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Columna
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La batalla del tiempo

Joan Subirats

Aprovechando el inicio de curso escolar, y más allá de la publicidad institucional de la Generalitat que arrecia, volvemos a dar vueltas a temas ya clásicos y que no parecen encontrar nunca respuesta, como son las provisionalidades varias, la falta de plazas en guarderías públicas, los barracones o el precio de los libros de texto. No parecen problemas muy complejos, pero sí persistentes. Este año, en cambio, iniciamos el curso con novedades en un tema muy complejo: el calendario escolar. Una complejidad, derivada no tanto del tema concreto de cuántas semanas al año, o quién se ocupa de los niños en los periodos no lectivos, sino procedente, desde mi punto de vista, de que conecta con uno de los temas centrales en esta nueva sociedad que vamos estrenando a trompicones: el uso y la distribución del tiempo.

Nos adentramos en nuevas formas de vida. Cada vez más nuestra sociedad se individualiza. Y no tiene porque ser visto como forzosamente negativo. La gente, cada uno de nosotros, busca nuevas posibilidades de ser uno mismo, de construirse su propia biografía. No siempre es posible. Las restricciones son muchas. Pero, es bastante evidente que estamos dejando atrás, para bien o para mal, un tipo de sociedad en la que los lazos sociales, las pautas de inserción y socialización venían muy marcadas por el origen social, por ser hombre o mujer, por los años de formación, por el lugar en que se vivía, por el trabajo que se escogía o que se nos adjudicaba. La posibilidad de mover pieza era pequeña. Hoy cada cual intenta montárselo, busca su propio camino. Trata de escoger, y la lucha de cada uno por salir adelante caracteriza nuestra forma actual de vida. Y las nuevas formas de articulación colectiva han de tenerlo muy presente. Queremos muchas cosas distintas a la vez. Tratamos de experimentar nuevas sensaciones. Cada vez estamos menos dispuestos a obedecer órdenes o respetar tradiciones. Nos molesta hacer cola o tratamos de evitar sacrificios que no redunden en algo rápidamente. No creo que esas tendencias, al margen de la opinión de cada uno, puedan cambiar demasiado en el futuro. Cualquier intento de regenerar la cohesión social, el sentido de colectividad, deberá probablemente empezar reconociendo que nuestro mundo es un mundo de individualismo y de diversidad.

¿Qué tiene que ver todo esto con si los niños hacen más o menos semanas de clase? Desde mi punto de vista, las nuevas tendencias sociales, eso que algunos especialistas consideran nuestra 'segunda modernidad', plantean cada vez problemas de tiempo y de uso del mismo. La capacidad de gobernar tu vida, de poder elegir, de ser capaz ahora o en futuro de mejorar, de acercarte a lo que quieres ser, vivir o sentir, depende entre otras cosas de tu capacidad de manejar tu tiempo. Trabajar, pero estudiar para cambiar de oficio. Estudiar para trabajar. Trabajar para formarte, para ascender en tu profesión. Colaborar con aquella iniciativa. Ir a buscar ese producto en aquella tienda especializada. Navegar por Internet. Pasear con los hijos. Protestar contra el Plan Hidrológico. Aprender idiomas o informática para tener más oportunidades. Ir al gimnasio o cuidar el cuerpo porque te apetece o para no restringir tu futuro. Salir de viaje para conocer nuevos gustos, gentes y paisajes. Tocar aquel instrumento. Presentarte a un casting o a un anuncio por si suena la flauta. Pasar un fin de semana loco para olvidarlo todo un poco. Tener una moto para poder moverte con más rapidez. Ir a ver esa película que te han recomendado. Tener tiempo para hacerlo. Comprar el tiempo de los demás para poder hacerlo. Vender tu tiempo para poder hacerlo.

Tenemos una sociedad que se transforma a marchas forzadas, que va rompiendo los estereotipos familiares clásicos, y un horario escolar que sigue anclado en la sociedad industrial y que ha ido forjándose y moldeándose a golpe de convenio sindical. Se necesita modificar el calendario escolar, para ir acercando ritmos escolares y ritmos vitales. Y ello no ha de ser interpretado como una muestra de egoísmo paternal-maternal que quiere tener a los hijos más tiempo 'colocados'. La concentración de las vacaciones de verano en esos tres largos meses casa cada vez menos con ritmos vitales en los que cada uno trata de compaginar muchas cosas al mismo tiempo. La imagen de la madre que está en casa para lo que le echen, o la de aquéllos con más recursos capaces de establecerse en la segunda residencia con sus hijos por tres largos meses, mientras el marido va y viene del lugar de trabajo, sigue dándose, pero es una realidad cada vez más residual y menos representativa. Periodos vacacionales más cortos, rerservarse días o semanas para tener pequeños periodos para descanso u otras alternativas a lo largo del año, es cada vez más frecuente. La tímida propuesta de la consejera de Enseñanza de la Generalitat es una gota de agua en un mar de indiferencia de los políticos sobre uno de los temas cruciales de nuestra realidad actual y futura. Mientras siguen empeñados en hablar de sus cosas, cada vez hay más gente inquieta por disponer de más calidad de vida, de más tiempo para sus propios compromisos o deseos, para estar con la familia o para nuevos proyectos, relaciones o aventuras. Deseos muchas veces inmateriales, pero cada vez más escasos en un escenario que sólo entiende la lucha encarnizada por más y más recursos materiales. Es evidente que modificar el calendario escolar no puede querer decir que los profesores den más horas de clase, sino abrir el espacio educativo a otros colectivos, profesionales y oportunidades.

El debate sobre el calendario escolar es sólo la punta del iceberg de la batalla del tiempo. Necesitamos más política de la vida cotidiana y menos discurso hueco. De hecho esa nueva política ya existe, pero no sale en las secciones especializadas de los periódicos o en los frontispicios de los noticiarios. Es la política de la comida, de la sexualidad, del trabajo, de la identidad, de las edades, del cuidado, del tiempo. Cada vez hay más política ahí, y menos en los debates de los profesionales de la política. El minidebate del calendario escolar es una primera y significativa muestra del gran debate oculto de la familia, del tiempo, de la cotidianeidad.

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