Barcelona secreta
La ciudad empieza a convertirse hoy en un refugio de lo concreto, lo tangible, lo real. La ciudad aporta ahora esa novedosa dimensión de aquello que se puede tocar, ver, oler y hasta degustar. Casas, árboles, humos, ruido... tienen la ventaja de ser algo más que un decorado o una fantasía: ¡existen! No es poca cosa en tiempos de virtualidades mil y de esotéricos debates sobre banderas, estatutos, abstracciones estadísticas, futuribles guerras preventivas e inducidas sensaciones electrónicas. Vivir la realidad ya es un lujo. Es un gran cambio de perspectiva.
Barcelona, por ejemplo, vista desde esta óptica es toda una lección de la fuerza de lo real frente a la avasalladora y envolvente educación de lo imaginado, de lo imaginado incluso a miles de kilómetros de distancia. He paseado por el centro estos días y me he considerado afortunada. He descubierto una Barcelona secreta. La gente no es un número, sino una presencia física y, en cuanto tal, puede, de la misma manera, impedir el paso o sonreír. Aunque he visto que esto último sólo está al alcance de quienes ni van colgados del móvil ni tapan sus orejas con auriculares diminutos. No hay peor castigo que la realidad para quien desea escapar de ella.
Porque la realidad tiene sus exigencias: ojos abiertos, sentidos desplegados, conciencia de uno mismo. Lo cual equivale a considerar que tenemos cuerpo: felizmente no somos máquinas. Por tanto, ocupamos espacio y gastamos tiempo. ¿Una obviedad? Ya no. Nuestra época olvida estas cosas elementales. Pero, a la vez, empiezan a florecer anticuerpos: en Barcelona la gente vuelve al centro. Vuelve para vivir, mirar, sentir, cambiar de perspectiva y tocar, oler, degustar, experimentar en carne propia lo que le habían contado que pasaba en la ciudad. Todo un descubrimiento, por cierto.
La ciudad no es un telediario, ni un reportaje, ni un anuncio. Tampoco Barcelona, vista desde sí misma, en directo, es una película de Almodóvar. ¿Sabían que en Barcelona hay muchas más amas de casa que travestidos, más chicos y chicas con libros y paquetes que candidatos a Operación Triunfo, más jubilados tranquilos que famosos catalanes universales? Pero ése es el gran descubrimiento de lo real: el espectáculo de lo que nunca será espectáculo. La vida. Un descanso de lo fantástico y una inmersión en lo humano. Este mismo periódico, que ahora habita en una calle del meollo real, la del Consell de Cent, participa del espíritu que recupera el gran secreto de Barcelona: la vida tal cual es. La calle es eso.
En la calle se ve perfectamente lo que luego recogerán las estadísticas: parados, ricos, pobres, inmigrantes, gente con problemas, gente con miedo, gente despistada, trabajadores, vagos, barceloneses y forasteros. Y en la calle se observa lo que nunca se puede imaginar desde un despacho y, menos, desde un ordenador: el pluralismo, el mestizaje y, en fin, el futuro. La calle habla de las corrientes subterráneas que pueblan esta ciudad.
Por eso, y aunque nadie lo diga, la gente vuelve al centro: a ver y a tocar, a tener constancia de la propia existencia y a experimentar lo real. Es la fuerza de lo local frente a lo global, de lo real frente a las delirantes fantasías que vomitan los sucedáneos virtuales. ¿Una tendencia de futuro? Eso parece. Hasta ahora, durante décadas, se había impuesto la huida, la diáspora. Ahora, en Barcelona, parece que nos gusta lo contrario. Hay que tenerlo en cuenta: esta ciudad, por ejemplo, está llena de catacumbas por descubrir y de una vida subterránea que ni nosotros mismos conocemos. Más allá de la propaganda, más allá de Fòrum 2004 y de todos los tópicos, hay una Barcelona secreta hecha a la medida de cada uno de nosotros. Está en la calle.
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