Enron: anatomía de la codicia
Mañana hará un año que la comisión reguladora del mercado de valores de Estados Unidos (SEC) abrió una investigación sobre la empresa energética Enron, que en aquel momento ocupaba el séptimo lugar en la clasificación de empresas por el volumen de facturación de la revista Forbes. Una semana antes, Enron había declarado sorpresivamente pérdidas trimestrales por valor de más de 600 millones de dólares, y poco después anunció la mayor suspensión de pagos de la historia empresarial de EE UU.
Desde entonces, y a partir del caso Enron -que se estudiará en las escuelas de negocio-, la vida empresarial ha cambiado y ha multiplicado por mil la desconfianza sobre los verdaderos resultados de las compañías, envueltos en los grises de la contabilidad creativa. Recuérdese el caso Enron: deterioro paulatino del valor de sus acciones, ocultación y destrucción de información, creación de miles de sociedades instrumentales para sacar partidas del balance, complicidades con el poder político, ruina de sus empleados y jubilados mientras los principales ejecutivos vendían previamente sus acciones (se supone que con información confidencial), etcétera.
Fue un sarampión. A partir del momento en que se destapó el primer escándalo, parecía no haber día en el que no emergiese una empresa afectada por el virus de la contabilidad creativa. Distintas formas de maquillar los resultados, ofreciendo beneficios irreales y niveles de endeudamiento muy por debajo de los auténticos; utilización de las cuentas para los intereses de algunos de sus propietarios o máximos ejecutivos; realización de compraventas falsas; evasión de impuestos; activación irregular de ingresos, etcétera. Tyco, Global Crossing, Adelphia, Dunegy, Lucent, Qwest, decenas de compañías de la nueva y de la vieja economía hasta llegar a WorldCom, cuya suspensión de pagos superó a la de la propia Enron.
Cuando en los sistemas políticos o económicos se producen abusos o corrupciones, los mismos generan reacciones de tipo contrario. A veces, sobrerreacciones. No es de extrañar que la falta de controles y de regulaciones adecuadas y la aparición de conflictos de intereses sobre los que se había mirado hacia otro lado generasen anticuerpos. Desde el último trimestre del año 2001 se ha abierto un espectacular debate sobre el gobierno de las empresas y los códigos adecuados sobre su funcionamiento. Y como efecto inducido de todos esos escándalos se ha tratado de multiplicar las murallas chinas de los elementos del proceso que han fallado: las prácticas de investigación de la SEC sobre las compañías que cotizan en Bolsa; los bancos de inversión que, al mismo tiempo que pastoreaban a una empresa como cliente, la tenían como objeto de análisis independiente; compañías auditoras que a la vez que vigilaban el estado de las cuentas de una compañía le ofrecían servicios de consultoría. Además de Enron, WorldCom y las demás, en este periodo ha caído Andersen, el patrón oro de las empresas auditoras, que no ha podido soportar el descrédito de no haber sido capaz de detectar los desmanes y que ocultó y destruyó información de los clientes corruptos. Andersen acaba de ser condenada a cinco años de actividad vigilada y a pagar una multa de 500.000 dólares por obstruir a la justicia. Condena simbólica porque Andersen ha desaparecido prácticamente del mapa.
La justicia americana ha actuado muy lentamente. Sólo tres funcionarios han sido procesados: el director financiero y su lugarteniente, artífices técnicos del plan que permitió a Enron ocultar sus pérdidas, y un intermediario de la compañía en el mercado eléctrico de California; ahora se ha sabido que, mientras se producían cortes y restricciones en el suministro de luz, Enron creaba excesos de demanda o congestiones artificiales cuya solución le reportaba beneficios extraordinarios. Pero no se ha actuado sobre el consejero delegado ni sobre el presidente Ken Lay, amigo personal de George Bush, al que financió su campaña electoral.
La saga fuga de Enron continuará. La cuestión es si faltan por salir otras empresas que aumenten el fraude de la América corporativa.
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