El futuro nos pertenece
Ibarretxe desgranó su propuesta de ruptura a plazos con el mismo tono de no haber roto un plato con que aquella sexóloga, la doctora Ochoa, hablaba por televisión de los temas más escabrosos. Tal vez sea sincero al preguntar '¿qué hay de malo en ello?' (a propósito de la autodeterminación) o al afirmar que su plan ha de acogerse 'con toda normalidad'. Es posible que le hayan convencido de que es de lo más normal pretender sustituir un consenso capaz de abarcar al 80% de los ciudadanos por otro que excluye expresamente a la mitad de ellos, con el fin de contentar a una minoría, el 10%, que lo que exige lo hace a bombazos.
Ibarretxe era más bien un gestor cuando, en 1998, fue designado candidato del PNV. De política no hablaba casi nunca, según testimonio de quienes le conocieron cuando era vicelehendakari con Ardanza. Pero se encontró con que, a falta de mayoría, tenía que hacer política, e incluso ideología (ámbito vasco de decisión, construcción nacional), para asegurarse el respaldo de Batasuna. Tuvo que familiarizarse con la terminología de los de Otegi y los argumentos del sector más radical de su propio partido. El resultado fue que interiorizó como evidencias indiscutibles los tópicos de batzoki que le contaban los Egibar y compañía. Su convicción se fortaleció gracias a los maestros Ciruela que, proclamándose ajenos al nacionalismo, no dejan de proporcionarle argumentos rupturistas.
Aunque esos tutores han hecho de él un hombre que no duda, Ibarretxe no puede ignorar que sus planteamientos nunca podrán ser asumidos por los partidos no nacionalistas. Anasagasti ha argumentado (El Mundo, 30-9-02) que no interesa un proceso 'que divida a la sociedad vasca en dos', y el propio lehendakari reconocía hace poco que sería 'una barbaridad' imponer un cambio institucional con el 51% de los votos. La única explicación sería, entonces, que espera contar con un apoyo muy superior prescindiendo de la lógica parlamentaria y apelando plebiscitariamente a la población.
Sus invocaciones a la participación en el proceso de asociaciones y colectivos ciudadanos, junto a la mención a que no admitirá 'vetos'(es decir, que no será imprescindible el consenso con los partidos no nacionalistas) parecen confirmar esa sospecha. Espera que le respalden gentes de todas las ideologías: porque no concibe que alguien pueda de buena fe no compartir la suya, y porque así lo confirman encuestas de encargo que le dicen que, por ejemplo, el 46% de los electores del PP están por la autodeterminación si la pregunta se plantea adecuadamente, aunque la misma encuesta (Sociómetro, junio 2002) indique que entre ellos el número de partidarios de la independencia es cero: el 0%. ¿No le hace pensar eso que no todos entienden igual que él lo del derecho de los vascos y vascas a ser consultados?
Pero Ibarretxe no trata de convencer a nadie o de encontrar aliados. Se limita a exponer lo que considera su derecho, que los demás deben reconocer. Su buena conciencia, que le llevó a afirmar en el pleno que él no admite 'lecciones de nadie' en materia de ética y derechos humanos, le hace inmune a las críticas. Recientemente informó de que no acostumbra a leer los periódicos. Como aquel obispo que no se paraba a hablar con las víctimas porque tal vez iba a preparar su pastoral sobre los derechos individuales y colectivos, Ibarretxe va a lo suyo: seguramente piensa que su identificación humana con las víctimas le dispensa de tomar en consideración sus ideas políticas.
No sería realista pensar que consideraciones morales vayan a detener el proceso. Es cierto que resulta ventajista plantearlo cuando la coacción terrorista impide una discusión en pie de igualdad, pero el 30 de agosto, entrevistado por Iñaki Gabilondo en el programa Hoy por hoy, el portavoz del PNV, Joseba Egibar, dejó muy claro que ya 'ha pasado el tiempo de aguardar al cese de la violencia' para plantear las aspiraciones nacionalistas. Su compañero de partido Iñaki Anasagasti, por el contrario, declaró el martes pasado que el referéndum sólo podría celebrarse tras la disolución definitiva de ETA. ¿Y el lehendakari? El lunes, también en el programa de Gabilondo, Ibarretxe invocó en dos ocasiones la expresión 'el futuro nos pertenece'. Alguno de sus tutores debió haberle advertido de que se trata del estribillo de la canción que entona el adolescente nazi de Cabaret.
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