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Crítica:POESÍA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La más íntima verdad

¿Klaus Rifbjerg?, decimos, descontentos con nuestra propia ignorancia (o tal vez ufanos, íntimamente satisfechos), y nos enteramos de que es el poeta nacional danés, al parecer (pero esto no es necesariamente un mérito, más bien tal vez un sambenito) un eterno candidato al Premio Nobel. Puesto que esto último no nos impresiona en absoluto, en cambio nos interesa mucho más recordar que también son compatriotas suyos Christian Andersen, Sören Kierkegaard, Carl Theodor Dreyer o la inolvidable Isak Dinesen, la autora, recordémoslo, de Memorias de África. Y si esta breve memoria nos reconforta por sabernos en lugares especialmente queridos, la prueba de fuego, sin embargo, es ponerse a leer y descubrir poco a poco, en una traducción excelente (porque obliga sin cesar a creer en sí misma), a un poeta no menos excelente que se mueve como pez en el agua por una serie de registros aparentemente antagónicos pero que se conjuntan armoniosamente dejando una impresión final de auténtica construcción (es decir, de un cierto sentimiento de fatalidad, lo cual suele ser un buen síntoma en cuestiones artísticas).

FUEGO EN LA PIEDRA

Klaus Rifbjerg Traducción de Francisco José Uriz Echeverría Lumen. Barcelona, 2002 256 páginas. 20 euros

Rifbjerg es un poeta podríamos decir urbano, si ese adjetivo quiere decir algo en un poeta que hace de los árboles o de los pájaros constantes cimas de la plenitud. Pero es verdad que sus historias evocan escenarios de ciudad con ciudadanos perplejos que viven su vida con un cierto sentimiento de vulnerabilidad constante puesto que el amor puede que los abandone, o el sexo les falte, o la muerte los aceche, o la política les decepcione y sólo les quede la intimidad como baluarte en el que fraguar complejas redes de sentimientos con los que salir victorioso, o al menos no definitivamente derrotado. Poetas de este corte suelen ser penosamente cínicos, o espantablemente irónicos -la ironía convertida en un topicazo que huele a alcanfor posmodernillo-, pero éste no lo es en absoluto, sino todo lo contrario.

Su acidez crítica se vierte sobre paisajes ideológicos muy 68 (y secuelas) y lo hace como quien se defiende de estafas, no como quien se reconvierte milagrosamente sin querer dejar huellas del pasado o queriéndose burlar de él (a eso llamábamos antes cinismo). Su sentimiento ofendido de lo que es la realidad en sí se salda con el recurso a una especie de humor mezcla de Chaplin y Keaton que da soberbios resultados casi siempre, como en ese poema (sin título) en el que los zapatos se convierten en símbolos de la indefensión ante la inmensa tristeza que acarrea la muerte de un ser cercano. El absurdo es el fundamento de muchos poemas, a veces para resaltar la perplejidad citada u otras para acentuar el sentimiento de gracia en que puede consistir a veces vivir, lo cual se logra absolutamente bien en ese admirable poema (Gorrión) en el que descubrimos al final que el viejo amigo que tomaba café en la terraza con el protagonista es un gorrión que acaba uniéndose a la bandada de gorriones. Un leve o abrupto humorismo entreteje estas secuencias, de una manera que recuerda al poeta español (no antologizado) Ángel Guache.

Los incidentes cotidianos son también otra de las tramas constantes en este libro, junto con las paradas en el tiempo que desembocan en el reconocimiento exultante de la vida. Los primeros dan lugar a poemas deliciosos, simples en su decurso y desenlace, pero densos en sus consecuencias. Es lo que pasa con ese poema (también sin título) que cuenta la insignificante historia del señor mayor que ayuda a una señora mayor con muletas a bajar del autobús y cómo se las arreglan para caminar juntos 'en dirección contraria / al autobús', como si fueran viejos amantes aún no del todo desencantados. Los poemas del segundo tipo abren paso a excelentes poemas que consagran monumentos como los árboles cuyas ansias buscan el cielo o los pájaros cantores, o el cielo cenital (de Huesca), o la mujer amada que reaparece a pesar de todo, o John Ford que crea escenas memorables de cine inmortal, o Ingrid Bergman, protagonista de una película hecha sobre trasfondos nórdicos natales que nos hacen soñar con climas desconocidos. A veces, las dos dimensiones se funden y mezclan como en ese otro singular poema (Un vaso de agua) en el que el acto de dar un vaso de agua a alguien -escena simple donde las haya- se convierte en un pretexto para celebrar la amistad y también la plenitud del agua 'completamente transparente clara y buena / completamente fresca pura y sencilla'.

¿Le darán algún día el Premio Nobel a este poeta, como dice la solapa del libro? Respondemos, no cándidamente: ¿y qué más Premio Nobel quiere este poeta que haber escrito esta excelente poesía cuyo valor apreciamos gracias a esta excelente traducción?

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