_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La escalera roja (1)

Sólo sobrevivieron dos mil republicanos españoles de los nueve o diez enviados por los nazis a aquel infierno. Cerca del campo se encontraba una cantera de granito que los alemanes habían decidido explotar para la construcción de edificios oficiales en Berlín y la confección de estatuas exaltadoras del nacionalsocialismo. Para bajar a la misma había 186 escalones muy empinados.

Lo recuerda Francisco Comellas en Exilio, que incluye unas inolvidables secuencias de película que inmortalizan el atroz escenario. A los presos no se les daba de comer adecuadamente -un litro de sopa clara al día- y el promedio de vida de los que llegaban era de tres meses. Mientras trataban de subir aquella escalera con su pesada carga de piedra y los pies desnudos, allí estaban los matones de la SS y otros guardias para pegarles con porras, para recriminarles, para mofarse de ellos... o para liquidarles con un tiro en la cabeza. A menudo tropezaban, se caían o, sencillamente, se morían. En invierno nevaba, y según otro superviviente español, Luis García Manzano, 'la escalera estaba roja de sangre, la nieve no era blanca, decenas de hombres yacían en la escalera muertos, podridos'.

A veces cogían a los heridos o a los que habían caído exhaustos, los llevaban a un cercano precipicio y los tiraban abajo. Por la mañana, al clarear, los prisioneros aún con vida podían apreciar que las alambradas eléctricas habían acabado con otra tanda de esqueléticos suicidas. Abandonada toda esperanza, las criaturas no habían podido aguantar un día más.

Los nazis, muy metódicos ellos, filmaban y fotografiaban lo que ocurría en Mauthausen. Por suerte para la humanidad trabajaban en el laboratorio correspondiente dos españoles heroicos: Francisco Boix y Antonio García. Exilio no nos explica cómo, pero estos jóvenes lograron poner a salvo cientos de clichés que luego sirvieron en Nuremberg para dar fe de lo ocurrido en el campo y para incriminar a la SS en las matanzas y torturas. Gracias a ellos -y sin duda a otros valientes que no figuran en el documental- tenemos un testimonio inapelable de lo que son capaces los hombres cuando se apoderan de ellos las fuerzas oscuras.

Yo no pude ver Exilio en RTVE -donde me imagino que los cortes publicitarios hicieron los habituales estragos- pero en la exposición de Madrid me compré el video. Es un documento que debería de estar en cada escuela del país, en cada biblioteca pública, cada casa de cultura, cada departamento de Español alrededor del mundo, para ponerlo una y otra vez, para detener tal o cual imagen y así apreciar mejor sus detalles, para fijarse en el tono de voz, los ojos, los ademanes de los testigos. En todo lo que he visto y leído sobre la guerra civil española y sus secuelas no hay nada comparable -Alfonso Guerra y sus colaboradores pueden sentirse muy satisfechos de lo conseguido-, y nada tan desolador como la secuencia de la escalera de Mauthausen, roja de la sangre de tanto inocente inmolado para avanzar la causa de la peor aberración jamás inventada por los hombres, pues no otra cosa fue el fascismo. Tengo que seguir.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_