¿Una recaída en la recesión para EE UU?
Durante el pasado invierno, el banco central estadounidense -la Reserva Federal, Fed- estaba ocupado dándose palmaditas en la espalda. Los recortes de los tipos de interés parecían haber funcionado: la recesión estaba llegando a su fin. A finales de la primavera, esas expectativas se habían desintegrado, junto con el hundimiento de Enron, WorldCom y Arthur Andersen. De repente, todo el mundo dudaba de la integridad de la contabilidad financiera de las empresas estadounidenses.
El mercado de valores estadounidense cayó un 15-20% por debajo de los niveles del invierno. De repente, la Reserva Federal dejó de felicitarse: un tipo de interés del 1,75% podría potenciar la recuperación cuando el índice bursátil Dow Jones está a un nivel de 10.000, pero no cuando está a 8.500.
La economía de Estados Unidos, metida en una 'trampa de liquidez', es la de un país sin herramientas macroeconómicas eficaces
Durante el verano, las noticias sobre inversiones empresariales siguieron siendo decepcionantes. Cada vez más analistas comenzaron a hablar de la posibilidad de una recaída en la recesión. Pero durante todo este tiempo, la Reserva Federal se mantuvo pasiva. Sólo a mediados de agosto insinuó que se podrían bajar los tipos de interés.
¿Por qué adoptó una actitud tan pasiva? En primer lugar, los tipos de interés a corto plazo estaban ya tan bajos que todo el mundo vería que los nuevos recortes iban a ser temporales, y por consiguiente, los recortes tendrían poco impacto en los tipos a plazo más largo, que son los que realmente impulsan la inversión empresarial. En segundo lugar, los nuevos recortes podrían asustar a los mercados financieros.
Daba la impresión de que la Reserva Federal se sentía en buena medida (por no decir del todo) impotente: las medidas de política monetaria ya no determinaban firmemente el nivel de actividad económica.
Por lo tanto, en 2002 Estados Unidos se unió a Japón en lo que los economistas denominan una trampa de liquidez: una situación en la que los tipos de interés nominal a corto plazo controlados por el banco central son tan bajos y están tan vagamente conectados con la demanda agregada que las nuevas reducciones son ineficaces para luchar contra la recesión.
Se desconoce cuánto tiempo durará esta situación. Si la política monetaria es ahora ineficaz, la única medida de que el Gobierno estadounidense dispone para controlar su economía es la política fiscal, es decir, cambiar los planes fiscales y de gasto público del Gobierno.
Pero la lección de las décadas posteriores a la II Guerra Mundial es que el sistema de gobierno estadounidense -en su barroca organización propia del siglo XVIII- es incapaz de cambiar su política con suficiente rapidez como para hacer un uso eficaz de la política fiscal [presupuestaria]. Hace falta demasiado tiempo para que los cambios fiscales y de gastos se abran camino a través del Congreso y la burocracia. La economía de Estados Unidos metida en una trampa de liquidez es, dicho de manera sencilla, la de un país sin herramientas de gestión macroeconómica eficaces.
Hace ochenta años, John Maynard Keynes sostuvo que los gobiernos tenían que responsabilizarse de mantener el pleno empleo y la estabilidad de los precios; que el patrón oro anterior a la I Guerra Mundial no había sido la edad de oro que todos pensaban que era y que los éxitos de dicho patrón eran el resultado de una afortunada combinación de circunstancias que difícilmente podrían repetirse en el futuro.
J.M. Keynes era un optimista que creía que los gobiernos podían aprender a controlar el ciclo económico. Se escandalizaría al contemplar el mundo actual: una Europa con un desempleo tercamente elevado, un Japón hundido en una década de práctico estancamiento, y ahora un Estados Unidos que carece de las herramientas políticas para enfrentarse a otra inesperada mala noticia económica.
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