El destructor
'El hombre que se conozca no deberá cerrar los ojos al impulso criminal que anida en él', dice Arthur Miller (Ed. Losada, Después de la caída, prólogo). No comparto la frase del compañero mayor, que hoy toma el Premio Príncipe de Asturias (todo premio es bueno, incluso el Nobel). Me eduqué en lo rusoniano, si se escribe así (no está en el diccionario de palabras extranjeras de Arturo del Hoyo, ni en su tercera edición en Punto de Lectura), y me creo bastante buen salvaje. Respeto al hermano insecto. El fastidio por quienes me hieren, el desprecio por los agresores, se me depura en la escritura, por un golpecillo de whisky y una siesta larga: mejor con pesadillas, que depuran mucho.
No hablo de mí más que como un átomo dentro de una generalidad: creo que no hay bondad ni maldad, y que si hubiera cielo el propio Aznar se salvaría, y hasta monseñor Rouco, que el ser humano no es destructivo, y hasta el tirador de Washington tendrá alguna razón perdida: quizá vivir en la ciudad que es el Centro del Mal (¿pero no había dicho que el mal no existe? Ah, es una ironía, una caricatura) sea bastante para un cerebro verdaderamente inteligente.
No, no hay impulsos criminales en el hombre. Los hay de supervivencia, de manutención, de procreación, de defensa ante la naturaleza. Sí creo que el impulso destructivo está en la naturaleza, sobre todo con N mayúscula. La veo en los documentales maravillosos de la National Geographic; y en los noticiarios. Incendios o trombas de agua, y un darwinismo exaltado. Es cierto que tenemos 'complicidad con las fuerzas de la destrucción' (Miller) porque tratamos de destruir 'lo natural' en tanto que desastroso, rompedor y trágico.
De momento, como no podemos, ponemos a los pobres debajo de los volcanes y de los grandes ríos: quizá eso sea un crimen, y corresponde a esa fuerza que a mí me parece la más dramática de la humanidad: la acumulación de bienes. La humanidad no es el hombre, aunque se haya apoderado de la palabra. Pero me advierten mis jóvenes compañeras de esta sección a las que tanto debo -las correcciones, la ayuda en buscar la claridad, la advertencia de mis errores de bulto- que en una gacetilla de televisión no caben tantos caracteres. Bien, me iré a ver y a escuchar a Miller en Asturias. Por televisión, claro, que pone un marco a la vida y la convierte en arte.
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