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Reportaje:

Óscar nació al cumplir 4 años

Un niño que pasó 1.500 días casi abandonado en una cuna recuerda cómo le rescataron

'¡Aprieta Óscar, aprieta! ¡Y no te muevas de ahí, quieto en el orinal, que tienes que aprender a hacer pis!' '¡Mastica Óscar, mastica! ¡Mastica y come, Óscar!', le repetían las enfermeras, una y otra, a aquel niño enclenque -tenía cuatro años y pesaba ocho kilos- que acababa de llegar al hospital como caído del cielo. Pero Óscar no podía complacer a aquellas mujeres que tanto le querían porque aún estaba naciendo a la vida; tenía los dientes podridos y ni siquiera disponía de fuerzas para mantenerse en pie.

Y es que Óscar había pasado del seno materno a la cuna en un soplo; en la cuna permaneció cuatro años. Cuatro años sin moverse. Sin que su madre ni nadie le hiciesen el menor caso. Su madre, recuerdan ahora los médicos, le mantuvo en la canastilla sin sacarlo jamás. De vez en cuando le daba biberones. El niño, como un vegetal, como un mueble abandonado, llegó al hospital un día de noviembre de 1982; en el hospital no recuerden la causa, ni por qué. 'Ni siquiera movía los bracitos; como las piernas, que las tenía prácticamente soldadas al cuerpo', dice Dolores de Osa, una de las enfermeras que se ocuparon de él al principio. 'Todos pensamos que padecía una encefalopatía profunda', comenta Juan Rodríguez Alonso, pediatra, miembro del equipo que le atendió al llegar al hospital infantil del Virgen del Rocío de Sevilla.

Hasta que alguien pasó con un juguete ante el niño y a Óscar se le fueron los ojos detrás. Entonces empezó una compleja rehabilitación. 'Óscar nació de nuevo en el hospital y ésta fue, según nos ha dicho después, su primera casa', recuerda Dolores.

Enfermeras y médicos se encariñaron con Óscar. Se volcaron. Y él tuvo que aprender a vivir después de haber pasado cuatro años en blanco. Oscar iba aprendiendo a moverse, a mirar, a sentir... Era una esponja. Aprendía deprisa. 'El primer día que logramos que se mantuviese en pie fue como si hiciésemos fiesta', dice María del Carmen Sánchez, compañera de Dolores.

La parálisis cerebral no era tal, sino 'la consecuencia del más profundo abandono', precisa Rodríguez Alonso. Y así pasó otro año casi en blanco; el quinto de la vida de Óscar. Al niño le sorprendían los objetos, la lluvia, la gente, cualquier ruido o movimiento... La Junta de Andalucía, entre tanto, hacía gestiones para encontrarle unos padres a Óscar pues los propios, una familia marginal y desestructurada de una población cercana a Sevilla, se quitaron en medio. 'Desaparecieron. Se quitaron de en medio, abandonándolo en el hospital', dice el pediatra.

Entonces fue cuando aparecieron Joyce y Tom Rauch Borgerding; un matrimonio estadounidense, de mediana edad, comprometido con las causas sociales y residente en aquel momento en Sevilla por motivos de trabajo. Ella, profesora de español, y él, ingeniero, parecían los padres ideales para Óscar. Ambos llevaba algún tiempo intentando adoptar a un niño español con problemas. ¡Y Óscar los tenía! Así que hicieron los trámites y 'en un tiempo relativamente corto', recuerda Tom, adoptaron al niño y le dieron su apellido. Cuatro años más tarde regresaron a los Estados Unidos. La pareja tiene, además, otra hija norteamericana de origen, de 16 años, también adoptada.

La siesta, en los genes

Óscar Rauch Borgerding, ciudadano norteamericano ya, a punto de cumplir 20 años, graduado en un instituto de Wisconsin, ha vuelto a Sevilla para revivir la experiencia más importante de su vida. Al hospital lo considera su primera casa y a médicos y enfermeras, su familia. Óscar habla inglés perfectamente, español con bastante soltura, toca la guitarra, maneja los ordenadores, es un experto en bricolaje y se gana la vida en un supermercado. 'Prefiero trabajar a estudiar, es más fácil', explica. Pero su padre, riendo, comenta que lo que le ocurre es que 'le gusta el dinero demasiado'. Óscar, haciendo honor, probablemente, a sus genes, es un enamorado de la siesta. '¡En cambio por la noche nunca tiene prisa para irse a dormir...', declara Tom Rauch. Este joven menudo, con leves secuelas en oídos y vista a causa de aquel cruel abandono materno, no quiere olvidar sus raíces. Guarda, recuerdos fugaces del barrio de la Macarena, donde vivió antes de emigrar a Estados Unidos; de su amigo Pablo, con el que convivía en el colegio; de la Semana Santa; y de un traje corto que estrenó un año para ir a la Feria, apunta, seguro de que sus recuerdos no le engañan. De los Estados Unidos le gusta casi todo. 'La comida no; la comida me gusta más la de aquí. Y la alegría de la gente también. Me sorprende encontrarme a tantas personas por la calle', resume. Óscar mira las fotos del panel que hay en la escuela del hospital. Allí está él, rodeado de enfermeras. 'Mi primera familia', insiste. 'Era un niño muy cariñoso', apunta ahora Dolores. Y su padre lo corrobora: 'Lo sigue siendo, aunque con hermano no se lleva muy bien, la verdad. También habla mucho'. 'Lo importante', resume Tom, 'es que no le ha quedado ninguna secuela de aquella terrible experiencia'.

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