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Columna
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Y día 3, todos presidentes

El domingo, tercer y último día del Congreso del Partido Popular, fue un día de presidentes. Presidente del partido, de Nuevas Generaciones, de la Generalitat, presidente candidato. La acumulación de cargos era tan densa que la aparición de Rajoy, que tan sólo era vicepresidente, casi fue un alivio. Cuando alguien mencionaba en su discurso al presidente, uno ya no sabía hacia dónde mirar. Fíjense hasta qué punto llegaba la cosa que, cuando conseguí abrirme paso en la cafetería hasta llegar a la barra, dije automáticamente: presidente, un café. El camarero se quedó tan pasmado, quizá halagado, que me sirvió antes que a los demás.

A la joven presidenta de NNGG le faltó experiencia para leer, como debe ser, pero le sobró una insistencia en el pasado que no le pegaba con su juventud. Uno, que ya es carroza, espera rebeldía en la primavera y no el resentimiento de los años. Olivas, el otro presidente, se sintió querido y se comportó con más deportividad. Confesó haber pensado en su intervención después de haber visto un partido de fútbol y aquello se convirtió en una goleada de éxitos para el Partido Popular, una especie de balance de gestión pero regateando siempre el balón al contrario.

Zaplana siempre merece un punto y aparte. Dominó la situación y estuvo afectivo hasta con los viejos adversarios ausentes. Quizá estrategia, pero ese gesto nunca es criticable. Luego le salió el ministro y dijo que subiría esto, bajaría lo otro y negociaría lo de más allá. Y un poco de política nacional, por lo que pueda caer, para fijar posiciones con el gobierno vasco y el nacionalismo.

Camps era el problema, porque se estrenaba en contenido político. Confieso que yo esperaba aprender cómo duermen los murciélagos mientras él hablaba, pero no fue para tanto. Se esforzó de tal manera en parecer creíble que casi llegó a contagiar el esfuerzo, pero sólo el esfuerzo. Digamos que consiguió el primer paso, porque logró producir la simpatía del figurante, que ya es mucho. Una vez más, ya lo sabía, te das cuenta que en cuestión de imagen política todo es posible.

Rajoy cerró la pasarela de candidatos nacionales. Si Rato aparenta la razón política, Rajoy es pura estrategia verbal. Jugó con las palabras, abusó del retruécano y cosechó risas a placer. Bajó la guardia y se admiró de la 'operación' sucesoria de Valencia. Lo arregló abundando en el tema, para que nadie supiera si subía o bajaba por las escaleras de la admiración. Imposible un cierre mejor.

Y ya está. Cumplí con el intento. Dicen que pandemónium es la capital imaginaria del infierno. Pues el congreso de un partido es como la plaza mayor de esa capital. Mucho más inteligentes que yo fueron las casi diez mil personas que lo siguieron por la web, tranquilamente sentados y con palomitas de maíz. Una y no más Santo Tomás.

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