Un nuevo orden petrolero mundial
El director gerente del FMI, Horst Köhler, hizo hace unos días unas declaraciones al Herald Tribune en las que afirmaba que una guerra contra Irak sería 'positiva' para la economía siempre que fuese corta, 'porque clarificaría la situación'. Con afirmaciones tan nítidas es difícil que el alemán aumente el grado de legitimación de la organización que representa, tan necesitada de una campaña de relaciones públicas. No es el único que se ha manifestado en el mismo sentido: Otto Reich, responsable de América Latina en el Departamento de Estado, bien conocido por la afición por haber sido el coordinador de la guerra sucia antisandinista durante el mandato de Reagan, ha dicho algo parecido.
Se sabía que la economía determina en última instancia a la política. Pero nunca como en el actual conflicto con Irak los intereses petroleros habían aparecido tan explícitos, tan tangibles. Ni siquiera en la guerra del Golfo
Una guerra corta pero decisiva contra Sadam Husein conllevaría un crecimiento del gasto público militar, y cebaría a corto plazo la bomba de la coyuntura estadounidense, seguramente con consecuencias más eficaces que la política monetaria (nuevas bajadas de los tipos de interés). A largo plazo, la derrota de Sadam supondría un cambio sustancial en el mapa petrolero internacional, un nuevo orden mundial del crudo. Lo que es mucho más importante.
Con el mismo descaro del director del FMI, otras fuentes americanas han hablado del petróleo como argamasa del ataque: quien participe en la guerra se beneficiará del petróleo de Irak (las segundas reservas mundiales, después de Arabia Saudí). Quien se margine, también lo hará de las futuras condiciones de explotación del petróleo. El ex director de la CIA James Woolsey, hoy consejero de grandes corporaciones como British Airways y abogado especializado en litigios internacionales, lo ha reiterado en The Washington Post: 'Francia y Rusia tienen empresas petroleras e importantes intereses económicos en Irak. Debemos decirles que, si nos ayudan a conseguir que Irak disponga de un Gobierno decente, haremos lo posible para que las nuevas autoridades de Bagdad y las compañías estadounidenses cooperen con sus empresas. En cambio, si siguen apoyando a Husein será imposible convencer al nuevo Gobierno de que trabaje con ellos'.
¿En qué medida pesan los intereses petroleros de Estados Unidos -tan vinculados a la Administración de Bush- en la cruzada contra Sadam Husein? Al margen de los juicios de intención, las cifras son éstas: EE UU es el principal importador de petróleo del mundo; compra tres veces más cantidad de crudo del que produce (alrededor de seis millones de barriles diarios). Su principal abastecedor es Arabia Saudí, con un 20% del total de las importaciones. La relación de Bin Laden con Arabia Saudí y la persistente presencia de integristas islámicos cerca del poder han inquietado a los dirigentes republicanos americanos, que, por primera vez, han sentido tambalearse aquel viejo pacto de 1945 entre Roosevelt e Ibn Saud por el cual Arabia proporcionaba todo el petróleo que EE UU quisiera a cambio del escudo militar protector del Pentágono. Un Irak amable para los americanos los haría menos dependientes. Ese nuevo régimen, además, podría desvincularse de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) e inundar a medio plazo el mercado de crudo, lo que significaría una producción asegurada a precios más baratos.
Los expertos opinan que una intervención victoriosa en Irak conllevaría una primera etapa en la que el precio del petróleo podría alcanzar entre 30 y 45 dólares el barril (según el FMI, un incremento permanente de cinco dólares por barril reduce el crecimiento mundial en 0,25 puntos), seguida por un periodo de más estabilidad, ya que la situación es muy diferente de la de la guerra del Golfo y de la de los años setenta, con los dos choques petroleros.
Se sabía que la economía determina a la política en última instancia. En este conflicto parece que es en primera instancia.
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