Publicidad sexista
En 1993, cuando me encontraba en el quinto y último curso en la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de Córdoba y en el marco de unas jornadas organizadas para facilitar la incorporación al mundo laboral de los inminentes licenciados, tuve la ocasión de entrevistarme con un directivo de una conocida empresa.
Poco recuerdo de aquella entrevista excepto que en el transcurso de la misma se me preguntó si tenía novio. Con lógico desconcierto contesté afirmativamente y, a mi vez, indagué por la razón de dicha pregunta. La contestación fue que las mujeres con compromiso sentimental eran más reacias a la movilidad geográfica y la empresa necesitaba de personas con total disponibilidad. Finalmente fue contratado un compañero de curso, varón.
Pues bien, después de casi diez años, esta anécdota casi olvidada vuelve a mi memoria tras haber visto en televisión un anuncio publicitario en el que un padre alecciona a su hijo, de pocos años de edad, acerca del truco para evitar fregar los platos: hacerlo mal.
Lástima que esté utilizando un conocido lavavajillas (marca propiedad de la empresa que me entrevistó). La perversidad del mensaje creo que es evidente. Puesto que el público objetivo de dicha empresa debe ser, a su juicio, exclusivamente femenino, no soy capaz de entender cómo obvia de tal manera los conceptos de corresponsabilidad en las tareas domésticas y educación no sexista. ¿Tenemos que ser los consumidores concienciados los que, mediante el boicoteo a la hora de hacer la compra, eduquemos a empresas como ésta en el respeto al derecho de igualdad? ¿No somos todos demasiado mayores para tener que utilizar el castigo como método didáctico? A propósito, ¿dónde están y a qué se dedican los organismos públicos encargados de controlar el contenido sexista de los anuncios publicitarios?
