Ferrán
Hay siempre dos formas de analizar a un deportista. Por sus virtudes o por su defectos. Por lo que sabe hacer o por lo que deja de realizar. Los americanos son maestros en contarnos lo bueno. Cada jugador, sea estrella u obrero, tiene siempre detrás sus récords y hazañas. Se ensalza lo bueno y se intenta tapar lo malo, asumiendo que salvo si te llamas Jordan, Magic o Bird, no hay jugadores perfectos y todos son susceptibles de buscarles las cosquillas si es eso lo que se pretende. Por estos parajes tendemos más hacia la otra orilla del río. Si un jugador es espectacular alguien se encargará de decir que no sabe jugar en equipo. Si otro es una roca defensiva, comentaremos que en ataque no se le puede dar el balón a riesgo de que rompa el aro en uno de sus tiros-pedradas. Si rebotea no anota, si es pacífico le falta sangre y si es de corazón caliente le pueden sus sentimientos antes que la razón. No juzgamos por lo que son los jugadores, sino por lo que creemos que deberían ser.
Ferrán Martínez, que acaba de presentar su carta de dimisión baloncestística por culpa de su maltrecho cuerpo, ha tenido que sufrir durante toda su carrera estos pesimistas análisis. Sus indudables virtudes siempre vinieron acompañadas con los reparos que provocaban sus actitudes, muchas veces tachadas de blandas, apáticas y otros adjetivos similares. Su cuerpo, sus movimientos, el poco reflejo en la expresión de su rostro de los avatares de un encuentro le marcaron durante toda su carrera.
Pero esa parte insensible de Ferrán fue más virtud que defecto, pues resultó vital para sacar provecho de su mejor cualidad: el tiro de media y larga distancia, donde su frialdad era tan aterradora como efectiva. Ferrán ha sido el pívot español con mejor mano de toda la historia, y sólo Santillana podría discutirle el galardón. Con esa muñeca como una de las protagonistas principales, el Joventut vivió su mejor época, con dos títulos de Liga consecutivos y la histórica Copa de Europa en Tel Aviv. Jofresa, Villacampa, Presley, Corney Thompson y Ferrán formaron un quinteto extraordinario no sólo por lo que consiguieron, sino por la calidad del baloncesto que desarrollaron en los comienzos de los noventa. Cierto que todos en algún momento echamos de menos que Ferrán completase su afinadísima puntería con otro tipo de cualidades, es verdad que a veces resultaba exasperante la sensación de 'no siento no padezco' que transmitía, pero lo importante no fue lo que no tuvo, sino lo que hizo de él una pieza importante en la selección, en el Barça y sobre todo en los años dorados de la Penya. Ahora que dice adiós, sería justo reconocer todos sus méritos, que por mucho que se haya dicho y escrito, fueron mucho mayores que sus defectos.
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