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Columna
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Tierra y carretera

Quienes pasearon sus pancartas por el centro de Castellón el sábado, no eran jóvenes marginados de Ciudad de México como los que aparecen en la película Los olvidados de Luis Buñuel. La realidad social de los centenares de manifestantes de la comarca de Els Ports, que desfilaron por Castellón, tampoco tiene nada que ver con los personajes que aparecen en el documental Tierra sin pan que rodó el cineasta aragonés en Las Hurdes extremeñas, y que molestó, en los años treinta del pasado siglo, hasta al mismísimo gobierno republicano.

Eran vecinos de una valencianísima comarca, fronteriza con el Aragón que vio nacer a Buñuel; eran ciudadanos, naturales o vecinos de Cinctorres, Sorita, Forcall, Morella..., que se preocupan cívicamente por la tierra en donde viven o de donde son originarios. Porque viven o nacieron en una tierra abrupta y seca, son diligentes y laboriosos y se abrieron con su trabajo un horizonte en el pueblo, en Barcelona, en Valencia o en La Plana. Acudieron en el autobús que les puso el ayuntamiento de su pueblo o por propia iniciativa para pedir el ordenamiento de su territorio; para pedir que se construya de una vez una carretera que alivie su geografía, y para que se invierta en todo aquello que, relacionado con las infraestructuras, es primordial para conservar la comarca y sus vecinos, evitando con ello que el secano valenciano se convierta en un desierto.

Mucha responsabilidad y civismo hubo entre los manifestantes de Els Ports en Castellón. Hace unos años ya se movilizaron. Protestaban y exigían que cesaran las emisiones de la central térmica de Andorra, en la vecina Teruel que sentenciaban a muerte a su escaso arbolado. Algo consiguieron, indican, y la encina y el roble y el pino de la zona parece como si tuviesen momentáneamente un ligero respiro. Ahora vinieron a decirle al todopoderoso y provincianista Carlos Fabra que la carretera que conduce desde Morella a Forcall tiene más curvas que rizos en su pelo el cantante Bisbal. Vinieron a decirle que no es ni política ni socialmente correcto construir plazas de toros y otras lindezas decorativas en La Vall d'Alba, donde el munícipe principal es un lugarteniente del mismo Fabra, mientras el antiguo Camino Real de Aragón, llamado por los lugareños desde tiempos ancestrales Camí de la Canà, no se convierta en una carretera moderna; una carretera con acceso a la zona de Ares del Maestrat que evite molestias y ahorre tiempo a los camiones que atraviesan la comarca con la arcilla que extraen de su suelo. Que ordene el territorio como tarea primordial, antes de pensar en megalómanos proyectos como los polémicos aeropuertos o los no menos polémicos parques lúdicos que hay por doquier.

No eran los manifestantes los jóvenes del descarnado realismo social de Buñuel quienes tal cosa exigían. Era Rosario, con cerca de 90 años, quien desfilaba con la pegatina Volem carretera i ambulàncies. Era Himerio, un hombre de bondad innata que dirige una autoescuela en La Plana, y cuya gruesa humanidad física y mental tiene en mucho a la comarca en donde nació. Era el cuarentón y rubio concejal Josep Gisbert, que trabaja en Valencia y no pierde de vista Cinctorres, de cuyo consistorio forma parte, que leyó el manifiesto. Unos manifestantes, de Els Ports o de su diáspora, que no quieren ver destrozada y vacía su comarca. Unos manifestantes que no olvidan, porque se manifiestan, ni es conveniente que se les olvide.

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