La simplificación
Los analistas se empeñan en repetir que el mundo cada vez es más complejo, pero lo imperante ahora es la simplificación. Puede que se disponga de instrumentos más precisos que multipliquen el caudal de información, pero, al cabo, otros instrumentos informáticos la organizan y se acaba desembocando en un resultado elemental.
En la política, en el sexo, en la cultura, en la religión, los conceptos son cada vez más simples. El Aserejé que triunfa, el serial que seduce, la novela que se acerca a las treinta ediciones, la última película de Woody Allen, la política exterior de la nación más poderosa, la reforma fiscal de Jordi Sevilla, la moda del raw material, el gusto por el agua, el pedestrismo, los diseños de Pawson, tienen de común que hasta un niño podría apreciarlos. Desde hacía siglos no se conocía una época tan infantil. No hay diagnóstico para la economía o la guerra, pero el porvenir ha sido barrido de la visión. Cualquier problema complejo se anula porque es opaco y la transparencia es la ley. Una democracia debe ser transparente, los consejos de administración, los consejos de ministros, las decisiones del comité de competición, deben hacerse transparentes. Lo que no resulta claro, fácil de aprehender, se expulsa como una basura.
En esta cultura de la simpleza, la confusión se recicla siempre en alguna noción sintética y el reciclaje de los residuos propiamente dichos -como el reciclaje de los empleados, de los adultos o de los emigrantes- desarrolla el papel de un instrumento básico en el cosmos de la simplificación. En el reciclaje se compacta de la misma manera que se compacta la enseñanza, se sintetizan los lenguajes de los móviles, del cortejo, de la familia o de los chats. Cualquier discurso puede abreviarse, cualquier teoría debe hacerse asequible para el público. La física, la filosofía, la medicina, la astronomía, las matemáticas, han dispuesto ya de numerosos volúmenes para contarlas con sencillez. Quien no logre expresarse para ser entendido por todos no entiende en qué tiempo vive.
Este mundo tiende a la homogeneidad, a despecho de los folclores, las lenguas locales y los nacionalismos feroces. Ahora bien, la homogeneidad no es otra cosa que la otra cara de la simplificación. La comida rápida se repite en forma de telepizzas, telesushis y hamburguesas desde un confín a otro. Hay numerosos restaurantes de diferentes procedencias dentro de una ciudad, pero la ciudad tiende a repetirse a lo ancho y lo largo del globo. El arte que se convalida en las galerías famosas es el international art y lo mismo sucede con los discos o las películas que circulan por las distribuidoras trasnacionales.
Poco a poco, para conocer el estado del mundo bastará una pequeña muestra en cualquier cantón porque el ADN de nuestro presente se habrá extendido de punta a punta. El mismo enaltecimiento del presente es un firme signo de simplificación. El pasado está cargado de sombras, poblado de rarezas y misterios. En consecuencia, es preferible olvidar. Ya no importa de dónde venimos y a qué familia, linaje o tierra pertenecemos, nuestra identificación se mide por la competencia para desarrollar 'ahora' una función concreta. Igualmente, el futuro, resulta excesivamente difícil para incluirlo en la vida. Los pronósticos se ciñen hoy a un plazo muy corto, y ni aun así. La indeterminación es una plaga de la que el sistema busca preservarse para no introducir complicación, porque hoy no se tolera nada que no se ofrezca con docilidad a la asimilación. Lo inexplicable no existe. O existe, cuando se trata por ejemplo de Dios, en la forma infantil de los tiempos primitivos. Efectivamente han desaparecido los teólogos y se ha disipado la teología mientras su lugar lo ocupan los telepredicadores y los espectáculos pop del actual papado. La marcha del mundo se encuentra en manos de gentes así, grandes especialistas en el entretenimiento y cuya instrucción procede del teatro infantil o las novelas de cowboys. ¿Complicado el mundo? ¿No será que todavía algunos habitantes desfasados siguen creyendo en la inteligencia y la razón?
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