El factor de la altitud en Madrid
Vivimos en el fondo de un inmenso mar de aire llamado atmósfera. Su composición es la misma en cualquier lugar, independientemente de la altitud (ya sea a nivel del mar o en la cima del Everest): 79% de nitrógeno, aproximadamente 21% de oxígeno y mínimas cantidades de otros gases como el dióxido de carbono.
Lo que sí varía con la altitud es la presión atmosférica. O, de modo simple, el peso de la columna de aire que tenemos sobre nosotros. Cuanto mayor sea la altitud a la que nos encontremos, menor será la distancia entre nosotros y el techo de la atmósfera y, por tanto, menor el peso o la presión ejercida por el aire de encima. Por ejemplo, a nivel del mar (0 metros de altitud) la presión atmosférica es de 760 milímetros de mercurio (mmHg) mientras que en el Everest (más de 8.000 metros de altitud) es tres veces menor. En la meseta sobre la que se asienta Madrid (entre 600 y 700 metros) es de unos 700 mmHg en números redondos.
Aunque la concentración de oxígeno no disminuye con la altitud, sí lo hace la presión parcial de oxígeno, que se obtiene al multiplicar la concentración de oxígeno por la presión atmosférica. La presión parcial de oxígeno es la fuerza que introduce el oxígeno desde nuestros pulmones -trocitos de atmósfera que todos llevamos dentro- a nuestra sangre para que lo distribuya a los tejidos y músculos. Cuanto menor sea la presión parcial de oxígeno, más tarda este gas en llegar a los músculos. Así, en pruebas de medio fondo y fondo en las que los músculos necesitan consumir mucho oxígeno, y muy rápido, para contraerse, cualquier incremento en la altitud, por pequeño que sea, puede mermar el rendimiento. Además, cuanto mejor sea el atleta y más entrenados estén sus músculos para consumir oxígeno, más notará los efectos negativos de la altitud. Por ejemplo, a igualdad de temperatura y humedad, el rendimiento de los mejores mediofondistas y fondistas puede llegar ser hasta un 2% peor en Madrid que a nivel del mar. Y un 2% es mucha diferencia en la alta competición, en la que las victorias y los récord se suelen conseguir por escaso margen.
En cambio, en las pruebas de velocidad y sprint y en las de saltos y lanzamientos, los músculos pueden contraerse a toda velocidad sin consumir tanto oxígeno. Así, en estas pruebas la altitud no representa ningún problema. Más bien al contrario. Primero, porque, al disminuir la presión barométrica, el aire se hace menos denso y por ello opone menor resistencia al desplazamiento -a casi 40 km/h- del velocista. Segundo, porque la fuerza de la gravedad disminuye con la altitud. El resultado es que aumentan el tiempo de vuelo y la distancia recorrida por cualquier objeto o cuerpo lanzado desde la tierra: qué mejor ejemplo que el récord de longitud (8,90 metros) que Bob Beamon consiguió en los JJ OO de México 68 que tardó 23 años en ser batido.
De todos modos, la altitud de Madrid y su estadio de La Peineta no parece suficiente para ayudar a que Marion Jones y compañía mejoren sus marcas: los efectos beneficiosos de la altura se notan sobre todo cuando sobrepasa los 1500 metros.
Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid.
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