Pérez
Los madrileños somos despegados con las cosas de nuestra ciudad y de la región. Un debate sobre el estado de la región en cualquier otra comunidad es un acontecimiento al que los medios de comunicación locales prestan una gran atención, mientras que en Madrid el evento queda siempre eclipsado por los asuntos de carácter estatal. Es como si nos importara igual lo que sucede en casa que lo que ocurre en Vitoria o Albacete. Tal desapego nos da un aire abierto y cosmopolita superior a la media, pero a cambio desatendemos las cuestiones y personajes que nos afectan más directamente. Hace unos días tuvo lugar en la Asamblea autonómica el debate sobre el estado de la región que la Cámara celebra con carácter anual. Era una sesión muy especial y con un punto de morbo, al tratarse de la última ocasión en la que Alberto Ruiz-Gallardón rendiría cuentas a la Cámara al haber accedido a encabezar la candidatura del Partido Popular al Ayuntamiento de Madrid. Quien no haya visto al presidente regional en uno de estos debates no sabe lo que se pierde. Como parlamentario es un auténtica máquina capaz de acomplejar al orador más avezado.
En esta ocasión se largó un discurso de tres horas con una estructura impecable en el que apenas dejó una grieta por la que pudiera colarse la oposición. Brillante, eficaz y con una tribuna de público hasta la bandera mayoritariamente entregada, Ruiz-Gallardón supo además poner dos lágrimas al broche de su intervención desmintiendo que el suyo fuera un corazón de hielo. Ovación cerrada. En su entusiástico aplauso los parlamentarios populares recordaban esas deidades hindúes de seis brazos. Tal era su frenesí y el de los adeptos de la tribuna de invitados que la obligada parálisis en los bancos de la izquierda quedó completamente desfigurada. Con semejante apertura triunfal, los portavoces de los grupos rivales lo tenían crudo. Ésa fue la íntima convicción del portavoz socialista, un hombre al que Dios no ha dotado de la capacidad de pelear. El portavoz socialista es demasiado buena persona para abrir la ceja del contrario y carece de malicia para cubrir los flancos propios. Sólo alguien con un toque canalla podía poner el contraluz a tanto esplendor presidencial.
Y en eso llegó Ángel Pérez. El portavoz de Izquierda Unida subió al estrado con ese aire cansino y un poco macarra de quien nada tiene que perder. Era también su último debate sobre el estado de la región y no quiso desperdiciar la ocasión de divertir a la Cámara. Afinando la ironía, tramó un ingenioso discurso repleto de chascarrillos. Pérez sabe que el sarcasmo es a Ruiz-Gallardón lo que la criptonita a Superman y el presidente regional no tuvo más remedio que reírse, como todos sus compañeros de grupo. Hubo momentos propios del Club de la Comedia, pero ninguno tan sublime como aquel en el que comparó a Ruiz-Gallardón con Dios en una desternillante versión del Génesis. 'Siete años y no siete días necesitó Ruiz Gallardón para crear la Comunidad de Madrid', afirmó en tono ceremonioso el portavoz de Izquierda Unida. 'El primero creó el caos y la nebulosa socialcomunista'. Ruiz-Gallardon sonreía. 'El segundo creó montes y pastizales', la coña ya cosechaba sonoras risotadas entre los escaños. 'El tercer año descubrió que había madrileños y les formó en las nuevas tecnologías'. El despiporre se extendía inexorablemente. Cuando dijo que el 'cuarto año creó a los empresarios y viendo que no era bueno que estuvieran solos, porque no generaban plusvalías, creó al obrero, gente necesitada y con tiempo libre', la Cámara en pleno se tiraba por los suelos. Las carcajadas fueron in crescendo con la descripción del quinto año, en el que 'Ruiz-Gallardón había creado Europa y el mundo para liderarlo, y sobre todo con el sexto, en el que 'implanto la felicidad y el pleno empleo'. Ya tenía la audiencia entregada cuando procedió a rematar su particular visión del Génesis con un apoteósico séptimo año en el que, según Pérez, 'el presidente regional de Madrid, satisfecho, descansó y se presentó a alcalde'. Sencillamente genial. Tras el histrión lacerante surgió la persona: 'Señor presidente, ha sido un honor personal debatir con usted incluso en las pocas ocasiones que ha llevado razón'. La Cámara entera despidió a Ángel Pérez con un cariñoso aplauso. En Madrid le echaremos de menos.
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