Cristina Hoyos o el señorío
Cristina Hoyos, en la que ella dice será su última obra al frente de compañía propia. Es flamenca de ley, de la que nunca vamos a esperar veleidad de ningún género. Lo suyo es el arte tenazmente agarrado a las raíces, al buen gusto: el baile por derecho. Es decir, no salirse del patrón de lo jondo, aunque puede y debe haber siempre el acento personal, lo que da carácter a la obra de un artista.
Carácter existente en esta historia en torno a un pueblo minero, tejida al hilo de los recuerdos que suscita una caja de música en manos de una niña; lo que no pasa de ser un pretexto trivial. Obviamente, la música que oímos pertenece prioritariamente a la familia de los cantes mineros, aunque no falten los tangos y las bulerías que alegran las situaciones de distensión colectiva. Con buen arte: la ronda por buleares que antecede al dramático final da lugar al lucimiento personal de todos los bailaores/as, algunos con gran brillantez.
Tierra adentro
Cristina Hoyos con su ballet. José Luis Rodríguez, Antonio Sousa y Roque Acevedo, al toque. David Palomar, David Sánchez y Mercedes Cortés, al cante. Coreografía de Cristina Hoyos. Teatro La Maestranza, Sevilla, 28 de septiembre.
Cristina no baila en exceso, pero su sola presencia en la escena es una referencia de autoridad y señorío. Y cuando baila es siempre la maestra indiscutible. Su largo tema por tarantos fue antológico, sensible, un hermoso ejemplo de cómo esta mujer es capaz de bailar. Y cuando entabla un diálogo de castañuelas con sus bailaoras el escenario se impregna de especial encanto.
Gran baile por martinetes de El Junco con el acompañamiento de palmas de sus compañeros. Es una secuencia de creciente tensión, en el dramático ambiente de la mina que le permite irse entregando sin reticencias a la fuerza que parece emanar de su propio cuerpo. El Junco es cabecera de un cuadro de baile hechura de Cristina Hoyos, es decir, disciplinado, medido, sin ningún elemento discordante.
Como todo lo que vemos en la obra. Cristina Hoyos y el director artístico Castro crean con sumo cuidado una estética que consta fundamentalmente de dos ambientes: la mina -el mundo del trabajo y del esfuerzo inhumano- y el exterior, destinado a la fiesta. Dos ambientes en los que vemos, más o menos, lo que esperamos ver. En este sentido, quizás tenemos la aprensión de vez en cuando de que ronda el tópico, lo ya visto, pero la profesionalidad y el nivel artístico de quienes lo ponen en pie salvan el riesgo. Y Cristina Hoyos, en esta Sevilla que la adora, triunfa apoteósicamente una vez más.
Babelia
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