Ineficacia de Telefónica

Recibí como una anécdota simpática el que Telefónica me cargara, en la factura de octubre, dos llamadas de más de un cuarto de hora de duración cada una a Guinea Bissau, un país con el que, como la gran mayoría de los españoles, no tengo ningún lazo.

Además, vivo solo, no tengo nada parecido a una señora de la limpieza, no dejo llaves a los vecinos, hace años que no hago ninguna llamada internacional que hubiera podido provocar una confusión y las llamadas en cuestión se hicieron un día y a una hora en que estoy seguro de haber estado en casa (es decir, nadie se ha colado por la ventana de mi cuarto piso para usar mi teléfono y se ha marchado sin dejar huella). Sin embargo, tras la pertinente reclamación, se me heló mi sonrisa inicial cuando me confirmaron por carta que la factura, según ellos, es completamente correcta.

Como puede comprenderse fácilmente, lo más grave de este asunto no son los 36 euros que me cobran indebidamente, sino la sensación que le queda a uno de que en cualquier momento puede verse obligado a pagar la cantidad más exorbitante por la llamada más exótica, sin que sirva de nada la completa seguridad de que no se ha realizado. Los responsables de estos desaguisados se parapetan detrás de un círculo de (buenos) profesionales de la amabilidad, que no tienen ninguna capacidad ejecutiva, y a uno sólo le dejan la opción de marcharse a otra compañía. Y les aseguro que eso es lo que estoy haciendo, y a todo correr. Adiós, Telefónica, adiós.