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Columna
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¿Espíritu traicionado?

La exposición Rubens y su época: tesoros del Museo Ermitage, que se puede contemplar en el Guggenheim de Bilbao, posee una calidad artística de altos vuelos, al tiempo que exhibe una variada gama de especialidades en lo que se tiene como artes decorativas menores (en forma de morriones, cascos, casquetes, armaduras, esculturas de pequeño formato, copas, botellas, vasos, bandejas, relojes, tapices y otros artilugios, realizados con diversos materiales, como acero, oro, plata, cobre, marfil , cuarzo, perlas, rubíes, sedas de colores, etcétera).

Al frente de la exposición el flamenco Peter Paul Rubens (1577-1640), gran triunfador de su época, cuya fama y éxito ningún artista disfrutó antes de él. Artista y diplomático, fue de corte en corte, de realeza en realeza, desde Luis XIII de Francia, hasta Felipe III de España, pasando por Carlos I de Inglaterra, quien le nombró caballero, aceptando un sinnúmero de encargos que llegaba a cumplir gracias a la ayuda de una legión de ayudantes. Con una gran seguridad en la mano, con la suficiente confianza en sí mismo para plasmar las pinceladas maestras necesarias en los últimos toques, hasta conseguir dar vida plena a cada una de sus creaciones...

Otro de los artistas más notables de la presente exposición es Van Dyck (1599-1641). Discípulo directo de Rubens, famoso en la especialidad del retrato, puso todo su talento en reflejar una refinada disposición a enaltecer los ideales de la nobleza de sangre azul y de la desenvoltura cortesana.

No se pueden olvidar las notables aportaciones por parte de Jacob Jordaens (1593-1678) y David Teniers El Joven (1610-1690), dentro de un destacado grupo de artistas de la época, casi todos nacidos en Amberes, que refuerzan el altísimo valor de la presente muestra proveniente de San Petersburgo.

No obstante calificar a esta exposición con toda suerte de máximas excelencias, no creo que el evento corresponda al espíritu de lo que significó la creación del Museo Guggenheim de Bilbao, ni mucho menos a lo que representaba de cara al futuro. ¿Se pretende hacernos olvidar ahora que el museo se alzó como paladín del mejor arte contemporáneo? ¿No se pone en entredicho la idea motriz consistente en mostrar la más acendrada vanguardia, incluso sabiendo que todas las vanguardias pasan, excepto la vanguardia?

¿Se han agotado las ideas y los impulsos imaginativos? ¿O tal vez faltan recursos económicos? Sea lo que fuere, para mí tengo que el espíritu de lo genuinamente guggenheimiano debería ser más proclive a adentrarse a vivir la aventura de lo nuevo, antes que apelar a la seguridad de lo sancionado como tradicionalmente bueno.

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