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Reportaje:

Un caso a estudiar

Otxoa de Olza acumula este año cuatro expediciones a 'ochomiles', contra la lógica médica

La medicina deportivadetermina que el cuerpo humano, tras correr un maratón, sufre un 'caos interno'. Los médicos saben acotar las consecuencias del esfuerzo en la prueba de los 42 kilómetros y aseguran que tras la paliza, el cuerpo tarda tres semanas en volver a su ser. No es bueno correr más de dos maratones por temporada, dicen. En lo tocante al Himalayismo, la medicina sólo sabe que sabe poco respecto a tan exigente disciplina, pero podría tomar y someter a estudio la referencia del escalador navarro Iñaki Otxoa de Olza, que este año se ha saltado a la torera dos o tres preceptos médicos.

Otxoa de Olza apuró hasta el pasado viernes su última oportunida de pisar este curso la cima de un ochomil. Pensó que a la cuarta sería la vencida. Pero no. El Dhaulagiri (8.167m) tampoco quiso hacerle un hueco en su cima, lo mismo que el Everest (8.850m), la pasada primavera, el K 2 (8.611m) y el Broad Peak (8.074m), éste verano. En total, seis de los últimos diez meses invertidos en la montaña, casi siempre por encima de los 5.000 metros. ¿Es eso bueno para un occidental? Una persona muy bien entrenada pero poco acostumbrada a la altura, se hubiera consumido de haber hecho lo que Iñaki. Un alpinista acumula una media de 10.000 metros positivos de desnivel, el doble de metros acumulados. Poco importa que la distancia entre el campo base y la cima de un ochomil ronde los 3.000 metros de desnivel. El guión de la aclimatación exige múltiples idas y venidas entre los campos. Cuándo un alpinista corona un ochomil, en realidad lleva dos o tres en sus piernas. Así, Iñaki suma este año cerca de 100.000 metros de desnivel acumulados, porque también cuentan los entrenamientos pirenaicos.

Sin embargo, Iñaki empieza a tener algo de nepalí, y no porque sea una figura popular en este país asiático. En 15 años, el navarro suma 22 expediciones: lleva la aclimatación en las venas. El tránsito entre la falta de oxígeno de la salturas y la superabundancia de éste carburante al nivel de mar es un juego sencillo para su organismo, que digiere con facilidad el encadenamiento de expediciones. La mayoría, tras el ataque a un ochomil, se queda sin juga durante un par de meses.

Además, Iñaki se ha acostumbrado a regular su vida desde la velocidad. Desde que decidió vivir entre Pamplona y Nepal o Pakistán, ha multiplicado los trabajos en la montaña, accedido a los pocos medios de subsistencia que ofrece el medio. Filmó para el programa Al filo de lo imposible y para national Geographic, pero lo dejó para no hipotecar su futuro. Fue pionero a la hora de fichar como escalador consultante por las dos compañías de guías que se reparten el trabajo en las vertientes sur y norte del Everest, pero éste año ha abandonado ambas, después de hacer su trabajo, harto de ver cómo sus patrones anteponían el negocio a la ética.

A principios de septiembre, Iñaki salió hacia el Daulaghiri, sin compañeros ni infraestructura. Hace sólo 15 años, nadie que no fuese Loretan se hubiera atrevido a prescindir de la parafernalia expedicionaria: cientos de porteadorses para toneladas de material y comida, campos de altura, médico y lo que hiciese falta para mitigar la dureza del medio. 'Mi campo base estará donde yo esté', explicaba Iñaki antes de partir.

En el campo base del Daulaghiri se apañó con un escalador alemán, con el que compartió comida y cocina, y aceptó alguna invitación a la mesa de la expedición francesa que les acompañaba. En la montaña, anduvo sólo, la mayoría de las veces con nieve hasta el pecho, cosas del posmonzón. 'Hace una semana estuvo nevando cuarenta horas seguidas. Fue la traca final y después llegó el buen tiempo, aunque la montaña se quedó muy cargada de nieve', explicaba ayer, pocas horas después de firmar su abandono. En la madrugada del viernes, tras alcanzar la cota de los 7.700 metros, el peligro de aludes le obligó a regresar sobre sus huellas. 'Una placa se hundió bajo mis pies y los del grupo francés que había alcanzado poco antes. Vimos la línea de fractura y nos dimos la vuelta, suplicando que no se desprendiese porque nos habríamos matado todos', cuenta Iñaki, quien vivió lo mismo y a la misma altura en el Broad Peak. 'Nadie se acuerda de los que no pisan la cima, pero sí los amigos', se consuela Otxoa de Olza.

El récord de Bukreev

Iñaki es un enamorado de los grandes retos físicos en los ochomiles, de las ascensiones fulgurantes, sin campos de altura, ni porteadores de altura, ni otra cosa que la voluntad de alcanzar la cima. Le avala su físico y su envidiable adaptación al medio hostil. Ahora, en el Daulaghiri, ha estado cerca de batir el récord de velocidad del desaparecido y admirado esclador ruso Anatoly Bukreev, amigo y referencia de Otxoa de Olza. El pasado viernes, el navarro superó en sólo diez horas los 3.000 metros de desnivel que median entre el campo base y la cota de los 7.700 metros, el punto donde tuvo que retirarse. Lejos de sufrir la factura de los esfuerzos consentidos éste año 'subí como nunca, con una fuerza y un ritmo desconocidos'. Bukreeev unió campo base y cima en 17 horas, récord que Iñaki hubiera rebajado en dos horas, según sus cálculos. Una forma de homenajear a su amigo ruso, desparecido en el Annapurna, víctima de un alud.

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