Televisión

Sentarse ante el televisor con la idea de descansar o alterar la rutina cotidiana se convierte casi siempre en un quiero y no puedo ante lo inevitable: Estupidez, zafiedad, banalidad, morbosidad es lo que nos ofrece. Si a esto sumamos la abusiva publicidad y el eterno cotilleo futbolero, el panorama no puede ser más desalentador. Sin embargo, una y otra vez acudimos, ilusos, a esta caja de Pandora que, como la de la mitología, sólo suelta basura, guardándose, por vaya usted a saber qué designio, su auténtico tesoro: Cultura, belleza, interés.

Está claro que todo programa televisivo ha de tener la audiencia imprescindible para que la publicidad entontecedora actúe y lo costee. No conozco exactamente cuántos millones de telespectadores son necesarios para que un programa se mantenga en pantalla, pero sé que son muchos. Cuando pienso que, posiblemente, seis millones (¿cuota mínima rentable?) están dispuestos cada día a que se les informe con pelos y señales de todas las variantes del horror que pueden darse entre los humanos, de las vidas y milagros de inclasificables personajes que creen que, por su cuna u oficio, tienen derecho a infectar nuestras vidas con los pormenores más ramplones de las suyas, me pregunto de dónde y por qué ha nacido y se mantiene esta cultura del morbo y la inanidad en una época en que el progreso científico y técnico hace inexplicable la deriva del moral y estético. ¿Será que la condición humana es inmutable y su libertad para elegir una quimera? Porque, paradójicamente, lo que acabo de exponer es una queja muy generalizada sin que, sin embargo, se ponga coto a este sinsentido.-