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Martín Patino propone que el cine sea un acto libre

El director estrena 'Octavia', una reflexión sobre la desesperanza.

Para Basilio Martín Patino no existe otro escaparate que el de su casa, escuchando la música que le gusta y conviviendo con sus manías. 'No hay felicidad como ésa, y lo otro no lo entiendo'. Lo otro es el escaparate donde a él no le verán nunca, el mundo de los estrenos, las reuniones de la industria, los clanes del cine. Se le vio, sin embargo, en el Festival de Cine de San Sebastián, donde concursó en la sección oficial con su última película, Octavia, que se estrena hoy en las salas. 'A mí me choca también', aseguró entonces este director de culto nacido en Salamanca hace 71 años sobre su presencia en el certamen. Octavia, protagonizada, entre otros, por Miguel Ángel Solá, Margarita Lozano, Antonia San Juan y Menh Wai, cuenta el regreso a Salamanca de Rodrigo Maldonado después de 40 años de ruptura familiar y de 'un extraño camino de perfección para terminar de político profesionalizado', como se dice en el propio filme.

Octavia es una reflexión sobre la decepción, el desencanto, el final de las utopías. 'Los tumbos que se han dado y que nos han llevado a ese final un poco desesperanzador del fin de las utopías', explica su director. 'Rodrigo Maldonado pasa del nacional-catolicismo a la teología de la liberación, luego se va a la guerrilla y más tarde adopta la violencia como método de liberación para, finalmente, terminar absorbido por la burocracia política. Es como el final de un camino que no tiene salida. Casi me atrevería a decir que es como el final de la esperanza. Qué lástima de energías utilizadas en tantas revoluciones, en tantos sufrimientos, tanto daño para salvar al prójimo. No soy un sociólogo, pero las intuiciones que me venían a la hora de hacer Octavia están ahí, en ese momento de desesperanza, del final de una época. El final del comunismo, el final de unas formas apostólicas de actuación religiosa para encontrarnos ahora ante el liberalismo más descarado, más cínico, más duro, al que no hay Dios que le haga frente. ¿Y entonces, qué? Es el momento de la perplejidad. ¿Qué pasa con la guerra de Irán, con el dominio absoluto del mundo del petróleo y la economía? ¿Qué pasa con los países subdesarrollados? Es la decepción que produce desarreglos psíquicos. Es la historia de la adolescente Octavia', explica el realizador de títulos poderosos como Nueve cartas a Berta, Canciones para después de una guerra, Los verdugos o Madrid.

Es un cineasta apasionado por el cine, pero siempre alejado del oficio. 'No he encajado nunca, lamento decirlo, y supongo que no debería decirlo, pero me doy cuenta de que no estoy dotado para las relaciones públicas. Mi cine nace de una necesidad interior. Supongo que son palabrerías, banalidades, pero creo que es verdad. No tengo el sentido del oficio, que es estupendo y que otros lo hacen muy bien. Hacer una película es someterse a una disciplina de rodaje, a unas estructuras industriales y humanas. Supongo que, por deficiencias, siempre me he encontrado asilvestrado', asegura Martín Patino.

Reconoce que su postura no es ejemplar y se remonta al final del franquismo, cuando sufrió la censura de sus películas, para tratar de explicar ese alejamiento -él lo califica de 'relativo'- del sector industrial del cine. 'Cuando me di cuenta de la monstruosidad que es pasar una película por la censura, de tener que someterla a unos mentecatos y a unas ideas que no compartes... Si yo quería seguir en esta profesión sin integrarme en aquello que rechazaba, tenía que trabajar por libre, que entonces era la clandestinidad. Ahora vivimos en un país libre, pero existen unos poderes ocultos y superiores que pueden llegar a ser incluso más duros que la propia censura. Yo no sé hacer frente a esos poderes. Sería una lucha desigual. El cine debería ser un acto más libre, menos sometido, menos supeditado a esa cosa terrible de tener que hacer una película que haga no sé cuantos millones en taquilla o sea vista por no sé cuántos millones de espectadores. Halaga, es verdad, pero a mí eso me importa un carajo'.

Él necesita de una libertad que a lo mejor desde fuera puede parecer caótica, pero que tiene absolutamente organizada en su cerebro y, por eso, comete la 'insensatez' de producir sus propias películas, de pedir créditos personales y de empezar a rodar con sólo el 50% del presupuesto que tenía que buscar él. Disfruta transgrediendo mecánicas y formas cinematográficas, aunque él se ve tan convencional como los demás, y está convencido de que es posible llegar a hacer cine como él lo hace.

'Quizás lo que me separa de algunos es el concepto de diversión que yo busco en otros lados. No consiste todo en hacer cosas divertidas. Para mí hay otras formas de compensación. Pasarlo bien es estar a gusto con lo que estás haciendo. Eso puede ser comercial, y lo ha sido muchas veces. Yo lo he hecho y me ha ido bien'.

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