_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La economía del miedo

Inicio este artículo con una necesariamente larga y sorprendente cita: '... como manejan el dinero de otros más que el suyo (los directores) no puede esperarse que velen por él con la ansiosa vigilancia con que los socios de una compañía privada suelen vigilar el suyo... Por consiguiente, la negligencia y la prodigalidad, prevalecen, más o menos, en la dirección de los negocios de las tales Compañías... Sin un privilegio exclusivo (las Compañías por acciones) generalmente han manejado mal el comercio. Con un privilegio exclusivo lo han manejado mal y lo han reducido'.

He escrito 'sorprendente' y puede que eso haga sonreír, con mayor o menor indulgencia, a un profesor de economía. Pero a los que sin serlo hemos tenido la costumbre de estar un poco al corriente del mayor número posible de cosas, sí que nos sorprenden, legítimamente, esas palabras por venir del fundador de la economía moderna, Adam Smith. O sea, que no sólo los gobiernos eran enemigos del libre comercio (hablamos del siglo XVIII y anteriores) sino también los grandes hombres de negocios. En cuanto a los accionistas, estaban ajenos a todo menos al 'dividendo que los directores consideran adecuado señalarles'. Casos como Enron y similares se estaban gestando ya en la época de Adam Smith y, con el paso del tiempo, la creciente complejidad de las grandes corporaciones sería causa del desplazamiento progresivo de los propietarios y de sus presuntos representantes, los consejos de administración. Directores y administradores son quienes hacen y deshacen. Son los 'integradores' de Toffler; quien nos recuerda que también ocurrió lo mismo en los países comunistas. Trotski, en el exilio, denunció la existencia de cinco o seis millones de directores y aunque los medios de producción estaban en manos del Estado, el Estado a su vez, era propiedad de esa burocracia. 'El temor a los directores fue el tema central de la China de Mao'.

Se podía pensar y se ha pensado, que estas élites tecnocráticas no se movían impulsadas, sólo por amor al dinero ni a los accionistas. Capitalistas de mente y de alma, su patria era la empresa, aunque no necesariamente siempre la misma empresa. Maticemos: su patria era el trabajo bien hecho, incluyendo en este concepto el estudio minucioso del mercado en su viabilidad presente y futura. De pronto, en América y en Europa esta mística se viene abajo desde dentro y arrastra, como no podía ser de otro modo, a los propios auditores. No todo el gran capitalismo es Enron, las manzanas podridas serán castigadas, claman los políticos, y en efecto así es. No todos los altos ejecutivos se embolsan centenares de millones de euros (o dólares) al año; pero sí los suficientes para hundir la confianza en el sistema. Incluso en Estados Unidos, país caracterizado por su inclinación al riesgo en asuntos económicos. Se vio en los años previos a la Gran Depresión, de increíble euforia; y más recientemente se ha visto con el entusiasmo prematuro sembrado y recogido por la nueva economía. El norteamericano es consumista y es inversor, de ahí que los bancos tengan en USA menos relevancia que en Europa.

Por el contrario, el norteamericano es más vulnerable a la agresión física. Es comprensible, no la había sufrido nunca en propia carne. La destrucción de las Torres Gemelas fue un golpe terrible, un drama con muchos componentes, entre los que no se ha resaltado bastante uno de ellos, el factor sorpresa. Anonadamiento que así entraba en los cálculos del hombre medio como en los míos un viaje a la luna. 'Painful (doloroso), horrible, criminal', pero sobre todo tal vez, incredible. Esta clase de pánico, el de lo inesperado, no se ha sentido tan hondamente, en Europa, con su larga tradición de guerras internas y externas. Aquí el miedo no se habría metastasizado invadiendo todas las esferas de la vida. Por ejemplo, la económica. Ahí está, creo yo, la médula del asunto. La economía mundial, por las gracias y desgracias de Silicon Valley, se había desacelerado peligrosamente antes del 11-S. El ataque a las Torres y al Pentágono, con sus consecuencias tangibles derivadas, supuso un 0,15% del PIB de Estados Unidos; en términos relativos, una cantidad insignificante para un país tan grande y tan rico. Pero el efecto psicológico sobre la economía fue mucho mayor y aún hoy lo estamos sufriendo todos. La pregunta es si estamos inmersos en una crisis económica como las que son recurrentes en el sistema capitalista o por el contrario, el fenómeno es nuevo y su duración y gravedad rechaza toda profecía. La venalidad de unos directivos ('habría que colgarles a todos', dijo O'Neill, refiriéndose a los delincuentes) explica la desconfianza de los inversores, pero el caso tiene precedentes y no basta para destruir la fe ciega de los americanos en el sistema. ¿Entonces?

Técnicamente es posible ponerle freno a las 'burbujas' y a la corrupción de unos cuantos o unos muchos ejecutivos. Se han tomado ya medidas y se irán añadiendo otras. Se abre paso la postura a favor de una mayor regulación del mercado. Pero esto, ¿le devolverá la confianza al ciudadano? ¿perdurará en cambio la que ya ha sido llamada 'economía del miedo'?. Durante la Gran Depresión, el deseo de consumir coexistió durante largos años con una estructura productiva intacta. Absurdamente (?) el paro y la pobreza no dejaron de extenderse. Se idearon mecanismos para que 'aquello' no volviera a ocurrir. Con el paso de los años se fue diluyendo el miedo, pero quedó el recelo. La situación actual puede ser infinitamente más grave. A la lucha por los escasos recursos naturales acude un terrorismo político-religioso que halla un eco favorable en buena parte del planeta. Bombardear o no bombardear Irak. Desde el punto de vista económico, ambas opciones plantean escenarios que coinciden en ser meras profecías, pues todos ellos presentan multitud de imponderables que no tenían ni podían tener en cuenta los economistas clásicos. Los gobiernos actúan al 'como si' o al 'como si no', según se mire. Aunque no todo, mucho tiene que ver con ello el electoralismo. No dirán que estamos al principio de una nueva y temible era, pues sería, sin curarse en salud, añadirle miedo al miedo. Irak, el petróleo, la bolsa, la corrupción de auditados y auditores... Eso afecta poco al islote español, a tenor de los cálculos de Rato y Montoro. Mientras convengan, claro.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_