España premia la magia del fútbol
La selección brasileña de fútbol recibe el Príncipe de Asturias del Deporte 2002
Brasil, la pentacampeona del mundo, la hexacampeona de América, probablemente la segunda selección de todos los no brasileños, -para los que es la única- recibió ayer el premio Príncipe de Asturias 2002 del Deporte estrenando el palmarés del fútbol de este galardón.El jurado, presidido por el ex presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, fundamentó su veredicto tanto en los valores deportivos como sociales de la selección brasileña: 'Tan importante como los cinco títulos mundiales es el sentido social que tiene el fútbol en Brasil, que además de un deporte es un sentimiento, una pasión compartida por todo el fútbol brasileño'.
La concesión del premio sólo encajó un amago de polémica por la no presencia del Real Madrid entre los finalistas (la mozambiqueña María Mutola, atleta de 800 metros, los saltadores de longitud Iván Pedroso, cubano, y la alemana Heinke Dreschler, y el lanzador de jabalina checo Jan Zelezny). Entre algunos miembros del jurado causó extrañeza que el Real Madrid, que celebra este año el centenario de su fundación, no alcanzara la final entre los 25 aspirantes al premio. No obstante, la decisión final no admitió duda alguna. El carácter hasta ahora individualista en la concesión de este premio había dejado al margen al fútbol -un deporte colectivo-. Probablemente, la mejor manera de resarcir esta ausencia era apostar por un galardón indiscutible, es decir Brasil, la bandera más unánime del fútbol.
Por encima de las cinco Copas del Mundo, prevalece en Brasil lo que el ex seceleccionador Tele Santana define como el gran reto de 'ganar y gustar' y la ascendencia histórica: 'El que vemos ahora puede no ser el fútbol más bonito', afirma Santana, 'pero los equipos brasileños saltan con la preocupación por el respeto al balón y la búsqueda de un mejor espectáculo'.
Vavá, Garrincha, Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho, Sócrates, Cerezo, Bebeto, Romario, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho,... Suma y sigue. Por encima y por debajo de la crisis del fútbol, de Brasil, de América, permanece el espíritu de una selección de la que sus acérrimos siempre esperan lo mejor y sus amantes, que ocurra algo.
Brasil sigue siendo la esperanza continua, probablemente la única selección a la que se le exige permenentemente que dé espectáculo, que sea fiel a su tradición, que respete las leyes del fútbol, que no traicione su pasado. Los seleccionadores brasileños caen por igual a causa de la falta de títulos que por los atentados al buen gusto. Ambas cuestiones comparten la jerarquía de las críticas o de la admiración de un país que ha hecho del fútbol un elemento de veneración.
Brasil creó al rey del fútbol, Pelé, y le proporcionó una corte permanente, convirtió el 10 en un número mágico, descubrió la folha seca, la paradinha, los rompedores (Rivelinho, Eder), los taconeadores (Sócrates). Y lo hizo todo a la vez, regenerando la especie, practicando el mestizaje (blancos, negros y mulatos pueblan sus hornacinas) y elevando a su afición, la torcida, a la condición de espectáculo permanente y necesario.
Es probable que todo se resuma en que Brasil no necesitó nunca portero para jugar al fútbol. Siempre miró hacia adelante.
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