y dos diputados actuales, Aslambeck Aslajánov y Yuri Chetchekotchiknin. El año pasado, Ajmed Zakaev mantuvo una reunión oficial en el aeropuerto de Moscú con el general Víctor Kazantsev, el superprefecto del sur de Rusia, y tenía la impresión de que su interlocutor, ex comandante en jefe de las fuerzas rusas en Chechenia,

quería poner fin a la guerra. Pero las tres horas de conversación no tuvieron continuidad.

¿Por qué esta intransigencia de una parte de los dirigentes rusos? Ajmed Zakaev la explica por los intereses económicos: 'En Chechenia no hay un solo funcionario o un solo empresario que no apoye a nuestros combatientes. Todo el armamento del que disponemos fue comprado en Chechenia a los rusos; en ocasiones se trata de armas que el Ejército ruso aún no ha recibido'. Son unas declaraciones sorprendentes, pero explican por qué la disminución de la ayuda procedente de Arabia Saudí y de otros países no ha tenido ninguna repercusión en Chechenia. Hay que tener valor para creer que los chechenos se aprovisionan en Ucrania o en Bielorrusia. La tragedia del teatro de Dubrovka en Moscú muestra claramente que la continuación de la guerra conlleva el riesgo de nuevos actos terroristas, incluso más graves. Porque si bien es cierto que Rusia no es un país 'normal', que está devorado por una corrupción increíble, también es cierto que un ala de los independentistas chechenos es suficientemente fanática como para llevar a cabo otras acciones de este tipo. Después de todo, fue la toma de rehenes de Budienovsk, en 1996, la que abrió el camino de Jazaviurt, donde el general Alexander Lébed firmó la paz con Aslán Masjádov. Además, cada episodio de esta guerra aviva el odio entre las nacionalidades que forman la Gran Rusia. La xenofobia en este país adquiere ya unas proporciones alarmantes y basta con algunos pretextos adicionales para que explote con violencia.

Vladimir Putin cree haber demostrado que es un zar fuerte, cuando en realidad ha dado prueba de una brutalidad desmedida. Gasear a más de 200 personas sin indicar a los hospitales el antídoto que podría salvarlas indica un cinismo increíble. Además, nada le obligaba a lanzar el asalto el sábado pasado al alba, ya que había prometido enviar al general Víctor Kazantsev para negociar en su nombre con Movsar Baráyev. Nada le obligaba tampoco a proseguir su plan para Chechenia, cuando sigue siendo posible una negociación con Aslán Masjádov. Es verdad que un acuerdo con el presidente checheno no garantiza la paz y la prosperidad para ese rincón de Rusia. Pero hay que empezar por ahí en vez de proseguir una guerra que enriquece a unos pocos y mina la reputación de Rusia.

K. S. Karol es periodista francés especializado en cuestiones del Este.

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