_
_
_
_
_
CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una cuestion de tamaño

Tradicionalmente las telas solían ser cosas de mujeres. Pero hay una clase especial de tejido consagrado con los colores de la patria, que damos en llamar bandera. Las banderas siempre han sido cosa de hombres. Y cuando a los hombres les da por desplegarlas al viento, los vientos se transforman en huracanes y los propios hombres se transforman, de modo que muchas mujeres acaban siendo violadas en grupo.

Hay quien cree que una bandera es sólo un símbolo. ¿Como las letras, tal vez? Pero las letras no necesitan crecer en tamaño para ser leídas. Como mucho, un milímetro para lectoras como yo con vista cansada. Aunque también las letras tienen vida y se reproducen. Así es como las letras crecen creativamente, dando a luz palabras y frases diferentes. Cuanto más crecen, más humanas se vuelven. Y nosotros también nos volvemos, a veces, más humanos.

Esta contienda no la va a ganar quien tenga la bandera más grande ni más medallas

De acuerdo que una bandera también es un símbolo, y dice 'nosotros'. También busca a otras banderas, pero cuando las encuentra no es para mezclarse con ellas, sino que se enzarza con las otras en combates a muerte. Mientras dura la batalla, el comandante en jefe vigila desde la colina el avance y retroceso de sus estandartes. Y los del enemigo. Da órdenes a sus oficiales:

'Que los regimientos 2, 3 y 4 se desplieguen por la derecha'. Y los regimientos se despliegan, avanzando tras de sus banderas no menos desplegadas. Al terminar la batalla las banderas victoriosas se levantan más altas. Mientras que las vencidas son humilladas y arrastradas por el suelo. Entonces los hombres ya pueden imitar a sus banderas y correr a emborracharse y a por mujeres cual banderas arrastradas.

Esto pasaba hace mucho y entre extranjeros. En España, banderas y violencia se han empleado más para aplastar a otros españoles. Y hace tan poco de eso que aún hay gente que lo recuerda.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Ahora otra historia. Nos dicen que todo empezó porque alguien sugirió al alcalde de Madrid que escogiese un sitio digno para colocar la bandera constitucional de España. Y el alcalde eligió una plaza céntrica y, como le habían dicho 'digno', colocó una bandera de 300 metros cuadrados. Luego se dieron cuenta de que una tela tan grande y tan alta se estropearía enseguida, y para que no se estropee había que bajarla y subirla, bajarla y subirla. Y, lógicamente, no va a hacerse eso en la clandestinidad, no sería digno. Así que, ya que estamos metidos en faena, traemos unas unidades del Ejército y organizamos un homenaje militar para los primeros miércoles de mes. Y los nacionalistas se indignan porque cada uno tiene su bandera única y verdadera, que es la que querrían subir y bajar todos los días en Madrid. Y los socialistas sacan un comunicado más que moderado pidiendo un poco de sentido común. Y es en ese momento cuando interviene el presidente Aznar llamándoles 'acomplejados'.

Durante el sainete, estaba yo pensando justamente en eso, en cuánto acomplejado hay que necesita mirar a tierra desde lo alto de un mástil para creerse más grande, más digno y, sobre todo, más hombre.

Estas cosas tiene para mí un poderosa fuerza evocadora. Y desesperanzadora. Porque empiezan creciendo las banderas, luego crecen las medallas hasta ocupar todo el espacio del pecho de los generales. Y con tanto que mantener, no hay tiempo para mirar adonde hay que mirar y, tarde o temprano, alguien hará algo que habrá que tapar, echando tierra encima. O incluso cal.

Pero no; esta vez no va volver a suceder. El Gobierno de la nación, esta vez sí, está aprendiendo los conceptos -y no sólo las palabras- de libertad, ciudadanía y legalidad. Como los demás, que los estamos aprendiendo cada día. Y cuando llegue la hora de las tentaciones, que llegará, habrá quien les advierta: 'Cuidado, en ese agujero cayeron los que os precedieron. Que esta contienda no la va a ganar quien tenga la bandera más grande ni más medallas en el pecho. Que la ganará quien meta menos la pata. Por mi parte, no pienso perder la esperanza'.

Hace más de un año les conté que había subido a la ganbara y había encontrado allí una ikurriña de mi juventud. El lejano eco de libertad que aún lograba despertar en mí no era ajeno a los pliegues adquiridos después de tantos años en aquel cajón. Esa renuncia suya a desplegarse -más aún, esa decisión de replegarse sobre sí misma-, había terminado por imponerse a su tentación absolutista de bandera. Sólo así había conseguido mantener su escala humana, próxima a mi tía abuela Severi y a mis mejores recuerdos de adolescente. Las hermanas de mi ikurriña no fueron tan discretas. Se hicieron mayores, hicieron la calle y se han convertido en cortesanas, y aún peor.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_