Agustí Villaronga da unidad a un filme colectivo de extraordinario vigor surreal
Concursan también películas del cineasta chino Chen Kaige y del chileno Gonzalo Justiniano
Son tres los directores de un extraño, inquietante, incatalogable y vigoroso filme español titulado Aro Tobukhin, una ficción hecha en forma de documento que tiene como segundo título En la mente del asesino. La cineasta barcelonesa Lydia Zimmermann tuvo hace unos años acceso a filmaciones hechas en 1981 -mano a mano con el francés Yves Keetman- por la fallecida documentalista suiza Lise August a un húngaro de 42 años llamado Aro Thobukhin, un turbio y enigmático sujeto que aguardaba su ejecución en una prisión de Guatemala por haber asesinado a varias mujeres en una misión católica rural. El tal Aro no sólo confesaba ese múltiple crimen, sino que se atribuía otros muchos, todos ellos de mujeres embarazadas, en los varios países por los que anduvo errante desde que, tras la muerte de su hermana, desapareció de su casa de Hungría siendo un adolescente.
Éste es el desconcertante personaje y el brutal suceso desencadenante que Lydia Zimmermann puso en manos de sus colegas Isaac P. Racine y Agustí Villaronga cuando, a su vuelta de París, les propuso hacer juntos un corto o un mediometraje con ese terrible asunto como fondo. Entraron los tres juntos en la vidriosa materia y el pozo en que comenzaron a hurgar se les fue haciendo más y más insondable, mientras las negruras que se movían dentro de ese pozo sin fondo se hicieron cada vez más espesas e impenetrables. Y surgió así, sin ser llamada, la necesidad de ensanchar el proyecto de película a ese largometraje que ayer concursó aquí y que despertó sin solución de continuidad una rica y magnífica marea de desconciertos y de entusiasmos, porque hay en él, junto a la sensación de desconsuelo y atrocidad, el tacto y el estremecimiento de un recio poema de amor loco.
Es este sorprendente ejercicio triangular de dirección una aventura formal llena de coraje y sumamente arriesgada, una aventura del realismo dentro del resbaladizo territorio de la surrealidad, que podía haberse quedado en un trabajo formalmente disperso o impreciso de no haber entrado en juego un rasgo de unificación a mi parecer decisivo para el rumbo del proceso de formalización. Y digo esto no como conjetura acerca del reparto de roles entre los tres directores del filme, sino como evidencia de que la pantalla de Aro Tobukhin destila el pronunciado e intrincado flujo del estilo -y del golpe de algunas de las obsesiones que lo pueblan- de Agustí Villaronga, hasta el punto de que hay instantes de esta rara e inquietante obra en que la pantalla expulsa con energía y nitidez cuestiones nucleares y definitorias de la fuerte singularidad de este cineasta, tan irregular como inimitable.
Fue ayer un buen, y completo, día de cine en el concurso del festival donostiarra, pues a la loca y emocionante aventura de estos tres cineastas, magnífica gente que hace su trabajo respirando aires libres a pleno pulmón y sin guardarse las espaldas, les siguieron dos estupendas películas convencionales, nada desmelenadas, perfectamente medidas e incluso comedidas, cine de norma, pero rico y vibrante, lleno de altas calidades, y procedente de muy lejos, de China y de Chile, pero cercano, de aquí, porque nos concierne.
Una es Juntos, dirigida por el célebre Chen Kaige, uno de los creadores de la legendaria Quinta Generación de la Escuela de Beijing, y director de obras de formidable hechura y gran alcance, como El rey de los niños y Adiós a mi concubina. Es Juntos un bellísimo trabajo lleno de sabiduría y de solvencia, en el que Chen Kaige recupera y enlaza tres de sus pasiones formales, que son el relato con estructura de poema pedagógico, la secuencia visual musical y la indagación de la imagen dentro de los mecanismos de la creación artística. Y la otra película es El Leyton, un vivo, bronco y trepidante drama -con zonas de comedia en el borde del esperpento- de amor y desamor, de celos y cuernos, en un pueblecito pesquero de Chile. Es una obra de protagonista colectivo, dirigida generosa y magníficamente por Gonzalo Justiniano e interpretada por una veitena de actores y actrices extraordinarios.
Y entró en la repesca de joyas de otros festivales Irreversible, un necio -intelectualmente indigente, dijo de él con mesura Le Monde- juego de señoritos parisiense al nazismo de salón, a la violencia por la violencia, que debería haber encabezado un apartado dedicado a las mierdas de otros festivales.
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