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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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¡Arriba España!

Cuando oímos el grito en boca de esa tierna niña Mireia, subida a los tacones de vértigo que Operación Triunfo le había calzado, el vértigo nos cogió a algunos. ¿Era posible que nuestros queridos trincos no hubieran reciclado algunos tics de sus pupilos? Y nuestro venerado Boris, martillo de herejes de todas las herejías antipáticas, ¿no convertiría el grito en sarcástico aullido? Pero más aún, ¿cómo era posible que nuestros bollycaos, tan monos, tan lindos, tan fashions, fueran tan horrendamente antiguos en sus gritos, tan ignorantes en sus quejíos, tan faltos de memoria? La niña sabía que existía el grito '¡arriba España!', pero alguien le había dado sólo la primera lección: la pesada carga de su significado la habían dejado para septiembre... Y así iba la cosa, gritando '¡arriba España!' porque los malos de Tallin no convertían a la Rosa de ídem en Rosa del mundo. Que el '¡arriba!' fuera tradicionalmente un grito mano alzada, camisa azul al viento, importaba poco a la chiquilla. La ignorancia, sin duda, garantiza la felicidad.

En su momento no lo comenté. Total... Pero hoy que nos hemos levantado con sones militares y banderas besuqueadas por recias bocas patrióticas, hoy que vuelve lo militar para sobrecargar de sandez la ya inevitable sandez de los símbolos, hoy la niña vuelve a mi vera. ¿Lo suyo fue un grito intemperado nacido en los dulces abismos de la ignorancia o el síntoma de un clima, la naturalidad de un gesto de por sí natural? Escribí no hace mucho sobre la trampa mortal que significó la transición, convertida no en pacto de silencio, sino en pacto de derrota. Me reitero. Lentamente han ido forjando una recuperación del paisaje franquista, como si aquel tiempo no se hubiera dado de bruces con la historia, sino que hubiera sido una etapa más, un pelín pasada de rosca, pero al fin y al cabo entrañable. Solo nos faltaba el homenaje militar a la bandera rojigualda, esa ante cuya noble faz fusilaron a tanta gente, esa que había conseguido nuevamente normalizarse, aunque fuera porque la Constitución sí tuvo un noble significado: intentó normalizar el presente. El problema, pues, no radica en la recuperación de los símbolos, sino en la persistencia de la simbología antigua que mantienen con feroz desdén. Hoy en día la bandera española no tendría que molestar más que cualquier otra bandera, si no fuera por quién la patrimonializa, quién la usa y abusa, y contra quién la sacude. ¿Es la bandera constitucional o es la que ondeaba alegre y chulesca en esa 'España arriba' que alguien no le explicó a la triunfito Mireia? Arrebatada por Aznar del común colectivo para convertirse en terreno vedado, usada para sacudir a los vascos malos y por ende a cualquier territorio díscolo, convertida en trapo sobrecargado de ideología y gestualidad, esa bandera y ese homenaje son una amenaza. ¿Una amenaza para los vascos? No sólo, aunque...: una amenaza para todos.

Primero amenaza a España, y me explico. Amenaza a la España de la Ilustración, a la que Ana Belén canta con 'camisa blanca', a la que defendieron los republicanos, los defensores de la libertad, muchos de los justos. Amenaza a la España que intentaron tejer los Aranguren, esa que los Sabina y los Pedro Guerra convierten en bonita metáfora, esa que entronca con Sepharad y lucha por desmentir su eterna vocación imperial. Amenaza a la España donde gentes, lenguas y culturas podrían encontrarse sin chocarse, sin despreciarse. Si es Aznar el guardián de España, si esa es la España guardada, y ese toque militar es la música que la guarda, España vuelve a mostrar su peor cara. Vuelve a gritar '¡arriba!' allí donde muchos habían decidido no gritar nada...

Amenaza también a los socialistas y a cualquier españolito de izquierdas o de derechas liberales que vayan por esos mundos. ¿Por qué? Porque los sitúa al borde del abismo: si se suman al ritual militarista y se ven incapaces de sustraerse del pensamiento único, arrollador y agresivo que Aznar está construyendo para desgracia de la inteligencia, si se suman..., dejan de existir más allá del juego aznarista. Bailan a su son. Impiden crear un discurso alternativo y una España alternativa. Matan la necesaria confrontación dialéctica. Pero ¿y si no se suman? Entonces Aznar se sube al caballo, blande la reluciente espada y grita, cual Mio Cid castizo: '¡Traidores a la patria!', y los deja descolocados, acomplejados, desconcertados... ¿Quién se atreve a ser menos patriota, aunque pase a ser directamente un idiota?

Finalmente, por supuesto, amenaza a vascos y catalanes. A unos directamente, como si la forma de resolver el conflicto vasco fuera a bandazos con la bandera española -¡alucinante!-, y a nosotros por vía indirecta: nos van avisando. No es que estén por la labor de ir más allá en cuestiones soberanistas. Es que están por la labor contraria: provocar una involución en el proceso autonómico, en lo económico, en lo político, hasta en lo simbólico... La bandera, sin duda, tiene sobrecarga. Además, por lógica retroalimentación, aviva el simbolismo contrario y aumenta la temperatura ambiental: a golpes de rojigualda, más sobrepeso de ikurriñas y senyeres. Es decir, cada día más lejos de la palabra, del diálogo, del paisaje de encuentros. Cada día más cerca de la gestualidad agresiva, de la endogamia chulesca. Aznar considera España su propiedad privada y nos da con ella en el cogote. ¡Pobre España, siempre en manos de patriotas!

.Rahola@navegalia.com

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Pilar Rahola es escritora y periodista

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