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Electricité de France resiste a duras penas la ola privatizadora

La empresa gala produce energía barata, no recibe subvenciones y se centra en su negocio

En el año 2002 después de Cristo, todas las grandes empresas eléctricas de Europa han aceptado formalmente que la gestión privada, la apertura de mercados y la competencia es lo mejor para los clientes y para el negocio. ¿Todas? Electricité de France, una gran empresa europea, dirigida por irreductibles galos, resiste a duras penas a la corriente dominante. Esa resistencia le ha costado una seria advertencia de Bruselas al Gobierno francés para que limite el aval público de que disfruta la compañía.

La compañía retribuye a su accionista, el Estado francés, con un 40% de sus beneficios
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Electricité de France (EDF), compañía 100% pública, 161.708 empleados, 43 millones de clientes en todo el mundo, presencia en 22 países (España incluida) y una facturación en 2001 de 40.700 millones de euros (2,5 veces Endesa), trata de adaptarse a las corrientes dominantes en Europa sin perder su esencia. Pese a esa defensa, el nuevo Gobierno de Jean Pierre Raffarin ha anunciado su intención de privatizar en parte el gigante de la energía francés, probablemente por etapas y a partir del próximo año.

La tesis que defiende el equipo directivo de EDF, con su presidente, el menudo y fibroso François Roussely a la cabeza, es simple: la competencia y la apertura de mercados no depende del carácter, público o privado, de las empresas que trabajan en ellos, sino de otras cuestiones de mayor alcance.

La idea no es siempre aceptada, y Rousely se las ve y se las desea para convencer a la Comisión Europea y a los Gobiernos vecinos de que la empresa estatal comparte los objetivos de liberalización. El Gobierno español, sin ir más lejos, aprobó en 2000 una disposición por la que se reservaba el derecho de veto a la entrada de cualquier competidor extranjero en el sector energético español, una medida directamente pensada para zancadillear a EDF.

Roussely, un experimentado técnico del Gobierno francés, licenciado en la exquisita y elitista Escuela Nacional de Administración y experto, entre otras cosas, en asuntos de seguridad (desempeñó el cargo de director general de la Policía Nacional y fue secretario general y director de gabinete del Ministerio de Defensa), sostiene que 'en torno a EDF existen muchos estereotipos'.

Sin ayudas

Roussely y todo su equipo explican en este sentido que el gigante EDF, cuyo poder se sostiene en la capacidad de producir energía barata en 58 grupos de energía nuclear que generan más del 80% de la electricidad que se consume actualmente en Francia, no recibe subvenciones ni ningún tipo de ayuda del Estado desde hace 20 años.

Muy al contrario, la compañía retribuye a su accionista, el Estado francés, con un 40% de los beneficios que obtiene vía impuestos (577 millones de euros en 2001). 'Ocupamos un lugar particular en la economía francesa', admite el presidente Roussely, consciente de que el carácter público de su empresa levanta todo tipo de suspicacias en una Unión Europea (UE) que ha hecho bandera de las privatizaciones.

De ahí la prudencia con la que EDF explica su estrategia empresarial: consolidar sus posiciones en Europa y expandirse allí donde sea posible, pero sin voluntad de 'dominio'. En un reciente encuentro con la prensa española, Roussely lanzó un dardo bien dirigido: 'Si somos competitivos' afirmó 'no es porque los contribuyentes franceses paguen nuestras adquisiciones, sino al revés'.

En EDF se muestra todo un despliegue de gráficos para demostrar que su fama de depredador al acecho es un mito. Según sus datos, si se consideran los siete actores eléctricos europeos principales (las alemanas E.On, RWE y Vattenfall, la española Endesa, la belga Electrabel, la italiana Enel y la propia EDF), en los años 2000 y 2001 se invirtieron 55.000 millones de euros en adquisiciones transfronterizas. EDF, según dichos datos, sólo representó el 10% de tales operaciones.

El motor de la expansión de EDF, afirman sus responsables, no es otro que 'el principio de especialidad' al que está sujeta la compañía por ley y que impide a la eléctrica invertir en actividades no relacionadas con su negocio principal, como las telecomunicaciones. Para ganar dinero, vienen a decir los ejecutivos de EDF, la compañía tiene que crecer e invertir en el exterior. Y cumplir, de paso, las exigencias que impone Bruselas en materia de apertura de los mercados y que, entre otras cosas, establece que en 2004 todos los usuarios no domésticos podrán elegir suministrador eléctrico.

Es un equilibrio difícil de mantener. Formalmente, Francia cuenta ya con un 30% del mercado liberalizado; es decir, pueden elegir suministrador aquellos clientes con un consumo superior a los 16 GW/h.

En Francia compiten la española Endesa (accionista de la pequeña productora SNET) y Electrabel, a través de otra pequeña compañía adquirida a los ferrocarriles franceses. Además, se ha diferenciado entre la gran generadora EDF y la compañía propietaria de la red de distribución (RTE), aunque el capital de esta última es propiedad al 100% de Electricité de France, y por existir, existe hasta un mercado libre y voluntario de compraventa de kilowatios (Powernext) en el que participa como accionista promotor Endesa.

Presión intensa

Formalmente, Francia está cumpliendo todos los requisitos que impone Bruselas en materia de liberalización. Como prueba, EDF asegura que, desde febrero de 2000, más de 120 clientes franceses, que representan más de 240 puntos de suministro industrial en Francia, han cambiado de proveedor eléctrico y no son suministrados por la compañía.

Pero la presión para que el Estado francés se una a la corriente privatizadora y liberalizadora es intensa. Sólo la imaginación ha permitido a EDF mantener tapado hasta la fecha el tarro de sus esencias. Así, con ocasión de la compra del 34,5% de la alemana EnBW (propietaria en España del 35% de Hidrocantábrico), Bruselas obligó a EDF a poner en el mercado 6.000 MGW de capacidad de generación eléctrica, el equivalente a la producción de seis centrales nucleares. EDF lo ha hecho con un procedimiento poco habitual: subastando cada tres meses los kilowatios para que las empresas interesadas vendan a su vez esa energía generada en Francia como quieran y al precio que quieran. La propiedad queda a salvo.

Frente a reticencias y críticas, los directivos de EDF, como por ejemplo su consejero delegado, Loïc Caperan, exponen la realidad empresarial que les rodea.Caperan, por ejemplo, es muy crítico con la realidad del mercado liberalizado español, al que considera, y no sin razón, dominado por las dos grandes empresas, Endesa e Iberdrola. Y otro tanto sucede con Alemania, donde formalmente el mercado está liberalizado al 100%, pero con tal galimatías de normas y regulaciones que, en la práctica, y siempre según la visión francesa, es imposible competir.

Francia, con una posición estratégica fundamental en el diseño de mercado único de la energía esbozado por Bruselas, tiene como ejes fundamentales de futuro los negocios en el Reino Unido, Alemania e Italia. Pero a los ojos de su gran empresa, EDF, no ha pasado inadvertido el fenómeno que se desarrolla al otro lado de los Pirineos. En la isla energética que ahora mismo es la península Ibérica, España registra aumentos de la demanda de electricidad del 6% anual. Toda una oportunidad. Por ello, la compañía ha tomado posiciones en España de dos formas: en Hidrocantábrico, la cuarta eléctrica del mercado español, a través de su participada EnBW, y directamente en la actividad comercializadora a través de Hispaelec, que proporciona ya servicio a 29 clientes con un consumo total de 700 GW/h.

Para engrasar la difícil relación con el Gobierno español, Francia, en línea con las decisiones aprobadas en la cumbre de Barcelona, se ha comprometido a mejorar las interconexiones eléctricas con España. Este año, EDF, a través de RTE, dedicará a este fin 100 millones de euros.

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